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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Kate Hewitt. Todos los derechos reservados.

BAJO EL CALOR DE LA PASIÓN, N.º 87 - diciembre 2013

Título original: In the Heat of the Spotlight

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3907-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Luke Bryant se miró el reloj por sexta vez en los últimos cuatro minutos y sintió que le hervía la sangre.

Aurelie se retrasaba. Miró a Jenna, su directora de Relaciones Públicas, quien hizo un gesto de disculpa. A su alrededor, la gente que llenaba el elegante vestíbulo de mármol y cristal de Bryant empezaba a ponerse nerviosa. Llevaban quince minutos esperando a que apareciera la estrella del pop para la gran inauguración de la tienda y ella no se dignaba presentarse.

Luke apretó los dientes. Le habría gustado lavarse las manos de todo aquel condenado asunto. Había estado ocupado resolviendo problemas en la oficina de Los Ángeles y había dejado los preparativos de ese relanzamiento en manos de su equipo de Nueva York. A él jamás se le habría ocurrido contratar a una famosa como Aurelie. ¿Cómo podía habérsele ocurrido a Jenna?

Volvió a mirarla. La mujer se mordió el labio inferior. Luke avanzó hacia ella.

–¿Dónde está?

–Arriba.

–¿Y qué hace?

–Preparándose.

Luke controló su temperamento.

–¿Y se da cuenta de que lleva más de quince minutos de retraso para la única canción que va a cantar?

–Creo que sí.

Luke la miró con dureza. Sabía que se estaba enfadando con la persona equivocada. Jenna era ambiciosa y muy trabajadora y, si había contratado a una pasada gloria como Aurelie para realzar la inauguración de la tienda, había sido porque contaba con buenos estudios de marketing que avalaban su elección. Jenna se había mostrado firme en su opinión de que Aurelie gustaba al grupo de dieciséis a veinticinco años. Había tenido tres canciones de éxito entre ellos y ella misma tenía solo veintiséis años.

Al parecer, todavía despertaba interés en el público. «Igual que un descarrilamiento de tren», pensó Luke con amargura. «Porque no puedes apartar la vista del desastre».

Aun así, entendía la motivación de Jenna. Esta había contratado a Aurelie, habían hecho publicidad y un número importante de personas había acudido a ver a la antigua princesa del pop cantar una canción antes de la reapertura oficial de la tienda. Como presidente de Tiendas Bryant, el responsable último era él. Como siempre.

–¿Dónde está exactamente?

–¿Aurelie?

–¿Quién si no? –hasta su nombre era ridículo. Su verdadero nombre probablemente sería Gertrude o Millicent. O, peor aún, algo como Kitti o Jenni. En cualquier caso, absurdo.

–Está en la sala de empleados.

Luke asintió sombrío y se dirigió arriba. Aurelie había sido contratada para cantar y por Dios que lo iba a hacer.

Arriba, el departamento de mujeres de Bryant estaba silencioso y vacío. Los percheros de ropa y los fantasmales maniquíes sin rostro parecían acusarlo en silencio. Ese día tenía que ser un éxito. Tiendas Bryant llevaba cinco años en declive, igual que la economía. Nadie quería lujos caros, que era en lo que se habían especializado ellos durante el último siglo. Luke llevaba años intentando cambiar las cosas, pero su hermano mayor, Aaron, había insistido en tener la última palabra y no le interesaba hacer algo que, en su opinión, rebajaba el nombre de Bryant.

Después de recibir los últimos informes negativos, Aaron había consentido por fin en hacer cambios y Luke rezaba para que no fuera demasiado tarde. Si lo era, las culpas serían para él.

Y con razón. Era el presidente de Tiendas Bryant, aunque Aaron seguía tomando muchas decisiones. Luke aceptaba la responsabilidad de lo que ocurriera en su rama de Empresas Bryant, incluida la contratación de Aurelie.

Llamó con los nudillos a la puerta de la sala de empleados.

