{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Kate Hewitt. Todos los derechos reservados.

EL REGRESO DEL GRIEGO, N.º 2084 - junio 2011

Título original: Bound to the Greek

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-361-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Promoción

Capítulo 1

VENGA por aquí, señor Zervas. Le presentaré a Eleanor, nuestra jefa de proyectos.

Yannis Zervas redujo ligeramente el paso al oír el nombre. Eleanor. No lo había oído en diez años. Pero supuso que sería una coincidencia. A fin de cuentas, en Nueva York había muchas más Eleanor que la mujer que le había partido el corazón.

La secretaria que lo acompañó a través del vestíbulo, decorado con obras de arte y muebles de diseño, se detuvo delante de una puerta de cristal ahumado, llamó una vez y la abrió.

–¿Eleanor? Quiero presentarte a...

Yannis no oyó el resto de la frase. Acababa de ver a la mujer que se encontraba en el interior del despacho.

Era su Eleanor. Eleanor Langley.

Sólo tuvo que mirarla para saber que estaba tan sorprendida como él. Naturalmente, intentó disimularlo; pero entreabrió un poco la boca y sus ojos ganaron en intensidad durante un par de segundos.

Después, se levantó del sillón y sonrió de forma profesional.

–Gracias, Jill. Déjanos solos, por favor.

La secretaria notó la repentina tensión del ambiente y los miró con extrañeza.

–¿Traigo café?

–Te lo agradecería mucho, Jill.

Jill salió del despacho y cerró la puerta mientras Yannis intentaba encontrar una explicación al encuentro. En principio, no resultaba tan sorprendente; Eleanor era neoyorquina y, además, cabía la posibilidad de que hubiera seguido la carrera de su madre. Pero la Ellie que él había conocido odiaba el mundo y el trabajo de su madre. Su Ellie quería abrir una cafetería.

–Has cambiado –dijo él.

Yannis no pretendía decirlo, pero no lo pudo evitar. La Eleanor del pasado no se parecía nada a la mujer elegante y sobria que se encontraba ante él. Su Eleanor era relajada, natural, divertida, completamente opuesta a aquella mujer de traje oscuro y cabello recogido en un moño. Sus ojos avellanados, antes dorados y cálidos, parecían ahora más oscuros, más fríos y hasta más pequeños.

Cuando se apartó de la mesa y se acercó para estrecharle la mano, notó que llevaba unos zapatos de tacón de aguja. Algo que su Ellie tampoco se habría puesto nunca.

Sin embargo, Yannis se maldijo para sus adentros por pensar en términos tan inadecuados. No era su Ellie. Nunca lo había sido. Lo descubrió cuando se vieron por última vez y supo que le había estado mintiendo de la peor manera posible; cuando Yannis se dio la vuelta y se marchó sin decir una sola palabra.

Eleanor Langley miró la superficie bruñida de la mesa y respiró hondo. Necesitaba unos segundos para recobrar la compostura.

Durante los diez años anteriores, había fantaseado muchas veces con la posibilidad de encontrarse con Yannis; pero no esperaba que el encuentro se produjera. Imaginaba que se veían, que le decía lo que pensaba de él y que él huía como un cobarde. Cuando estaba especialmente irritada, imaginaba que le daba una bofetada. Y en sus momentos más dignos, se lo quitaba de encima con una mirada fría y llena de desdén.

Nunca había imaginado que se pondría tan nerviosa, que estaría temblando por dentro y por fuera, que no podría pensar.

Volvió a tomar aire, intentó tranquilizarse y lo miró a los ojos.

–Por supuesto que he cambiado. Han pasado diez años –le dijo, fingiendo una fortaleza que no sentía–. Tú también has cambiado.

Era verdad. Su cabello, negro como la tinta, lucía ahora canas en las sienes. Además, su expresión era más dura, más masculina, y le habían salido arrugas. Pero lejos de avejentarlo, las arrugas le daban un aire de dignidad y experiencia. Incluso enfatizaban el gris acerado de sus ojos.

