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CONTENIDO


Palabras del Autor a la 4ª edición

Capítulo I
A través del ventanal

Capítulo II
Una niña llamada Sara

Capítulo III
Historias de campo

Capítulo IV
Viaje, amor y sueños

Capítulo V
Lo esencial es invisible a los ojos

Capítulo VI
Un cuaderno que habla

Capítulo VII
Una silla útil es efímera

Capítulo VIII
Es para pensarlo

Capítulo IX
¿Por qué?

Capítulo X
Desde el asiento trasero

Epílogo

 

Epílogo


La esencia de Cristóbal quedó flotando en el aire entre quienes le conocieron, sobre todo en medio de los que compartieron con él de manera más íntima durante los últimos meses, como una forma de devolverles la mano y proveerles de las ganas de vivir que alguna vez le despertaron Claudia, Sara y Marisol.

Sus padres, comprendiendo que su misión recién comenzaba, se desprendieron de la frustración de no haber engendrado más descendencia a través de la cual demostrar su amor por la vida y adoptaron una pareja de niños abandonados en un centro de menores, quienes pagaban el pecado de haber dejado de ser bebés antes de encontrar un hogar que los cobijara. Generosamente los acogieron y convirtieron en verdaderos hijos, abriéndoles las puertas a todas las oportunidades. Ellos fueron la materialización del milagro que significó la vida y el testimonio de Cristóbal en este mundo, prolongando el sentido de su existencia mucho más allá de lo que pudo imaginar. A él recurre hoy cada miembro de la familia, y todos en conjunto, cuando algo no anda como debería, consiguiendo que todo funcione bien otra vez.
Claudia consideró que su nuevo trabajo en el colegio para niños con problemas de aprendizaje era su oportunidad para adentrarse en la realidad de jóvenes que, como Cristóbal, más allá de sus incomprensibles comportamientos, tenían un potencial creativo que debía ser descubierto y guiado desde sus primeros pasos. A raíz de su experiencia con él, había adquirido conciencia de sus limitaciones como maestra. Jamás imaginó recibir de alguien como Cristóbal una lección tan importante, que transformaría completamente su vida. Reconoció su falta de conocimientos en el trato con niños “difíciles”, y que superarse era una obligación para consigo misma y el mundo. Lo ha logrado desempeñándose en aquel lugar habitado solo por ese tipo de criaturas, jurando a diario no dejarse doblegar por el sistema y la mediocridad de sus colegas. Ahora, cada vez que sus habilidades se empañan para atender los requerimientos de algún muchacho que busca desarrollarse libre y querido, invoca a Cristóbal. Al salvar la situación, victoriosa, eleva los brazos al cielo y con sincero afecto le da las gracias.

Ratanacio, por su parte, jamás se conformó con tan dramática partida. Periódicamente va al cementerio a visitarlo y le conversa para ponerlo al tanto de lo que está ocurriendo en el mundo de los vivos, aprovechando de pedirle consejos para aquellas situaciones en que la vida se le pone cuesta arriba. Más de alguien se detiene a observarlo al verlo sentado en posición yoga ante la lápida, gesticulando y discutiendo. No saben qué pensar, pero se imaginan que en las profundidades se encuentra alguien muy importante.

Sara no lo ha podido olvidar, arrepintiéndose todos los días por no haberlo acompañado en los difíciles momentos que vivió. A pesar de tener muchos argumentos para justificarse, no logra encontrar consuelo. Todas las noches al acostarse, luego de rezar, le pide perdón.

Marisol aprendió a luchar contra sus complejos y se puso a dieta, transformándose en una linda chiquilla que, pese a haberlo conocido tan poco, jamás le olvidará, considerándolo el suceso más importante de su vida. Ha tenido varios amigos íntimos, pero ninguno cumple con sus expectativas. La valla dejada por Cristóbal es muy alta. A veces se entristece pensando en que quizás jamás se vuelva a enamorar.

Andrés tuvo que hacer junto al Rata el peso en lo del Centro de Alumnos, y aunque no es muy nombrado en esta historia, fue uno de los mejores amigos de Cristóbal y un gran colaborador. Lo recuerda a diario, en cada una de sus actividades como dirigente. Cada vez que le ponen un impedimento, tratando de detener su osadía, levanta la barbilla y arremete: ¿Y cómo Cristóbal podía?

