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Marisa Rodríguez Abancéns

VOY A DECIR QUE SÍ

Josefa Segovia

NARCEA, S. A. DE EDICIONES

Fotografías de la cubierta: InImage

ISBN papel: 978-84-277-2164-7

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autori-zación de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográ cos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

1.  Soñar sí cuesta

2.  El mensaje y el medio

3.  Los ojos de la inspectora

4.  Mujeres que cuentan

5.  Más implicada en la Institución Teresiana

6.  Resistencia y valor

7.  La inteligencia ante el laberinto

8.  Esperanza o nada

9.  Visión universal

10. Voy a decir que sí

11. En las claves de hoy

Notas

Datos biográficos de Josefa Segovia

Bibliografía sobre Josefa Segovia

Agradecimientos

PRÓLOGO

SALE A LA LUZ UN LIBRO DIVULGATIVO, DEDICADO AL GRAN PÚBLICO, sobre la vida de Josefa Segovia, quien llegó a ser directora de la Institución Teresiana. Mujer adelantada a su tiempo, abierta de mente y de acción, profesional de la enseñanza pública y defensora de los derechos de las mujeres y de su participación en la vida social.

Tiene en sus manos el lector, la lectora, una historia entre dos sólidas afirmaciones, repetidas al principio y al final de la vida.

Voy a decir que sí es un libro de personaje. Sus páginas nos acercan a una mujer singular, de gran personalidad, que vivió hace ahora ciento veinticinco años, pero su pensamiento, sus opciones y su actitud ante la vida siguen siendo válidos a los hombres y las mujeres de hoy. Esta obra pretende desde su inicio situar a Josefa Segovia en la actualidad y ofrecer a los lectores algunas respuestas de sentido a los severos cuestionamientos del presente.

Con once epígrafes de fácil lectura, el libro va contando lo que ocurre en el pasado siempre en relación con la actualidad. Y así atraviesa por la historia de Josefa Segovia, de sus acciones, de sus gestos y sus esperanzas: Josefa Segovia estudiante, llena de anécdotas sabrosas; la inspectora de Jaén; su empeño y su trabajo por la promoción de la mujer; su identificación y adhesión a la Obra de Poveda hasta llevarla a ella misma a romper con todos los planes previstos; la visión universal que la llena de energía y valor para continuar el proyecto y extender esta Asociación de seglares por distintos lugares del mundo.

“Josefa Segovia nunca pierde esa perspectiva universal que le hace mirar por el balcón del mundo a otras tierras, a otros rostros, y aprovecha cuanto se pone por delante para llevar a cabo este empeño”, se afirma en el texto.

En estas páginas encontramos a la mujer estudiosa, preocupada y ocupada por la educación, la formación y la buena preparación para poder participar en el debate social de su época, cuestión de indiscutible actualidad en el presente.

Resultan especialmente interesantes los detalles de Josefa Segovia que reflejan su vertiente más humana: los gestos con las maestras que visita en sus años de inspección, su capacidad de relación con las jóvenes universitarias, su acercamiento a las empleadas y empleados de servicio, su sensibilidad para acudir a las afueras y barrios de la ciudad. Mujer de relaciones, abierta de mentalidad, preocupada por la cuestión social y mujer de gran esperanza.

Presentada como la comunicadora que fue, el libro nos acerca al pensamiento y a la acción de esta giennense, clave en el inicio y desarrollo de la Institución Teresiana. Y quiere hacerlo a través de sus propias palabras. De ahí que el lector, la lectora, encuentre numerosos textos de distinta índole a lo largo de estas páginas. La vida a través de la palabra es uno de los hallazgos de esta biografía.

Voy a decir que sí es un libro ágil y profundo a la vez. Su fácil lectura y su lenguaje sencillo, facilitan el recorrido del relato con interés y permiten al lector, a la lectora, adentrarse en una historia de indiscutible atractivo: la de una mujer creyente, innovadora y abierta, adelantada a su tiempo, que supo romper barreras al acceso de las mujeres en la participación social y en la vida pública. Este último aspecto vertebra, de alguna manera, la biografía que se presenta aquí. Varias de sus páginas se centran en el dificultoso camino por el entramado social que atravesaron las mujeres de su época y la capacidad de reacción para ponerse en vanguardia.