–¿Hola? ¿Señorita Aurelie? –¿por qué aquella mujer no tenía un apellido?–. La estamos esperando –probó el picaporte, pero la puerta estaba cerrada. Volvió a llamar y no obtuvo respuesta.

Permaneció un momento inmóvil, recordando otra puerta cerrada y un silencio muy distinto. Sintió el ardiente dolor de la culpabilidad.

«Esto es culpa tuya, Luke. Tú eras el único que podía haberla salvado».

Apartó los recuerdos con determinación. Apoyó el hombro en la puerta y le dio una fuerte patada. La cerradura estalló y se abrió la puerta.

Luke entró y miró a su alrededor. Había ropa esparcida por la mesa y las sillas, y alguna incluso en el suelo, donde había también algo más.

Aurelie.

Se quedó allí en estado de shock, suspendido en los recuerdos, y, cuando pudo andar, se acercó a ella. Estaba tendida en un rincón de la estancia ataviada con un vestido ridículamente corto y las piernas separadas.

Se acuclilló a su lado y le tomó el pulso. Parecía firme, ¿pero qué sabía él de pulsos? La miró a la cara, que estaba pálida y levemente bañada en sudor. Tenía un aspecto horrible. Suponía que, en un sentido puramente objetivo, era guapa, con el pelo rubio, casi castaño claro, y una figura esbelta, pero su rostro estaba gris y parecía excesivamente delgada.

Le tocó la mejilla y la encontró sudorosa. Sacó el móvil para llamar al 911 con el corazón latiéndole con fuerza. Seguramente se trataría de algún tipo de sobredosis. Nunca había pensado que tendría que pasar por aquello dos veces en su vida y el antiguo pánico le helaba las venas.

Entonces ella abrió los ojos y la mano de él se detuvo en el teléfono. Luke sintió algo en su interior al ver el color de los ojos de ella. Eran azules, del color del Atlántico un día frío y gris, y llenos de tristeza. Ella parpadeó y luchó por incorporarse sentada. Lo miró y algo frío brilló en las profundidades azules de sus ojos.

–Muy guapo –murmuró.

Luke sintió un gran alivio. La ayudó a incorporarse tomándola por las axilas y ella se apoyó en él.

–¿Qué has tomado? –preguntó él.

Ella alzó la cabeza para mirarlo y sonrió con burla.

–Lo que haya sido me ha mareado.

Luke la tomó en brazos y caminó hasta el baño. Llenó un lavabo de agua fría y le metió la cara dentro con un movimiento brusco.

Ella alzó la cabeza como un gato escaldado.

–¿Qué demonios...?

Ahora estás un poco más sobria, ¿no?

Ella se secó la cara con las manos y se volvió a mirarlo de hito en hito.

–Oh, sí, estoy sobria. ¿Tú quién eres?

–Luke Bryant –dijo él con rabia reprimida–. Yo te pago para que actúes, princesa, así que tienes cinco minutos para recuperarte y bajar.

Ella se cruzó de brazos; su cara seguía gris y atormentada.

–Y maquíllate un poco –añadió Luke, volviéndose para salir–. Estás horrible.

 

 

Aurelie Schmidt (poca gente sabía lo de Schmidt) se secó los últimos restos de agua de la cara y parpadeó con fuerza. Estúpido hombre, estúpido contrato y estúpida ella por haber ido allí. Por intentar ser diferente.

Respiró hondo y sacó una chocolatina del bolso. La abrió con un movimiento brusco y miró la ropa esparcida por el improvisado camerino. Jenna, la empleada de Bryant que la había contratado, se había mostrado horrorizada al ver la ropa que había elegido Aurelie al principio.

–Pero tú eres Aurelie. Tienes una imagen.

Una imagen que había caducado cinco años atrás, pero que la gente seguía queriendo ver. Querían verla a ella, aunque no sabía si porque gustaban sus canciones o porque esperaban verla meter la pata una vez más.

