Educar es
creer en la persona

 

 

 

Educar es
creer en la persona

 

 

Ma Augusta Sanches Rossini

NARCEA, S. A. DE EDICIONES
MADRID

 

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Índice

 

 

 

PRÓLOGO de Celso Antunes

INTRODUCCIÓN

1 ¿Quién soy yo?

Cómo somos y qué queremos

2 ¿Educar al educador?

3 Importancia del liderazgo

Un programa de crecimiento personal e interpersonal

Nuestra visión de lo que nos rodea

4 Educar es creer en la persona

Nuestras creencias

Seleccionar las propias metas

5 Actuación proactiva

¿Somos proactivos o reactivos?

“Área de conflictos” y “Área de influencia”

6 Creatividad, frente a limitación

Fomentar una actitud creativa

Sugerencias prácticas

7 Equilibrio: dominio de las emociones

Actuar con equilibrio personal

Superar las dificultades

8 Compromiso

Evaluar el nivel de compromiso

El entusiasmo en la profesión

9 Profesor mediador

10 El ethos mundial y el educador

El educador y los principios éticos

Evitar los prejuicios

El valor de los hechos

11 Sea feliz

BIBLIOGRAFÍA

Prólogo

 

 

 

Prologar el libro de Maria Augusta es una tarea muy agradable. Y esto, porque no se puede hacer un prólogo sin haber hecho antes una lectura atenta, lo cual proporciona el placer de anticipar las palabras de su nuevo libro.

La autora tiene la admirable capacidad de escribir con dulzura, enriqueciendo sus mensajes con la experiencia vivida y, muchas veces, sufrida.

Su libro no deja el gusto amargo de un academicismo dirigido a un número restringido de intelectuales, apartándose de la realidad. Al contrario, escrito por quien vive la experiencia de dar clases con todas sus posibilidades y sorpresas, su obra es el resultado de quien sabe que educar es creer y que quien no cree no ama.

Hay circunstancias en las que una petición sugiere un favor y éste lleva a un agradecimiento. La solicitud de Maria Augusta para hacer el prólogo de este libro no conlleva ningún favor; al contrario, es un gesto de afecto y delicadeza con un amigo que, en relación a los demás lectores, ha sido favorecido con el privilegio de una lectura anticipada. Yo soy, verdaderamente, el que debe agradecerlo.

Como no es propio de un educador ser egoísta, comparto con los lectores el placer de leer este nuevo libro.

CELSO ANTUNES
Pedagogo, educador y escritor

Introducción

 

 

 

Participaba yo en un encuentro de educadores, reunidos en un Congreso, cuando me correspondió el uso de la palabra.

Podía ver en los rostros de todos, las más variadas expresiones: expectativa, curiosidad, ansiedad, cansancio e, incluso, indiferencia…

Después de una breve introducción, lancé una pregunta:

“Profesores, ¿Qué hace la abeja?”.

Siguió un murmullo, acompañado de una respuesta clara y al unísono:

“Miel”.

Hice una pausa y pregunté:

“¿Están seguros?”.

Algunos respondieron que sí. Otros esperaban curiosos cómo se desarrollaría el asunto. Entonces, añadí:

“Miel es lo que la abeja piensa que hace. Pero antes de hacer la miel, la abeja poliniza las plantas. Y ella ni siquiera sabe que poliniza”.

Después de que el auditorio, en silencio y un poco admirado, manifestara que estaba de acuerdo, les hice otra pregunta:

“¿Qué hace el profesor?”.

La respuesta surgió entonces con una cierta indecisión:

“Enseña”.

A lo cual yo respondí:

“Eso es lo que él piensa que hace. Pero antes de enseñar el profesor poliniza mentes y almas”.

¡Silencio general! Fisonomías reflexivas, sorprendidas, admiradas…

¡Eso es, amigo profesor! Nuestra misión es mucho más de lo que imaginamos.

Si somos conscientes de esta responsabilidad, se hace necesario profundizar en nuestros estudios, tratar de perfeccionarnos, personal y profesionalmente, para prepararnos mejor ante la realidad compleja y desafiante que nos reclama.

Este libro ha nacido del deseo de establecer un diálogo con los educadores que están en contacto con personas en formación.

Sabemos que el profesor es un factor esencial a la hora de estimular al alumno; él puede, a través de toques psicológicos, desencadenar los procesos necesarios en cualquier tipo de aprendizaje.

El profesor que poliniza mentes es aquel que permanece en el recuerdo de sus alumnos, aquel que supo motivarlos, que sirvió de modelo, que inspiró rumbos en muchas vidas, que trabajó el ser…

Haga la prueba y pregunte a cualquier adulto que pasó por la escuela: ¿Qué recuerdos tiene de su vida escolar hasta la adolescencia? ¿Qué contenidos recibió en clase? ¿Qué estudiaba para los exámenes?