Josefa Segovia hizo realidad el carisma de Poveda. “Josefa Segovia demuestra con su vida que la idea de Pedro Poveda puede realizarse; toda su biografía parece una respuesta a esta afirmación”, se afirma. La fe y la vida, la dificultad, la esperanza, van apareciendo entre líneas creando una sintonía entre lector y personaje.

La autora, Marisa Rodríguez Abancéns, es periodista, licenciada en Derecho y doctora en Ciencias de la Información; y al periodismo ha dedicado gran parte de su actividad. Durante ocho años dirigió la revista Crítica, de información general, con un especial interés por las cuestiones sociales, la actualidad cultural y científica, y las cuestiones de género.

Marisa Rodríguez es comunicadora por herencia y por vocación. Heredó de su padre, como ella afirma reiteradamente, el valor de las palabras y a la comunicación dedica gran parte de su tiempo y su tarea. Admira profundamente a Josefa Segovia, auténtica mujer creyente, pionera del avance femenino, y a ella y a la Institución Teresiana ha dedicado muchos artículos en prensa, y en diversas publicaciones, siempre poniendo cariño y pasión.

Es autora de una biografía de Pedro Poveda dedicada al gran público que lleva por título: Pedro Poveda, mansedumbre y provocación, traducido al inglés.

Voy a decir que sí presenta a una Josefa Segovia como mujer contemporánea capaz de ofrecer algunas pistas para seguir adelante hoy.

MAITE URIBE BILBAO

Directora de la Institución Teresiana

Madrid, 19 de marzo, 2016

INTRODUCCIÓN

LAS PALABRAS POSEEN UNA FUERZA SORPRENDENTE. Pueden crear realidades que no existían hasta pronunciarlas. “La palabra es la casa del ser”, afirma Heidegger. Las palabras construyen y destruyen. Pueden liberar o encadenar, abrir o cerrar caminos. Pero pocas son tan poderosas y definitivas como la palabra .

La vida de Josefa Segovia, de 1891 a 1957, transcurre precisamente entre dos afirmaciones rotundas, contundentes, seguras, confiadas.

La primera, en su juventud, cuando decide cambiar el rumbo de su vida y embarcarse en una obra nueva y reciente. Cuando Pedro Poveda le hace una propuesta, le pide una colaboración: asumir la dirección de una Academia para estudiantes en Jaén, en 1913. Profesionalmente estaba preparada para el trabajo, y bien preparada. Pero ella tenía otros planes. A pesar de todo, intuye que aquella oferta era la gran oportunidad. Y acepta finalmente una noche de duermevela. Sí, piensa, ¡voy a decir que sí! Y de pronto aparece la libertad.

La segunda, en su madurez, cuando su existencia culmina con la palabra total, esta vez, definitiva. Era 25 de marzo de 1957. Al salir de casa, para ser sometida a una operación quirúrgica, deja estampada esta única rúbrica en su calendario de mesa: Fiat, Sí, Hágase.

Toda su existencia, sesenta y cinco años, transcurre en medio de estas dos afirmaciones. Ella buscó una identificación con María, la Madre de Jesús, la mujer del Sí por excelencia.

La palabra sí supone siempre un paso adelante. Implica una buena dosis de fe en aquello por lo que se apuesta y de esperanza en sus posibilidades.

No pretendemos hacer aquí un juego de palabras, aunque en eso consiste precisamente escribir, en jugar y conjugar la magia de las palabras.

Esta no es una biografía a modo tradicional; es el relato de la existencia de una mujer singular atravesado por sus palabras, por la descripción que ella misma hace de la realidad, del sentir humano, de la fuerza de la vida cuando el amor es lo primero. En estas páginas será ella quien cuente qué le pasó para que su testimonio resista al tiempo; qué nos dice hoy a los contemporáneos del siglo XXI; cómo pudo ser el guión que une realidad y esperanza, ciencia y fe, saber y creer, justicia y ternura para sostener, a veces en vilo, la bella aventura de la vida humana.

Veremos cómo y por qué, una mujer recia y trabajadora, afirma resuelta: “Yo creo en los milagros”.