En cuanto a su cuerpo, seguía como siempre; alto, ágil, potente. El traje de seda que se había puesto, enfatizaba sus hombros anchos y sus caderas estrechas. Y lo llevaba con tanta soltura y elegancia como las camisetas y los vaqueros de su juventud.

Su aspecto era sencillamente magnífico.

Sin embargo, Eleanor se dijo que el de ella no le andaba a la zaga. Dedicaba mucho tiempo y esfuerzos a estar en forma; al fin y al cabo, el glamour era un aspecto fundamental en su profesión.

Segura de sí misma, se echó el cabello hacia atrás y le dedicó una sonrisa.

–Así que tú eres mi cita de las dos en punto.

Yannis también sonrió, aunque su mirada adquirió un destello duro, casi como si estuviera enfadado.

Eleanor se dio cuenta y se preguntó a qué se debería el enfado. Desde su punto de vista, ella era la única que tenía derecho a estar enfadada; no en vano, fue él quien se marchó y rompió su relación.

Pero ya no estaba enfadada. Lo había superado. Se había librado de Yannis Zervas. Ya no sentía nada por él.

O eso quería pensar.

–¿Has venido en representación de Atrikides Holdings? –continuó, frunciendo el ceño–. Me habían dicho que vendría Leandro Atrikides... ¿Ha habido cambio de planes?

Yannis se sentó en un sillón, cruzó las piernas y respondió:

–Sí, algo así.

–¿Y bien? ¿En qué te puedo ayudar?

Yannis apretó los labios y Eleanor lamentó que su encuentro estuviera condenado a ser así, profesional, distante y frío. Pero por otra parte, no quería hurgar en el pasado; habría sido demasiado doloroso e incómodo.

Decidió fingir que el pasado no existía. Decidió comportarse como si Yannis Zervas fuera un cliente normal.

Además, no tenía otro remedio. Si mencionaban asuntos personales y sacaban los trapos sucios a colación, su enfrentamiento estaría asegurado. Y a su jefa, Lily Stevens, le disgustaban los problemas con los clientes.

–Bueno, es obvio que estoy aquí porque te necesito para organizar un acto –respondió él.

–Sí, es obvio –declaró ella con brusquedad.

Aquello no iba bien. Cada frase que pronunciaban estaba cargada de tensión. Pero no sabía qué hacer; mencionar el pasado significaría reabrir viejas heridas y avivar el dolor que seguía presente en su alma y en su cuerpo.

Una vez más, se repitió que Yannis Zervas era un cliente; un cliente como cualquier otro. Sólo tenía que respirar despacio y sonreír.

–¿Qué tipo de acto necesitas organizar? –preguntó–. Necesito que me des más detalles.

–Pensaba que ya te habrían informado. Estoy seguro de que mi ayudante habló con vosotros por teléfono.

Eleanor consultó rápidamente su archivo.

–Ah, sí... aquí está la ficha. Pero sólo dice que es una fiesta de Navidad.

En ese momento llamaron a la puerta. Era Jill, que les llevaba los cafés.

Eleanor se levantó para recoger la bandeja y que la secretaria se marchara cuanto antes. No quería que notara la tensión que llenaba el ambiente. Jill era una joven muy ambiciosa; sólo llevaba dos años en la empresa, pero ya había demostrado que era capaz de cualquier cosa con tal de ascender.

–Gracias, Jill. Ya me encargo yo de servirlos.

Sorprendida, Jill retrocedió y salió del despacho.

–Antes no tomabas café –dijo Yannis–. Lo recuerdo porque me parecía divertido que una chica que quería abrir una cafetería, no tomara café.

Eleanor se puso tensa. Esperaba sobrevivir a la reunión sin que se mencionara el pasado, pero Yannis no parecía desear lo mismo. Se había referido a él con absoluta naturalidad, como si hubieran mantenido una relación buena y llena de momentos felices; como si hubieran compartido mil cosas.

Y no las habían compartido.