Por eso se había cambiado los vaqueros y el top vaporoso del principio por un minivestido. Se disponía a maquillarse cuando se había desmayado. Y el señor Jefe Bryant había entrado y asumido lo peor. Lo cual no tenía nada de raro; ella había hecho lo peor tantas veces que no podía molestarse cuando alguien sacaba la conclusión más obvia.

Devoró la chocolatina y optó por la versión rápida de maquillaje: colorete, antiojeras, lápiz de ojos y un pintalabios atrevido. Tenía el pelo horrible, así que se lo sujetó en alto y le echó mucha laca. De todos modos, a la gente probablemente le gustaría verla un poco confusa; para eso estaban allí. Por eso la seguía todavía la prensa rosa aunque hacía más de cuatro años que no sacaba un álbum nuevo. Porque todo el mundo quería verla fracasar.

Hacía más de veinte minutos que tendría que haber salido a cantar y sabía que la audiencia estaría impaciente. Y Luke Bryant se enojaría cada vez más. Sonrió con cinismo y salió de la estancia. Luke Bryant obviamente se fiaba muy poco de ella. Y, desde luego, no era el único.

Salir al escenario, aunque fuera uno improvisado como aquel, siempre era una especie de viaje astral para Aurelie. Dejaba de ser ella misma, de estar en su cuerpo, y se convertía en la canción, en el baile, en la actuación. En la Aurelie que conocía el mundo.

La multitud que había delante de ella formaba una masa sin rostro y ella tomó el micrófono. Su tacón de aguja se enganchó en una grieta del suelo y por un instante creyó que se iba a caer. Oyó el respingo colectivo de la gente y supo que todos esperaban, algunos incluso deseaban, que se cayera de bruces. Se enderezó, sonrió animosa y empezó a cantar.

Normalmente no era consciente de lo que hacía en el escenario; simplemente lo hacía. Cantaba, se movía y sonreía. Para ella era como una segunda naturaleza; o mejor dicho, la primera, pues la actuación, ser otra persona, era más fácil que ser ella misma. Y, sin embargo, allí, en medio de todo ese fingimiento, sintió que algo quedaba en silencio en su interior a pesar de estar cantando.

Luke Bryant la miraba de pie al lado del improvisado escenario, apartado de la audiencia que se hallaba reunida en el vestíbulo. La miraba con rostro sombrío y ojos llameantes. Y lo peor de todo fue que ella se descubrió mirándolo a su vez. Y una parte de ella no podía apartar la vista ni siquiera cuando se volvió hacia la multitud.

 

 

Luke observó a Aurelie empezar su actuación y supo que funcionaba en piloto automático, pero era lo bastante buena como para que no importara. Su cuerpo delgado se movía con una gracia elegante y sensual. Su voz era clara y firme, pero también ronca y sugerente cuando quería, una mezcla de sol y humo. Era una voz sexy y ella hacía muy bien su trabajo. A pesar de que estaba irritado con ella, podía reconocerle eso.

Y entonces ella se volvió y lo miró y él sintió... necesidad. Una abrumadora necesidad física de ella, pero más que eso, una necesidad... de protegerla. ¡Qué ridículo! Ni siquiera le caía bien. La despreciaba. Y, sin embargo, en el segundo en que sus miradas se encontraron, sintió un tirón en el corazón y en... bueno, en el lugar obvio.

Ella apartó la vista y él respiró hondo, aliviado. Sin duda estaba cansado y muy estresado o no desearía a alguien como Aurelie.

La oyó animar a la multitud a cantar el estribillo con ella y la observó mover la cabeza y gritar:

–Vamos, no es tan vieja como para no recordarla.

Luke sintió cierta admiración por que fuera capaz de reírse de sí misma. Se necesitaba coraje para hacer eso. Pero la recordó tirada en el suelo de la sala de empleados y movió la cabeza con disgusto. El suyo era el coraje del alcohol. O de algo peor.