Pocas personas se atreven hoy en día a utilizar la palabra “milagro” con tanta libertad. Pero es algo que ronda la existencia humana. En una de sus columnas, la periodista Rosa Montero afirma que “la realidad está llena de prodigios, de esfuerzos de amor de los que no se habla”. Pues a esos prodigios les llama Josefa Segovia “milagros”.

Inspectora de Enseñanza Primaria, ejerció su profesión dejando una huella de profunda humanidad entre compañeros y alumnos y supo ser competente en el mundo académico.

Convencida del papel fundamental de las mujeres en la sociedad, esta giennense trabaja con cuantos defienden sus derechos, uniéndose al pensamiento y actividad de mujeres pioneras del siglo xx.

Josefa Segovia fue la principal colaboradora de Pedro Poveda en la puesta en marcha y en la extensión de la Institución Teresiana. Sintonizó muy bien con una asociación moderna, que abría nuevas posibilidades a los cristianos insertos en la vida cotidiana y reclamaba una presencia sencilla, abierta al diálogo con las cuestiones emergentes. Así pues, ella misma llega a dirigir y gestionar la Obra de Poveda.

Esta mujer de Iglesia es un ejemplo, entre otros muchos, de cómo vivir un compromiso cristiano mezclado y fundido con la circunstancia humana, herida hoy por tantos signos de violencia. Supo ponerse al lado de los demás y cerca de “los de menos”. Comunicadora nata, con sus palabras, con su vida, nos transmite la certeza de que hay que esperar siempre y trabajar por el futuro que soñamos. Porque Dios no está allá arriba, sino que camina al paso de los hombres y mujeres por nuestras calles. Me la imagino en esta “sociedad del conocimiento”, luchando por la igualdad, por la justicia, por una educación para todos. También desde columnas y titulares de prensa. Asuntos estos en los que se implicó aunque no le fue fácil llevarlos a cabo, defenderlos.

Josefa Segovia era una giennense de carácter universal y abierto. De ahí que pisara el asfalto de muchos lugares para mirar de cerca rostros de varios colores y razas. Buscó otras culturas, atravesó otras fronteras y le abrió paso a la Institución Teresiana en distintos países y lenguas del mundo.

Pudo más la fe, pero su vida no fue fácil. Fue en muchos momentos una carrera a contracorriente no exenta de incomprensiones y conflictos. Pero lo que vale cuesta y ella lo defiende con energía. Se define a sí misma como una mujer de fe y de mucha esperanza, y toda su vida se desarrolla bajo esta señal de identidad.

Entre los muchos testimonios escritos, tras su muerte, se afirma que “las cualidades de universalidad de su figura y el influjo que irradia rebasan con mucho las exigencias de su cargo —directora de la Institución Teresiana— y su función”.1 Muchos años más tarde, en el 2000, sería incluida entre las 100 mujeres del siglo XX que abrieron camino a la igualdad en el siglo XXI, en una Exposición de la Comunidad de Madrid, que recogía fotografías y breves biografías de cien mujeres que destacaron el siglo pasado en diversos aspectos de la vida social.

Las páginas que siguen tratan de acercar al lector a esta personalidad poliédrica, desde su propia expresión sobre la vida y sus rincones, deteniéndose en algunos rasgos más sobresalientes, según quien escribe. Vamos a situar a Josefa Segovia en el mundo de hoy —mundo amable, mundo cruel— frente a cuestionamientos y problemáticas actuales para encontrar en su biografía enfoques y actuaciones válidas para el hombre y la mujer del siglo XXI.

ESCRIBE MI CARTA

El tren de alta velocidad parece que arrastra con él a todos los árboles que se encuentra de paso, un paso rápido, vertiginoso. Pero a los viajeros y viajeras que ocupan sus asientos no parece importarles mucho. Cada uno está enfrascado en la tablet, el ordenador, el ebook, el móvil. Casi nadie mira hacia el exterior, afuera, mientras el día llama insistente por la ventanilla de unos cristales blindados que no dejan pasar el aire.