Sirvió el café, intentando disimular el temblor de sus manos, y se preguntó cómo se atrevía a actuar como si no la hubiera dejado plantada ni hubiera huido ante el primer problema que se presentó.

Nunca olvidaría el dolor y la humillación que había sentido cuando fue a buscarlo a su apartamento y descubrió que no sólo se había cambiado de casa sin decir nada, sino que además se había marchado de la ciudad y del país.

Era un cobarde.

–No estaba especialmente interesada en abrir una cafetería –declaró con frialdad–. Sólo me parecía que, en ese momento, era una buena oportunidad empresarial.

Eleanor le sirvió un café solo, con dos cucharaditas de azúcar, como le gustaba. No lo había olvidado. Ni había olvidado los tiempos en que él preparaba café en su diminuto piso de estudiante mientras ella le llevaba a la boca las pastas y los dulces que pensaba ofrecer en su cafetería.

Yannis siempre decía que estaban deliciosos. Pero mentía como le había mentido en tantas cosas; como le había mentido cuando le declaró su amor. Si hubiera estado realmente enamorado de ella, no la habría dejado.

Le pasó su taza y se sirvió otro café para ella, también solo. Ahora le gustaba tanto que tomaba más de la cuenta. Allie, su mejor amiga, siempre le decía que tomaba demasiado; pero necesitaba la cafeína.

Sobre todo, en momentos como ése.

–No es lo que yo recuerdo –declaró Yannis.

Sus palabras la desconcertaron tanto, que Eleanor dio un trago demasiado largo y se quemó la lengua.

–¿Cómo?

Yannis se inclinó hacia delante.

–A ti no te interesaban los mercados y las oportunidades empresariales –afirmó–. ¿Cómo es posible que lo hayas olvidado, Ellie? Sólo querías abrir un sitio donde la gente se pudiera relajar y divertirse un rato.

Eleanor supo que tenía razón. De hecho, recordaba cuándo se lo había dicho: después de hacer el amor por primera vez.

Le contaba todo tipo de secretos. Le abría de par en par su alma, su corazón, su vida entera. Y a cambio, él no le había dado nada.

–Estoy segura de que recordamos muchas cosas de forma distinta, Yannis. Y por cierto, no me llames Ellie. Ahora sólo respondo a Eleanor.

–Pero si me dijiste que odiabas tu nombre...

Ella suspiró con impaciencia.

–Eso fue hace diez años. Diez años, Yannis –repitió–. Yo he cambiado, tú has cambiado, el mundo ha cambiado. Será mejor que lo superes.

Él entrecerró los ojos.

–Oh, no te preocupes por eso, Eleanor. Ya lo he superado. Lo he superado por completo.

El tono de voz de Yannis contradijo sus palabras. Ya no había duda alguna de que estaba enfadado, lo cual irritó a Eleanor a pesar de que quería mantener el aplomo.

En su opinión, Yannis no tenía ningún derecho a estar furioso con ella; pero se comportaba como si ella fuera la culpable de su separación.

Evidentemente, la hacía responsable.

Por el error más clásico e ingenuo de todos; por el error de haberse quedado embarazada sin querer.

Yannis la miró con intensidad, tan enfadado que ni él mismo se lo podía creer. Pero su enfado carecía de sentido; llegaba diez años tarde.

Sin embargo, necesitaba saber lo que había sido de Eleanor desde que se separaron. Quería saber si había tenido el niño y si se había casado con el padre del bebé. Quería saber si se había arrepentido de haberlo expulsado de su vida de un modo tan lamentable.

Pero no parecía arrepentida. De hecho, parecía enfadada con él; como si hubiera sido él y no ella quien destrozó su relación.

–¿Y bien?

Eleanor sacó una libreta y un bolígrafo, entrecerró los ojos y añadió:

–¿Puedes darme más detalles de la fiesta?

Yannis, que ya había olvidado el motivo de su visita, se echó hacia delante y habló con tono seco y acusador.

–¿Tuviste un niño? ¿O una niña? –preguntó de súbito.