Terminó la música, los tres minutos intensos de baile y canción, y Luke oyó los aplausos. Ella gustaba a la gente, aunque sabía que en parte se reían de ella y sospechaba que Aurelie también lo sabía. La observó saludar con una sonrisa de sorna, despedirse agitando la mano de sus fans y avanzar hacia él. Sus miradas se encontraron de nuevo y Aurelie alzó un poco la barbilla y le lanzó un desafío con los ojos.

Luke sabía que la había tratado mal arriba, pero no estaba dispuesto a disculparse. Aquella mujer podía estar drogada. Había terminado su actuación y él quería que se marchara. Era demasiado imprevisible para tenerla aquel día en la tienda. Ella se acercó y él extendió el brazo y le puso una mano en la muñeca.

Sintió la fragilidad de sus huesos bajo los dedos, el tamborileo frenético de su pulso, y deseó no haberla tocado. Allí, tan cerca, podía oler su perfume, un aroma fresco y cítrico, y sentir el calor de su cuerpo. No pudo evitar mirar la redondez de sus pechos y la curva de las caderas, realzadas ambas cosas por el vestido que llevaba. Alzó la vista y vio que ella lo miraba casi con cinismo.

Apartó la mano de la muñeca de ella.

–Gracias –dijo. Y notó lo tensa que parecía su voz.

Ella sonrió.

–¿Por qué exactamente?

–Por cantar.

–No hay por qué darlas, mandón.

Él la miró irritado.

–¿Por qué te parezco mandón?

–Bueno... –ella puso los brazos en jarras–. Me has metido la cara en un lavabo lleno de agua fría y esperabas que te diera las gracias por ello.

–Te habías desmayado. Te he hecho un favor.

A ella le brillaron los ojos. Se burlaba de él.

–¿Ves lo que quiero decir?

–Yo solo quería que hicieras lo que tenías que hacer –respondió Luke. Cuanto antes se fuera de allí aquella mujer, mejor. No la necesitaban más.

Ella le puso una mano en el pecho con la misma sonrisa burlona y sintió el fuerte golpeteo del corazón de él. Luke notó el calor de la mano a través de la camisa, la suave presión de los dedos femeninos y su libido reaccionó de inmediato.

–¿Y qué es lo que tengo que hacer ahora? –preguntó ella bajando un poco la voz.

–Marcharte –contestó él. No podía controlar la reacción de su cuerpo, pero sí podía controlar todo lo demás.

Ella se rio con suavidad y apretó la mano con más fuerza en la camisa de él, abriendo los dedos.

–¿Estás seguro? –murmuró.

Luke le agarró la mano con furia, consciente de nuevo de su fragilidad, y se la arrojó como si fuera un cuerpo muerto.

–Pediré a Seguridad que te escolten fuera.

Ella enarcó las cejas.

–¿Y eso quedará muy bien, precisamente hoy?

–¿Qué quieres decir?

–¿Echar a Aurelie con los gorilas de Seguridad? A la prensa rosa le encantará –se cruzó de brazos con un brillo peligroso en los ojos. Casi parecía al borde de las lágrimas o, más probablemente, del triunfo–. Tu gran inauguración se convertirá en una burla. Créeme, yo sé cómo funciona eso.

–No me cabe la menor duda –a ella la habían ridiculizado muchas veces en la prensa.

–Admítelo, mandón –se burló ella–. Me necesitas.

Luke sintió tentaciones de decirle que se fuera, pero se impuso la razón. Dependía demasiado de aquel evento para estropearlo por un orgullo estúpido.

–Muy bien –musitó–. Puedes circular durante una hora y después te marchas sola. Pero si se te ocurre...

–¿Qué? –ella enarcó las cejas con otra sonrisa de burla–. ¿Qué es lo que crees que voy a hacer?

–Ese es el problema, que no tengo ni idea.

Aurelie apartó la vista y su expresión se volvió velada.

–No te preocupes –declaró–. Les daré a todos, incluido tú, lo que quieren. Siempre lo hago.

Y caminó hacia la multitud.

Luke la observó sorprendido. Había asumido que ella era una chica superficial, pero acababa de percibir algo oscuro, profundo e incluso doloroso en su mirada.