Esta es una estampa habitual hoy en cualquier desplazamiento y mucho más en los de distancia larga, como este tren en el que me encuentro. Bien le hubiera gustado a Josefa Segovia, excelente comunicadora, haber conocido los secretos del chip y tener a mano un aparato de los antes citados en sus viajes, ¡tantos y algunos tan precarios! Porque ella nunca olvidaba la pluma y el papel para sus desplazamientos. Entonces el ferrocarril, cuando lo había, tenía mucho de tartana, el paisaje era como un fotograma semifijo que pasa lentamente. Es fácil imaginar la escena: el tren se despereza de humo y ella mira a través de unos cristales llenos de huellas dactilares. Al poco tiempo, saca sus cuartillas y se pone a escribir; va arrojando palabras como quien arroja piedrecitas para señalar un camino.

Detrás de cada palabra hay un rostro, un deseo, una necesidad, una respuesta, un nombre. Los seres humanos estamos hechos de nombres, en feliz afirmación del escritor y periodista Juan José Millás. Somos una cosa u otra en la vida dependiendo de los sustantivos y adjetivos que nos hayan adjudicado: se es hombre, mujer, emigrante, refugiado, ingeniera, maestro según el nombre que te nombra.

Josefa Segovia aprovecha sus viajes para escribir. La imaginamos sentada en el asiento, traje de chaqueta, sombrero a juego y pelo recogido en un discreto moño bajo. Mirada profunda y cara de prisa. Y desde el tren se dirige a las maestras rurales animándolas en el desaliento de sus tareas, o escribe su discurso sobre “La influencia del elemento sobrenatural en la obra educativa”, que debía pronunciar en un encuentro de profesoras en Burgos en 1925, del que después hablaremos. O anota pequeños textos, pensamientos serenos, reconfortantes, preparando su conversación con las presas que visita todos los miércoles de diciembre de 1926 en la cárcel de mujeres de Madrid. Hay que tener en cuenta que ser mujer en el primer cuarto del siglo xx y además estar encarcelada, era toda una pesadilla. Por eso ella acude a su lado: les habla, les transmite paz, les da consuelo. Como buena seguidora de Poveda, pone en práctica aquellas palabras suyas sobre “el oficio” de ser sal. La sal cura las heridas y cauteriza lo que está corrompido.

La sal que cura heridas… ¿Cómo será la sal del siglo XXI, tan herido?, me pregunto mientras observo la velocidad del tren que nos lleva, como un pez espada que huyera mar adentro: trescientos veinte kilómetros hora.

En efecto, el camino es buen compañero de la memoria y del compromiso; el viaje facilita el arte de contar. Josefa Segovia confía en la eficacia de la comunicación y, cuando no encuentra las palabras, pide ayuda a las alturas: “Cuántas veces me encuentro yo ante un pliego de papel, con ansias de escribir algo que ayude a las personas. Me acuden las ideas empujándose unas a otras y escribo y escribo, y después aquello no me llena, no satisface mi deseo; si allí no hay nada de lo que bulle dentro; si no está clara la expresión, si no es eso lo que quiero”. Y se atreve a pedir con insistencia: “Escribe Tú, Señor, escribe mi carta; escríbela con caracteres claros e indelebles, escribe para otros, pero también escribe para mí lo que ni el tiempo ni las criaturas puedan borrar”. 2

También su mañana empieza con una frase escrita, un deseo de papel que llena de sentido el día entero. Es ya un clásico “tesoro”, conocido por quienes se han acercado a su biografía, el pequeño calendario de grandes palabras escritas día a día, año tras año, como pájaros palpitantes que aún tienen vida propia. Frases sencillas, orientativas de la jornada, piadosas, que hoy mismo dejan entre líneas el irrenunciable deseo de ser mejores personas.

“Que yo sienta, Señor, la única impaciencia de consolarte, amarte, buscarte”, puede leerse en su Diario en 1931. Estas palabras no salen de la pluma de una mujer encerrada entre cuatro paredes; salen de alguien que está viviendo a la intemperie. Precisamente, en aquellas fechas su vida atraviesa un momento de gran actividad. En los años treinta se crea la Liga Femenina de Orientación y Cultura, asociación que servía de cauce y ayuda a las licenciadas y profesionales recién tituladas, y Josefa Segovia trabaja intensamente en la tarea formativa de la mujer, uno de los rasgos más identificadores de su biografía.

