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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Kate Hewitt

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La novia del sultán, n.º 2640 - julio 2018

Título original: The Forced Bride of Alazar

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

 

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-672-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TENGO BUENAS noticias, habibti.

Johara Behwar miró sorprendida a su padre. Estaba en el jardín de la casa de campo que la familia tenía en la Provenza francesa, un dulce aroma a lavanda impregnaba el ambiente y el sol brillaba con benevolencia a pesar de estar en la cúspide del verano. Las visitas de su padre eran excepcionales y ya había estado allí la semana anterior, así que Johara no había esperado volver a verlo.

–Buenas noticias…

Johara estuvo a punto de añadir «otra vez», pero se lo pensó mejor. La semana anterior, su padre no se había mostrado tan entusiasmado con la ruptura de su compromiso.

–Sí, pienso que esto te va a gustar –continuó Arif–. Y, por supuesto, yo estoy feliz si tú lo estás.

Se acercó sonriendo, con las manos extendidas hacia ella. Johara le devolvió la sonrisa.

A mí lo que me hace feliz es verte, padre. Solo eso ya es un regalo.

–Eres un cielo, habibti. A cambio, toma este regalo.

Se sacó una funda de terciopelo del bolsillo interior de la chaqueta y se la dio.

En ella había un colgante de diamantes con forma de corazón que brilló bajo la luz del sol.

–Es precioso. Gracias, padre.

Y se lo puso porque era lo que esperaba su padre. Era muy bonito, sí, pero teniendo en cuenta que llevaba una vida muy tranquila, Johara pensó que no tendría ocasión para lucirlo. No obstante, agradeció que su padre se hubiese acordado de ella.

–¿Era esta la buena noticia? –preguntó, mientras su padre le agarraba las manos.

–He renegociado tu matrimonio –anunció Arif, sonriendo todavía más.

Ella se sintió confundida, se le encogió el estómago y notó que el frío de los diamantes le calaba la piel. Aquello no era una buena noticia.

–¿Qué quieres decir con que has renegociado? –le preguntó–. Hace una semana me dijiste que Malik, es decir, Su Alteza, había puesto fin a nuestro compromiso.

Había necesitado seis días para asimilarlo y entonces había empezado a disfrutar de una sensación de libertad que jamás había creído poseer. Había sido como si le hubiesen quitado un enorme peso de encima. Se había sentido libre, libre para hacer lo que quisiera, e incluso se había permitido soñar con un futuro independiente, tal vez, con ir a la universidad. De repente, por primera vez en la vida, se había abierto ante ella todo un mundo nuevo.

–¿Cómo vas a renegociar? Me dijiste que Su Alteza… era estéril.

Le pareció inapropiado mencionar aquel detalle, pero había sido su padre quien se lo había contado la semana anterior, cuando había volado a Francia para explicarle que Malik al Bahjat, heredero al sultanato de Alazar, había cancelado la boda. Su padre se había puesto furioso, tanto, que ni siquiera la había escuchado cuando ella había intentado explicarle que no le importaba no casarse con Malik, que, de hecho, no le importaba quedarse soltera. Hasta entonces, no se había atrevido a decirle a su padre que lo prefería así.

–Sí, sí –respondió él con impaciencia en esos momentos–, pero es que Malik ya no es el heredero. Gracias al cielo que no te casaste con él antes de que esto ocurriera. Habría sido un desastre.

En aquello Johara estaba de acuerdo, pero dudó que sus motivos coincidiesen con los de su padre. Tras una semana de libertad se había dado cuenta de que no quería un matrimonio concertado. Malik no era más que un extraño y ella no quería una vida llena de obligaciones, pero sabía que su padre no pensaba igual. ¿Qué había ocurrido para que cambiase la situación? Si Malik ya no era el heredo, ¿quién…?

Arif le soltó las manos y frotó las suyas con satisfacción.

–Hemos tenido mucha suerte, Jojo –añadió–. Has tenido mucha suerte.