Raúl, su amigo cura, es quien más lo echa de menos, y aunque se lo ha preguntado muchas veces, aún no descubre por qué.

Por último, todos los que lo conocieron han extrañado su presencia, y aunque jamás pintó para Santo ni algo parecido, quienes pasan frente a su tumba se sienten tocados por su gracia y algo en ellos cambia para siempre.

Si no lo crees, anda y compruébalo...Aunque para los escépticos, parece no haber remedio.

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CUARTA EDICIÓN
Agosto 2014

Editado por Aguja Literaria
Valdepeñas 752
Las Condes - Santiago - Chile
Fono fijo: +56 227896753
E-Mail: contacto@agujaliteraria.com
Sitio web: www.agujaliteraria.com
Facebook: Aguja Literaria
Instagram: @agujaliteraria

ISBN: 9789566039198

DERECHOS RESERVADOS
Nº inscripción: 110.519
Alfredo Gaete Briseño
Desde una silla

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

DISEÑO DE TAPAS
Fotografía: Alfredo Gaete Briseño
Diseño: Josefina Gaete Silva





DESDE UNA SILLA

Alfredo Gaete Briseño


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Agradezco al milagro: la vida,
al recurso: mi madre.

Agradezco al milagro: mis hijos,
al recurso: tú.

Agradezco al milagro: la amistad,
al recurso: mis amigos.


Palabras del Autor a la 4ª edición


Desde que recuerdo, nunca entendí el criterio utilizado por las personas mayores para formar a los niños. Tampoco su exceso de reglamentaciones, muchas veces absurdas, que parecían justificar una triste falta de compromiso con lo que debía ser una educación conveniente.
Siempre ha llamado mi atención esa tendencia tan propia de los adultos para hacer difíciles, incluso a veces impracticables, cuestiones que en realidad son tan simples.
Con el paso del tiempo, he podido observar que con frecuencia son los niños y los adolescentes quienes nos dan valiosas claves de cómo hacer la vida más atractiva; sin embargo, quienes tenemos la responsabilidad de educar, casi nunca estamos preparados para darnos cuenta.
A veces quiero creer que nos falta ese niño que alguna vez fuimos. Si a veces lo dejáramos regresar, especialmente al encontrarnos enredados ante una situación simple que no sabemos resolver, cuántos malos ratos nos evitaríamos. Suelo pensar en la falta que les hace a quienes gobiernan el país, incluidos por supuesto, los políticos que intentan legislar sobre educación… No digo que los países debieran estar gobernados ni asesorados por niños, pero sin duda un poco de su riqueza sería de gran ayuda.
Ha transcurrido mucho tiempo desde que tuve la edad de nuestro protagonista en la historia que contaré a continuación y aún no deja de asombrarme la tendencia de los mayores para mantener incólumes las mismas incongruencias de siempre. Tendencia que en gran medida sigue vigente por la falta de flexibilidad con que cada generación ha formado a la que sigue. Pero aún pensando así, poso con optimismo los ojos en el testimonio de quienes día a día vivimos convencidos de la importancia que tiene hacernos responsables de ser actores y no meros espectadores. Creo que es hora de construir nuestro camino desde el presente y dejar de enredarnos en los hilos que se entretejen para dar al pasado una connotación de falso ahora, observándolo solo con el fin de no repetir ciertos errores.
Invito a los mayores a meditar acerca de las relaciones que mantenemos con los niños y los adolescentes, especialmente con los que estamos educando; recordemos, revisemos y repasemos nuestra propia historia infantil y juvenil, y reconozcamos la sesgada percepción que nos hemos formado sobre el mundo; adquiramos conciencia de ser los forjadores de sus destinos y, ¡cuidado!, pues nuestra realidad actual, creencias y recuerdos, con la distorsión que han sufrido al pasar el tiempo, pueden influir negativamente en su desarrollo.
Tengamos presente que la educación nunca debe centrarse en reproches, sino en cariño y comprensión. Al reconocer la importancia de este punto, recién estamos en condiciones de comenzar a cubrir satisfactoriamente sus necesidades.
Inculquémosles el hábito de no olvidar su historia personal, de modo que al momento de ser padres recuerden que siguen siendo hijos, que alguna vez fueron niños... y no permitan que con el paso de los años, los cubra una costra de amnesia.