Veremos que la gran mayoría no consigue recordar los contenidos que les transmitían sus profesores. Se acuerdan, eso sí, de los profesores, de sus cualidades, de su manera de ser, de su modo de enseñar…

Cuando se acuerdan de los contenidos es porque los asocian con alguna característica especial del profesor que los transmitía o porque ocurrió algo que despertó sus emociones que afloran al hurgar en el pasado.

Ha pasado el tiempo en el cual, para ser un buen profesor, lo fundamental se centraba en el contenido, en los conocimientos teóricos. El mundo moderno exige del profesor cualidades personales, indispensables para su misión de educador, que van más allá de la simple función de “enseñante”.

Hoy día se hace necesario aspirar ardientemente a perfeccionarnos como seres humanos y a estar al día de las innovaciones, acompañar los cambios, procurar actualizarnos y revisar continuamente nuestros conceptos.

Nuestro programa educativo debe orientarse a la construcción de la personalidad, del carácter, del ser.

Es necesario, también, procurar reorganizar nuestro saber de forma crítica y reflexiva, para poder enfrentar y minimizar los problemas de la humanidad en este tercer milenio.

¡Profesores! ¡Padres! Los treinta y seis años de actuación en el área de la educación me animan a compartir con todos las experiencias vividas hasta este momento y esto, lo considero como un aprendizaje mutuo.

El tiempo que he pasado vinculada a la educación me ha permitido tomar conciencia de la densidad y amplitud de la palabra educar. Los profesores educan, pero también educan los padres, los supervisores, los orientadores, los jefes de empresa, etc.

Necesitamos tomar conciencia y dar respuesta a las exigencias de esta era planetaria que deberá contar con personas dotadas de inteligencia estratégica, que apuesten por un mundo mejor y que atiendan a las necesidades del ser humano en armonía con la naturaleza, el cosmos y la realidad.

Capítulo 1

¿Quién soy yo?

 

 

“Vemos las cosas no como son, sino como somos”.

H.M. TOMLINSON

 

Hay momentos en nuestra vida en los que nos hacemos la pregunta: ¿Quién soy yo? Y, al tratar de respondernos, encontramos normalmente dos caminos: uno, el que lleva a buscar en el exterior: “qué creer” y “dónde”; otro el que nos lleva a la búsqueda interior.

En general, la búsqueda exterior está repleta de zancadillas y decepciones. La exploración de nuestro interior puede ser más rica, más compensadora, ya que nos coloca en contacto con nosotros mismos.

Sabemos que el primer paso para cualquier transformación pasa por el conocimiento propio, o sea, por hacer una autoevaluación que nos ayude a identificar nuestras características, negativas o positivas, fuertes o débiles.

Cuando nos conocemos y tomamos conciencia de nuestros recursos, formamos una autoimagen o el concepto que tenemos de nosotros mismos.

Sócrates, autor de la célebre frase “conócete a ti mismo”, decía:

Todas las relaciones de la vida humana deben ser examinadas a través de una meditación profunda, no aceptando, instintivamente, las costumbres y los acontecimientos, sino razonando sobre ellos.

Su método, llamado mayéutica, preconizaba que, por medio de preguntas, encontraríamos las respuestas dentro de nosotros mismos como portadores de conocimientos insospechados. Según él: “No es sabio el que no se conoce a sí mismo y, para conocerse, aconsejo la introspección”.

Al practicar la introspección, estamos haciendo una investigación sobre nosotros mismos, formando nuestra autoimagen o nuestro concepto personal.

La imagen que cada uno tiene de sí mismo influirá definitivamente en el desarrollo profesional y personal, ya que actuará directamente sobre la autoestima.

En ese concepto sobre uno mismo, se concentran los valores personales, la percepción que se tiene del mundo, los modelos con los que identificarse y todas las referencias para la propia vida. También la motivación personal está vinculada, íntimamente, al autoconcepto.

La forma de vernos a nosotros mismos sufre alteraciones y cambia de acuerdo con el desarrollo personal y con las interferencias del medio; en esas alteraciones son factores predominantes nuestras conquistas o fracasos, así como la visión que tenemos del mundo y de nosotros mismos frente a él.

Cuando conocemos nuestras características nos resulta más fácil elegir entre los caminos que puedan abrirse a nuestro paso. Por ejemplo: si yo reconozco como una de mis características la desorganización, sabré que mi forma de actuar tendrá esa marca y, por tanto, deberé tomarla en cuenta para que no entorpezca mi desarrollo personal y profesional.