Ciertamente una de las aportaciones más interesantes que sitúan a Josefa Segovia en la actualidad es la valoración y el uso de la palabra, y de la palabra para ser comunicada. Escribió incansablemente, más de catorce mil cartas, además de artículos y publicaciones de diferente índole. Impulsó medios de comunicación, como veremos después, animó y promocionó a escritoras y gestionó trabajos editoriales.

Es decir, supo captar la fuerza multiplicadora de la comunicación. Nada es tan necesario para la realización de la persona como la comunicación; somos relación indiscutible, en y para los demás. Afirma el ensayista Fernando Savater que “nadie llega a convertirse en humano si está solo. Nos hacemos humanos los unos a los otros”. Josefa Segovia era una mujer con una increíble capacidad de relación, y supo utilizar todas las posibilidades que ofrece la comunicación para llegar lo más posible y a los más posibles. Su trato producía empatía, sobre todo a los jóvenes.

No sería exagerado decir que dedicó su vida a “comunicar”. Y gracias a eso tenemos hoy “tanta Josefa Segovia” al alcance de la mano, de la pantalla del ordenador, ¡tan elocuente!, de la página que resiste el tiempo y que puede leerse como si fuera reciente por su contenido de “indiscutible actualidad”.

Sí, las palabras van siempre de camino y algunas, como estas, dejan escrita el lado más humano de la historia, que también lo tiene.

1. SOÑAR SÍ CUESTA

LA ENCONTRÉ DE SOPETÓN. AUNQUE ME HABÍAN DICHO QUE ESTABA ALLÍ, aquel retrato me produjo un impacto difícil de olvidar. Me impresionó verla entre tantos rostros masculinos. Con la excelente compañía de Encarnación Molina, experta en temas giennenses, nos adentramos en la Diputación de Jaén, a pesar de ser domingo, muy soleado, por cierto. El edificio es la principal obra de la arquitectura civil de la ciudad. Se levanta con estilo de palacio italiano renacentista, tiene dos pisos y un hermoso patio interior.

La solemne fachada, de inspiración neoclásica con retoques del arquitecto Flores de Llamas, conduce a la entrada al edificio. Nada más acceder, el patio nos llena de luz como una lámpara desparramada por todas las dependencias. Unas columnas y una fuente en medio recuerdan el alma de los patios andaluces. Una imagen de la Virgen, fruto de la donación de los propietarios del Convento de los Dominicos de La Guardia, centra el bello conjunto. Hay movimiento en las galerías circundantes.

En la primera planta se encuentran los salones de la Presidencia y el Salón de Personajes Ilustres rodeado de retratos de los anteriores presidentes de la Diputación y de testigos insignes de la ciudad. Josefa Segovia está situada frente a la puerta de entrada de esta noble sala. De manera que sus ojos oscuros se clavan inevitablemente sobre el visitante. Llama la atención la elegante sencillez de su postura. Y sorprende que sea la única mujer junto al rostro enjuto de los importantes políticos giennenses.

“Tiene solera española”, comenta en alto con acento italiano uno de los hombres que va en el grupo y que después resulta ser Antonino. El italiano pregunta quién es esa señora. “Una inspectora de Jaén, la primera de la comarca, una mujer que, digamos, rompió el techo de cristal en el siglo pasado”, afirma rápidamente Laura, la guía del grupo, que dirige la visita con gusto; habla con entusiasmo de las mujeres que se abrieron paso hasta las primeras filas. “Esta fue de bandera. Y es que lo único imposible es lo que no se intenta. Los sueños hay que cumplirlos”, añade, mientras abre el balcón que se asoma a la Plaza de San Francisco y deja ver la Catedral y un cielo luminosamente azul.

Efectivamente, “los sueños hay que cumplirlos”, un dicho que está de moda en la actualidad sobre todo entre el público joven más inclinado a soñar, aunque esta cuestión no tiene edad. Pero en el tiempo de Josefa Segovia se pensaba más que “los sueños, sueños son”, sobre todo si quien los persigue es mujer. En ese caso, todo resultaba más difícil; por eso, las mujeres que fueron capaces de abrirse camino y atravesar “fronteras” más o menos vetadas para ellas, se podían contar por su escaso número. Luchadoras, intrépidas, seguras de sus derechos y de su propia capacidad. Una de estas mujeres era Josefa Segovia Morón.