Ellie mantuvo su expresión fría y distante; incluso le pareció más fría y más distante que antes. Yannis pensó que se había transformado en una mujer sin corazón, completamente diferente a la que había conocido.

–Prefiero no hablar del pasado, Yannis. Si queremos mantener una actitud profesional...

–Está bien, como quieras; seamos profesionales –la interrumpió–. Quiero organizar una fiesta de Navidad para los trabajadores que se han quedado en Atrikides Holdings.

–¿Los que se han quedado?

–Sí, exactamente. Compré la empresa la semana pasada y se han producido algunos cambios –respondió.

–Ah, quieres decir que tu empresa ha absorbido a la antigua –declaró con desprecio.

–Sí –respondió él con toda naturalidad–. Al asumir la dirección, mi equipo de colaboradores sustituyó a parte de la plantilla anterior... Quiero mejorar el ambiente de trabajo, y me ha parecido que una fiesta de Navidad sería perfecta.

–Comprendo.

Por la tensión de su boca y la condena de su expresión, Yannis supo que Eleanor no lo comprendía en absoluto. Había sacado una conclusión precipitada a partir de los pocos datos que tenía; los datos que él mismo le acababa de dar.

Pensó que no tenía derecho a juzgarlo de ningún modo. A fin de cuentas, ella había sido tan despiadada e implacable en su vida personal como él en la vida empresarial.

Pero desde su punto de vista, había una diferencia relevante: mientras que Eleanor lo juzgaba sin tener información suficiente, él la había juzgado a ella con información de sobra.

Eleanor tomó unas cuantas notas en la libreta, aunque ni siquiera fue consciente de lo que apuntaba. En su mente seguía sonando la pregunta de Yannis.

«¿Tuviste un niño? ¿O una niña?».

Se preguntó cómo era capaz de formular esa pregunta de un modo tan agresivo. Se trataba de su hijo; del hijo del propio Yannis.

Intentó refrenar sus pensamientos y bloquearlos. No quería recordar el pasado. Había enterrado esas emociones en lo más profundo de su corazón y no iba a permitir que las liberara de nuevo. Eran demasiado dolorosas.

Respiró hondo y lo miró.

–¿De qué clase de fiesta estamos hablando? ¿De un cóctel? ¿De una cena? ¿A cuántas personas quieres invitar?

–Tenemos alrededor de cincuenta empleados, aunque me gustaría que vinieran con sus familias –respondió–. Algunos tienen niños pequeños, de modo que debería ser algo relajado pero elegante a la vez.

–Relajado pero elegante –repitió ella.

Lo apuntó en la libreta, apretando el bolígrafo, y lo volvió a mirar.

–Muy bien. Ahora necesito que...

Yannis suspiró y la interrumpió.

–Mira, no tengo tiempo para entrar en detalles. He venido para hacerle un favor a un amigo y tengo mucho que hacer. Sólo voy a estar una semana en Nueva York.

–¿Una semana?

Él asintió.

–Sí. Y la fiesta se va a celebrar este viernes.

Eleanor se quedó boquiabierta. Nadie le había dicho que fuera tan pronto.

–Me temo que va a ser imposible con tan poco tiempo –afirmó–. Tengo toda una lista de clientes que...

–Nada es imposible si se gasta suficiente dinero –le recordó–. Precisamente he elegido vuestra empresa porque estoy seguro de que podéis organizarla. Quería hablar en persona con la jefa de proyectos para simplificar las cosas... y según me han dicho, esa persona eres tú. ¿Verdad?

Eleanor se limitó a asentir.

–En tal caso, escríbeme por correo electrónico y dime lo que necesitas –continuó él mientras se levantaba del sillón–. Me alegra saber que tienes éxito en el trabajo, Ellie. Aunque me pregunto a cuántas personas te habrás quitado de en medio para conseguir este despacho tan bonito.

Yannis miró por el ventanal que daba al parque de Madison Square, cuyos árboles sin hojas se alzaban sombríos contra el cielo invernal.

