SINOPSIS

Esas fotos que se acumulan en cajas cerradas, resacas homicidas, latidos desacompasados, el brillo de unos ojos rompiendo la noche, olor a cerveza, ginebra, sudor y serrín. Imágenes borrosas de un pasado idealizado. Sexo, lágrimas y olvido. Noches en vela con luna y sin luna, comienzos abocados al fracaso y fracasos que huelen a victoria. Caídas y tropezones buscando el equilibrio…

Todo esto son Disturbios En La Azotea. Todas las historias que nacen desde el interior y por las que cualquier sujeto sanamente perturbado pasa. Imágenes cotidianas que no buscan otra cosa que ser reconocidas como un viejo amigo que aparece al doblar una esquina. En definitiva la vida.

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Disturbios en la azotea

Iñigo Pimoulier Ugarte

www.laequilibrista.es

Disturbios en la azotea

© 2016, Iñigo Pimoulier

© 2016, La equilibrista editorial

EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

08870 Sitges (Barcelona)

info@laequilibrista.es

ISBN edición ebook: 978-84-945297-5-7

ISBN edición papel: 978-84-945297-4-0

Depósito legal: B 19599-2016

Primera edición: septiembre de 2016

Diseño y maquetación: La Equilibrista

Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

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   PRÓLOGO


Decía Aitor Velázques de los grandes Hora Zulú en una de sus letras, cuánta riqueza ganada si los sueños fueran cobre. La verdad es que de vez en cuando hay que ir aligerando de cobre el saco a base de intentar pasar los sueños de la nebulosa mental a lo palpable. En este berenjenal he andado metido desde hace un tiempo y ahora que por fin lo puedo oler y tocar tengo que acordarme de ciertas personas que han estado encima, detrás, delante y debajo de este montón de letras.


En primer lugar agradecer las manos que me han ido empujando hasta dar el salto (¡en el borde del precipicio siempre un paso más!), creyeron que podía volar o por lo menos caer en una barrena elegante. En segundo lugar debo dar las gracias, con el morro torcido y la boca pequeña, a esas heridas medio abiertas/medio cerradas que han filtrado la mayoría de los textos de norte a sur.


Mención especial a la selva de ojos azules con la que tanto disfruté. Una vez me dijo, después de leer algunos textos, que no quería ser rencor y creo que puede estar tranquila.


Gracias a todos los ojos de mirada infinita que me han prestado sus imágenes.


Agradecido a esas barbas rizadas que al ritmo de la cerveza me ayudaron a organizar, o acabar de desorganizar, este caos. Para acabar, gracias a ti que estás a punto de empezar a devorarme. On egin!


Íñigo Pimoulier Ugarte, Iruñea 2016


ÍÑIGO PIMOULIER UGARTE


Nacido entre capullos a medio florecer el 21 de marzo de 1987 y crecido en las calles con olor a rock de la Txantrea, Íñigo Pimoulier empezó a devorar libros antes que a afeitarse. Ahora que tampoco se afeita, sigue deleitándose buceando en tinta. Gusta de compartir tragos con Bukowski, Ángel González, Kerouak, Kutxi Romero o Pedro Juan Gutiérrez. 


En la vorágine adolescente empezó a manchar papeles con letra poco clara y siguiendo las voces de los arriba citados y poco a poco fue encontrando un camino que desemboca en este primer catálogo de pedradas. Esperemos que la cabra siga tirando al monte y pueda seguir apedreando campanarios.


I


Tengo miedo a morir

demasiado pronto,

a la soledad,

a la oscuridad.

Miedo a hacer

y que me hagan daño.

Miedo al fracaso,

a los colmillos

de la ansiedad.

Miedo a no saber querer

y miedo

a empezar a odiar.

Miedo al dolor,

a equivocar el camino,

a no llegar.

Me da miedo,

a veces,

dejarme llevar

y otras por el contrario

el no sentir el impulso.

Me da miedo el pasado,

el presente

y ese futuro inexistente.

Me da miedo perderme

y me doy miedo yo mismo.

Y a pesar de este catálogo

de infinitos miedos

sigo machacando días

con mi espada de cartón

porque intuyo

que mis miedos

no han de ser

muy distintos de los tuyos.




II


No me encorva el paso del tiempo.

No son los días los que pesan.

Pesan las palabras,

los hechos,

la dulzona podredumbre

de la indiferencia.

Pesan los desencuentros,

aquella despedida en la estación.

Pesan aquel mal gesto

y mi mirada esquiva.

Las noches de insomnio,

las mañanas de pereza.

Pesan.

Pesan las manos manchadas,

el exceso de limpieza en los pies.

Pesa tu recuerdo,

mi futuro

y nuestro presente.

Pesa lo que no fue dicho

y pesa también

lo que sin solución se dijo.

Mis palabras, tu silencio,

pesan como gotas de deshielo

colgando de un alero

condenadas al suicidio.

Pesa cada músculo de mi cuerpo,

cada litro de sangre.

Pesan los párpados

del que mira sin llegar a ver.

Pesa el murmullo indescifrable,

la incomunicación.

Pesan.

Pero los días,

los días no pesan.

Es la rutina de verlos desfilar,

uno tras otro,

con certera puntería.

Y sobre todo pesa

comprobar la cantidad

de hojas de calendario

que llevamos cargadas

sobre nuestros frágiles hombros.

Pesan.






III


He dejado de usar reloj,

no me gusta,

se me clava en la muñeca

y me hace marca,