Ahora, mirando este magnífico retrato, impresiona pensar quién le iba a decir a aquella chica de Jaén que estaría, en su ciudad, enmarcada en una solemne fotografía entre importantes señores de renombre.

Lo cierto es que su itinerario lo merece. Es la historia de una mujer singular. Siempre se reveló como una persona despierta y hasta de niña parece interesada por lo que ocurre a su alrededor. Desde el balcón de su infancia en la calle Cambil, número 1, observa cada mañana la luz del sol sobre la cal de las fachadas blanquísimas de Jaén. Un Jaén con el embrujo pequeño de sus calles estrechas que parecen tener prisa por llegar al Castillo de Santa Catalina. Sí, Josefa Segovia, Pepita, es una niña que a los pocos años ya tiene curiosidad por las cosas, pregunta constantemente y le gusta observar de cerca. Es buena amiga y muestra una capacidad especial y prematura para ayudar a sus pequeñas acompañantes en lo que puede.

Dicen que cada adulto llevamos la infancia dentro, que somos lo que fuimos de pequeños. Hay niños y niñas que encierran mucha infancia en su interior. Y ella es una.

Josefa destaca enseguida como muy buena estudiante, así lo asegura Antonia, su primera maestra. Y también su padre que cuenta cómo a los cinco años “leía en manuscrito y contaba”.3 Es la segunda hija del matrimonio formado por Manuel Segovia y Dolores Morón, después de María Aurora. Luego vendrán Dolores, Carmen, Manuel e Isabel. El ambiente de sus primeros años pasados en Jaén fue feliz y armónico y esto le ayuda a desarrollar sus cualidades con naturalidad. Era realmente guapa por dentro y por fuera.

Le gusta el colegio, le entusiasma aprender.

Esta será más tarde una de las notas distintivas de su vida: la atracción por el conocimiento y la ciencia, y a esa apasionante tarea impulsa a cuantas personas le rodearon, sobre todo, a las jóvenes.

Una vez finalizados los estudios primarios, se traslada a Granada, donde viven sus abuelos y tíos por rama materna, para estudiar magisterio. Se propone dar un paso adelante poco común en las mujeres de su tiempo; estaba dispuesta a estudiar, a prepararse para afrontar la vida con razones, o sea, para tomar parte en el entramado social.

Está decidida pero le cuesta dejar Jaén, su ciudad, sus amistades, sus padres… Por eso durante el viaje vuelve una y otra vez la cabeza hacia atrás mientras los olivos corren a su lado, en su contra. El recorrido es largo y duro; las condiciones del camino y el medio de transporte rudimentario dificultan el sosiego y llenan de curvas la imaginación de la muchacha que va a iniciar una nueva etapa.

LA AVENTURA DE UNA JOVEN ESTUDIOSA

La noche cae sobre la bella ciudad de Granada cuando Josefa y su padre don Manuel llegan a la casa familiar de la calle Alonso Cano. Estamos a 12 de mayo de 1905 y ella aún no ha cumplido los catorce años. Ingresa en la Escuela Normal rompiendo así una tradición familiar y social. Entonces, las mujeres, por regla bastante general, no se dedican a estudiar, sino a otros menesteres considerados “más femeninos” como la confección, el piano o las tareas de la casa. Josefa Segovia es ahora una guapa adolescente con buenas cualidades humanas. Ella estudia y aprende pronto. Pude tener en la mano su expediente escolar y cumple todas las normas de la excelencia. Al terminar la carrera se presenta a Premio extraordinario y lo gana, como es de esperar.