Ella estuvo a punto de contradecirlo, pero se mordió la lengua. Nunca contradecía a su padre. Odiaba ver cómo se apagaba su sonrisa y que su mirada se llenase de decepción.

Disgustar a su padre era como hacer que el sol desapareciese detrás de una nube. Ya hacía mucho tiempo que Johara había perdido el amor de su madre y sabía que no podría soportar vivir sin las atenciones de su progenitor.

–Cuéntame qué ha ocurrido, por favor –dijo en su lugar, intentando fingir interés.

¡Azim ha vuelto! –anunció Arif con una alegría que Johara no podía comprender.

El nombre le resultaba familiar, pero…

–¿Azim…?

–El verdadero heredero de Alazar. Todo el mundo pensaba que había muerto –añadió su padre con incredulidad–. Es un milagro.

–Azim.

Por supuesto, Azim al Bahjat, el hermano mayor de Malik, al que habían secuestrado veinte años antes, cuando ella era un bebé de dos. Nunca habían encontrado su cuerpo ni ninguna nota, así que, durante dos décadas, lo habían dado por desaparecido, por muerto. Y Malik se había convertido en el heredero al trono.

–Azim –repitió–. ¿Qué… qué ocurrió? ¿Cómo ha vuelto?

Al parecer, después del secuestro sufrió amnesia. Ha estado veinte años en Italia, sin saber quién era. Hasta que vio en la prensa una noticia acerca de Alazar y, de repente, recuperó la memoria. Ha vuelto para reclamar el trono.

–Pero… ¿Qué tiene eso que ver conmigo? –preguntó preocupada con la respuesta.

–Seguro que ya lo sabes –le respondió su padre–. Azim va a ser tu marido.

A Johara se le encogió el estómago de nuevo.

–Pero… si ni siquiera lo conozco –protestó con voz débil.

–Es el heredero –dijo su padre, como si aquello fuese obvio–. Tú has estado destinada a casarte con el heredero al trono de Alazar desde que naciste. De hecho, ibas a ser para Azim antes de que te prometieras con Malik.

–No lo sabía. Nadie me lo había dicho nunca.

Arif se encogió de hombros.

–Normal. Cuando Azim desapareció eras muy pequeña. Pero ha vuelto y querrá casarse contigo.

Si se hubiese tratado de una novela o de una película, habría parecido un gesto romántico, como sacado de un cuento de hadas, pero Johara no quería casarse con un extraño, no después de haberse sentido libre por primera vez en la vida unos momentos antes.

–Me parece un poco precipitado –comentó, intentando que su padre no se diese cuenta de que le horrorizaba la idea–. Hace tan solo una semana iba a casarme con Malik. Tal vez deberíamos esperar un poco.

Su padre negó con la cabeza.

–¿Esperar? Azim está decidido a reclamar el trono, y quiere casarse lo antes posible. De hecho, te espera en Alazar mañana por la tarde.

Johara miró a su padre, que parecía feliz, y se sintió fatal. Siempre había conocido sus obligaciones. Se las habían repetido una y otra vez desde niña, le habían enseñado a valorar todo lo que tenía y que aquella era la manera, la única manera, de compensar a su familia.

Y ella quería complacer a su padre. Por ese motivo, había estado dispuesta a casarse con Malik aunque solo lo hubiese visto dos veces en su vida. No obstante, la semana anterior se había imaginado otro tipo de vida. Una vida en la que podría elegir y ser libre, perseguir sus intereses, intentar alcanzar sus sueños.

En esos momentos, al mirar a su padre, se dio cuenta de lo ingenua que había sido. Su padre jamás le permitiría que se quedase soltera. Era un hombre tradicional, que procedía de un país tradicional, y quería casarla, aunque fuese con un hombre al que Johara no conocía.

–¿Johara? –la llamó en tono duro–. Imagino que no te parece mal.