Cuando uno “se conoce” adquiere mayor comprensión de sí mismo y de la vida; eso le hará más fácil trazar objetivos y dar pasos en la dirección acertada.

Al determinar el camino que vamos a seguir es necesario tener cuidado para no escoger metas incorrectas, vacías o carentes de significado, llevados por la prisa o la precipitación. Cuando uno se conoce a sí mismo tiene más posibilidades de hallar el propio camino y definir lo que quiere.

Nada mejor que una buena reflexión, una conversación íntima con uno mismo para encontrar las respuestas correctas. Y cuando se encuentra la propia respuesta, llega la hora de actuar. ¿Cómo?

Trabajando con la mente las propias ideas. “Construya” mentalmente la imagen de lo que desea. Muchos fracasan porque no consiguen definir lo que quieren.

Les sucede lo mismo que se cuenta de una persona que, después de entrar en un edificio, se sube al ascensor y cuando el ascensorista le pregunta: “¿A que piso va usted?” responde: “Me da igual, a cualquiera. Como me he equivocado de edificio, me da lo mismo el piso”.

CÓMO SOMOS Y QUÉ QUEREMOS

En nuestra vida personal y profesional debemos tener muy claro dos cosas: cómo somos y qué queremos. Nuestra autoconciencia nos permite “ver” tanto lo que somos como lo que nos gustaría ser en la vida.

Si la visión que poseemos de nosotros mismos viene de otras personas o de los paradigmas sociales vigentes, corremos el riesgo de tener una “visión deformada” de nosotros mismos; porque, en general, la visión o visiones que otros tienen de nosotros son proyecciones de sus propias imágenes. Si aceptamos lo que otras personas proyectan sobre nosotros permitimos que afloren en nosotros sus defectos con relación a la vida.

Por otro lado, la adquisición del autoconcepto, su organización y reorganización, así como sus cambios no cesan nunca.

El autoconocimiento nos permite definir lo que somos, lo que haremos y en qué contexto lo haremos. Los objetivos se vuelven entonces más claros y los deseos y preferencias adquieren mayor intensidad. Cada cual debe crear un sistema propio para relacionarse con las personas y consigo mismo, de manera que nuestras acciones sean más racionales y lineales o continuas a la hora de utilizar los propios recursos.

El autoconcepto libera la imaginación y la creatividad, ya que parte de una visión clara de lo que somos y queremos.

A pesar de estar sujeto a las interferencias del medio, el que tenga un autoconcepto formado, tendrá más fuerza para realizar lo que vislumbra.

El punto de partida para esa nueva aventura comienza con la pregunta: ¿Quién soy yo?

El autoconocimiento es la base, el inicio de la construcción de creencias individuales que servirán de palanca para cualquier transformación, primero personal y después profesional y social. La relación interpersonal es la base de la sociedad en que vivimos. Pero, para relacionarse bien con los demás debemos conocernos mejor. Y para desarrollar el autoconocimiento deben ser analizados algunos factores.

Pregúntese a sí mismo:

¿Cómo está mi vida con relación a la salud, la familia, la felicidad, la amistad, el ocio, el éxito, el amor, la vejez?

¿Cómo anda mi entusiasmo, mi vida profesional, mi conciencia, mi espiritualidad, Dios?

El autoconocimiento es un ejercicio mental. Trate de preguntarse con frecuencia:

¿Qué he hecho hoy?

¿Hice mal a alguien?

¿Ayudé a alguna persona?

¿Conseguí controlarme?

Al realizar estas reflexiones, estará aprendiendo sobre sí mismo, sobre la vida y estimulando el deseo continuo de aprender, que es tan extenso como la propia vida. Cuando se hacen ejercicios de este tipo, se contribuye al desarrollo del propio ser, preparándose al mismo tiempo para educar para ser.

Capítulo 2

Educar al educador

 

 

“Sólo el profesional puede ser responsable de su educación”.

A. NÓVOA

 

Sabemos que el ser humano en formación está sujeto a las interferencias del medio, principalmente en las primeras fases de la vida. Por tanto, la escuela y la familia influyen profundamente en el desarrollo de los niños en todos los aspectos: físico, emocional, intelectual y social.

Según Freud, existen tres funciones imposibles de definir: educar, gobernar y psicoanalizar. Vamos a detenernos en la función de educar, una incumbencia que la sociedad delega principalmente en el profesor.

El profesor no tiene solamente una función, una profesión o especialización, sino que tiene también la misión de transmitir la herencia cultural a las nuevas generaciones, formando mentes proactivas, capaces de enfrentarse a las incertidumbres de la vida.

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