En estos años, poco después de cumplir los diecisiete, un joven apuesto quiere conquistarla. Ella recuerda cómo le conoció; estaba esperando a entrar en clase y pasó Manolo. Ambos cruzaron las miradas. Una especie de flechazo muy elocuente. Se trata de un estudiante de Medicina que no tarda en pedirle relaciones. Se conserva la carta, sincera y sencilla, en la que Pepita pide permiso a sus padres para iniciar esta relación que finalmente es aceptada por sus progenitores. La franqueza y la ingenuidad con la que escribe a su padre refleja una intención limpia, directa, sin recovecos. “Te escribo porque como ayer fue el día de los Reyes y no me trajeron nada, quiero que, aunque tarde, me regalen algo que no cuesta dinero y que únicamente tú puedes autorizar. Desde hace dos años me pretende un muchacho (…) Se llama Manuel Bravo y es hijo de doña Pilar Palacios, amiga de las titas y de mamá (…) Es estudiante de Medicina, lleva la carrera muy adelantada (…) He de recordarte que tengo 17 años y que precisamente a esa edad permitiste a Aurora relaciones; que tengo que estudiar ya lo sé y te juro que habría de hacerlo como hasta aquí (…); solamente hablaría con él una hora después de la comida que es precisamente cuando no estudio”.4 Página esta que deja, sin remedio, una sonrisa en la boca de cualquier lector o lectora.

A lo largo de estos años pasados en Granada, Josefa, “la pequeñita” como le había llamado alguna profesora por ser la más joven de la clase, es un verdadero regalo para sus abuelos, atenta siempre a lo que necesitan, alegre y colaboradora en las tareas de la casa.

“Su vocación de educadora (…) ciertamente la adquirió pero no sin que tuvieran en ello una influencia decisiva los años de Granada (…). Tanto los estudios tan responsablemente llevados a cabo, como la directora de la Escuela, e incluso su ambiente familiar y el noviazgo, fueron haciendo de ella una verdadera maestra, una mujer culta, firme y cercana, capaz de relacionarse y de orientar aunque no tomara conciencia de ello hasta unos años después. Sin la experiencia de Granada es difícil comprender su biografía posterior”.5

Jaén y Granada van a ser dos puntales en su vida. Dos ciudades con embrujo, dos formas de arraigo, dos lugares emblemáticos para esta mujer emprendedora. Jaén y Granada, campos abiertos de luna, cantares de agua y encaje de piedra. Dos ciudades con alma que marcarán su vida definitivamente.

Los años pasados en Granada hasta conseguir el título de maestra estuvieron llenos de experiencias nuevas, de estudio, de relaciones y noviazgo. Puede decirse que fueron marcando su vida y prepararon ya los cimientos firmes de esta mujer que ahora llega a Madrid.

En 1909 se abre, en la capital de España, la Escuela Superior del Magisterio con rango universitario, cauce de acceso de la mujer a estudios superiores. Es ministro de Instrucción Pública Faustino Rodríguez San Pedro, del Gabinete de Maura, y José Ortega y Gasset, profesor del Centro, dicta la lección inaugural el día 20 de octubre de 1909; este mismo año Madrid inaugura la ya mítica Gran Vía el 4 de abril. Un año más tarde, en 1910 el Ministro de Instrucción Pública, Julio Burell, deroga una ley que impedía a la mujer el acceso a la universidad, sin permiso.

La joven estudiante no ha dudado en dar un paso más, solicita la plaza y, tras ser seleccionada para ello, llega a Madrid para cursar estudios en la Escuela Superior. Exactamente en el mes de septiembre de 1911 ingresa como alumna oficial en la Sección de Ciencias, una vez aprobados los exámenes de ingreso a dicha institución. Formará parte de la promoción 1911-1914.

¿Cómo se acerca una joven provinciana en esos años a la capital de España? Madrid es en entonces una ciudad abierta con una generación de intelectuales influidos por las ideas importadas de Europa. “España es el problema, Europa la solución”, afirma Ortega en 1911. Momento de brillante producción literaria, de pensamiento y expresión de nuevas formas de arte.

Para todo joven que se quiere abrir paso en Madrid, la capital de España es la libertad, “la ciudad alegre y confiada” que cuatro años después dibuja la comedia de Jacinto Benavente en el Teatro Lara de la capital. Ella tiene unos atractivos dieciocho años.

El profesorado de la Escuela Superior estaba nutrido de los grandes maestros de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), entonces cantera de nuevas formas culturales.