Respiró hondo y caminó en dirección contraria. No perdería ni un segundo más de su tiempo pensando en aquella condenada mujer.

Con el miniconcierto ya terminado, la gente caminaba por la tienda, mirando las vitrinas de joyas y maquillaje y los escaparates colocados con arte. Luke se obligó a concentrarse en lo que hacía, pero aunque se movía entre la gente sonriendo y conversando, seguía sintiendo el calor de la mano de ella en el pecho y se imaginaba que su huella permanecía en la camisa, o incluso en la piel.

 

 

Aurelie se giró para ver alejarse a Luke Bryant y se preguntó cómo sería por dentro el señor Mandón. Era muy estirado, eso seguro. Y al ponerle la mano en el pecho había notado lo tensos que estaban sus músculos. También había sentido el rápido golpeteo de su corazón y había comprendido que ella lo excitaba.

Eso debería haberle causado satisfacción, pero no era así. Solo sentía cansancio. Mucho cansancio, y la idea de interpretar a Aurelie la Estrella del Pop una hora más, le daba náuseas.

Se preguntó qué ocurriría si dejaba de ser coqueta y salaz solo por esa tarde y era ella misma.

Recordó la mirada horrorizada de la mujer de Relaciones Públicas cuando se lo había insinuado. Nadie quería a la Aurelie real. Querían a la princesa del pop que tropezaba en la vida y cometía muchos errores. Esa era la única que les interesaba.

Y era la única persona que ella quería ser. No estaba segura de que quedara algo más dentro de ella. Respiró hondo, enderezó los hombros y se metió entre la gente.

La multitud era claramente de clase media. Aurelie conocía las boutiques Bryant como tiendas de lujo, pero miró la vitrina de joyería y comprendió que el relanzamiento iba encaminado a vender artículos más baratos. Suponía que, con la crisis, era lo mejor que se podía hacer, y no parecía que la tienda hubiera sacrificado el estilo o la elegancia en su empeño por atraer a un comprador más preocupado por el dinero. Le resultó irónico que tanto ella como la tienda se estuvieran reinventando. Se preguntó si Luke lo haría mejor que ella.

Caminó entre la gente tres cuartos de hora, firmando autógrafos, haciendo mohínes y riendo como si se divirtiera mucho. Desde luego, no era así. Pero mientras interpretaba a la princesa, se descubrió mirando mucho a Luke Bryant. Por su modo de apretar la mandíbula y por la tensión de sus hombros, parecía que él tampoco se divertía mucho. Y, a diferencia de ella, no conseguía ocultarlo.

Desde luego, era muy atractivo, de pelo castaño oscuro, ojos marrones y cuerpo fuerte. Pero parecía muy serio, severo, con mirada sombría y boca apretada en una fina línea. ¿Sonreiría alguna vez? Probablemente le habían extraído quirúrgicamente el sentido del humor.

Recordó entonces el golpeteo del corazón de él bajo sus dedos y la calidez de su piel a través de la camisa. Recordó cómo la había mirado, primero con desaprobación y después con deseo. Aunque estaba acostumbrada a esas miradas, algo en ella, algo que Aurelie creía muerto y enterrado, había respondido.

Sus ojos se encontraron y ella se dio cuenta de que llevaba medio minuto mirándolo. Él le devolvió la mirada como si la valorara y no la encontrara digna. A Aurelie le dio un vuelco el corazón y lo miró deliberadamente de arriba abajo. Él frunció la boca con algo que parecía disgusto y se volvió.

Aurelie permaneció un momento quieta, casi herida. ¡Qué ridículo! Ella solo había querido irritarlo. Además, había padecido insultos mucho peores que aquel. Solo tenía que abrir un periódico o pinchar en una de las muchas revistas electrónicas de cotilleos de famosos. Aun así, no pudo negar el aguijón del dolor, como una astilla clavándose en su corazón. ¿Por qué la afectaba tanto aquel hombre?