Eleanor se sintió tan insultada, que soltó un grito ahogado. No tenía derecho a hablarle de ese modo; no tenía derecho a juzgarla.

Yannis caminó hacia la salida y comentó:

–Supongo que nos veremos más antes de la fiesta.

Ella supo que se iba a marchar sin más, después de haber abierto las viejas heridas, y estalló sin poder evitarlo.

–Fue una niña –dijo con rabia–. Ya que te interesa tanto, te diré que fue una niña.

Él la miró y sonrió con desprecio.

–Me interesaba –puntualizó–. Pero ya no me interesa en absoluto.

Acto seguido, se marchó.

Capítulo 2

ELEANOR? ¿Yannis Zervas ya se ha marchado? Eleanor alzó la cabeza y vio que su jefa, Lily Stevens, estaba en la entrada de su despacho, frunciendo el ceño y mirándola con desaprobación.

Durante un momento, le recordó a su madre; pero no era sorprendente, porque Lily y su madre habían sido socias hasta cinco años antes.

–¿Eleanor? –repitió Lily, con más énfasis.

Eleanor se levantó e intentó sonreír.

–Sí, se acaba de marchar.

–Qué rapidez.

Eleanor recogió la taza de café de Yannis, que estaba prácticamente llena y dijo:

–Es que es un hombre muy ocupado.

–Jill me ha comentado que el ambiente estaba un poco tenso cuando entró.

Eleanor se encogió de hombros. Tampoco le sorprendía que Jill le hubiera ido con el cuento a Lily. Su profesión era verdaderamente dura; siempre había alguien dispuesto a pasar sobre el cadáver de otra persona con tal de ascender.

–¿Tenso? No, en absoluto.

–No necesito decirte que Yannis Zervas es un cliente muy importante, ¿verdad? Las acciones de su empresa están valoradas en más de mil millones de...

–No, no necesitas decírmelo –la interrumpió.

–Me alegra saberlo, porque quiero que hagas todo lo necesario para que su fiesta sea un éxito. Concéntrate en ella. Le diré a Laura que se ocupe de todos los compromisos que tenías esta semana.

–¿Cómo?

Eleanor no pudo ocultar su indignación. Entre sus compromisos, había actos de varios clientes con los que había trabajado durante meses; y sabía que Laura, otra de sus enemigas en la empresa, aprovecharía la ocasión para robarle los contactos.

Apretó los dientes y pensó que su profesión no era exactamente dura, sino brutal. Se había endurecido mucho con el paso del tiempo, pero le empezaba a cansar.

En cualquier caso, Yannis Zervas no se merecía que arriesgara su carrera por él. Si Lily quería que se concentrara en su fiesta, acataría la orden y se concentraría en su fiesta. Y después, seguiría con su vida.

–¿Hay algún problema, Eleanor? –preguntó Lily, entrecerrando los ojos.

Eleanor se mordió el interior de la mejilla. Odiaba el tono aparentemente dulce y profundamente despectivo de Lily, el mismo que su madre le dedicaba cuando era una niña.

Casi le pareció gracioso que hubiera terminado en un trabajo como el de su madre y con una jefa como su madre. Pero no tenía ninguna gracia. Todas las decisiones que Eleanor había tomado durante los años anteriores buscaban el objetivo de alejarla de sus sueños y de sus creencias. Pretendían ser una forma de reinventarse a sí misma. Y por lo visto, no lo había conseguido.

–Por supuesto que no. Estoy absolutamente encantada de trabajar con él –mintió–. Como bien has dicho, es un cliente muy importante. Y un gran paso para nuestra empresa.

Lily asintió, aparentemente satisfecha con sus palabras.

–En efecto –dijo–. ¿Vas a volver a reunirte con él?

–Mañana por la mañana le enviaré los detalles por correo electrónico –respondió.

Eleanor se estremeció al pensar en lo que la esperaba. Tendría que dedicar todo el día a hacer llamadas telefónicas y pedir favores para celebrar la fiesta en la fecha requerida. Durante una semana, estaría al servicio de Yannis. Sería su esclava particular.