Ella miró al padre al que siempre había adorado. Había crecido muy protegida, se había educado en casa, solo había participado en actos benéficos aprobados por su padre. Su madre se había distanciado años antes, enferma y deprimida, así que Johara siempre había ansiado el amor y las atenciones de su padre. No podía disgustarlo.

No, padre –susurró–. Por supuesto que no.

 

 

Azim al Bahjat observó desde la ventana la llegada del coche con cristales tintados que llegaba al palacio de Alazar. En él estaba su futura esposa. Ni siquiera había visto una fotografía de Johara Behwar, se había dicho que su aspecto era irrelevante. Siempre había estado destinada a casarse con el futuro sultán, el pueblo de Alazar esperaba que se casase con ella. No tenía elección. Nada impediría que se hiciese con su herencia, que cumpliese con su destino, que demostrase a su pueblo que era el verdadero heredero, el verdadero sultán.

Un sirviente corrió a abrir la puerta del coche y Azim se acercó más a la ventana, con curiosidad por quién iba a ser su esposa, la siguiente sultana de Alazar. Vio un pie pequeño, un tobillo delgado bajo el vestido tradicional. Y entonces apareció el resto, era esbelta y atractiva a pesar de la indumentaria, vio su pelo moreno bajo el colorido hiyab.

Johara Behwar levantó la cabeza para mirar hacia el palacio y Azim pudo ver su rostro. Era muy bella. Tenía los ojos grandes, de color gris claro, las pestañas espesas, las cejas delicadamente arqueadas, la nariz atrevida y unos labios generosos, que invitaban a besar. Azim registró todo aquello en un instante, hasta que se dio cuenta de lo que había en su rostro: aversión. La mirada era seria, tenía los labios apretados y gesto de disgusto. La vio estremecerse al mirar hacia el palacio y abrazarse con fuerza, como si necesitase prepararse para lo que vendría después. Él. Entonces se puso muy recta y empezó a andar como si fuese una condenada subiendo las escaleras del patíbulo.

Azim se apartó rápidamente de la ventana. Se le encogió el estómago y sintió una punzada de dolor en la cabeza. Se llevó los dedos a la sien e intentó calmarlo, aunque supiese que no iba a conseguirlo. Así que a Johara Behwar no le gustaba la idea de tener que casarse con él. No le sorprendía, pero al mismo tiempo…

No podía pensar así. Tenía que acostumbrarse a dejar a un lado los sentimientos. No podía ser tan ingenuo como para esperar tener cierta conexión con la mujer con la que se iba a casar. La dependencia de otra persona, el amor, conducían a la debilidad y a la vulnerabilidad. A la vergüenza y el dolor. Azim lo sabía bien y no tenía intención de volver a pasar por aquello.

Aquel era un matrimonio de conveniencia, era su deber, para forjar una alianza y tener un heredero. Y no importaba nada más.

Respiró hondo, bajó las manos y se giró hacia la puerta para recibir a su futura esposa.

 

 

Con cada paso que Johara daba por el pasillo de mármol, sentía que se iba a acercando a su terrible destino. Intentó convencerse de que no podía ser tan malo, pero su cuerpo no estaba de acuerdo. Se giró hacia el hombre que la acompañaba en presencia del Su Alteza Real y le dijo:

–Creo que voy a vomitar.

Este retrocedió como si ya le hubiese vomitado encima.

Johara respiró hondo para intentar calmar su estómago. No podía vomitar allí. Estaba sudando, se sentía aturdida. Volvió a respirar. Podía hacer aquello. Tenía que hacerlo.

Ya lo había hecho antes, aunque hubiese sido una niña cuando había conocido a Malik y no se hubiese dado cuenta de la importancia del acto. Después, se habían visto de manera breve, oficial, y Johara había conseguido abstraerse de la situación y no pensar en lo que aquello implicaba para su futuro.

En esos momentos no era capaz. Azim era un extraño y a ella la habían pasado de un hermano a otro como si de un objeto se tratase. La idea hizo que se le volviese a revolver el estómago.

Se había pasado el vuelo de ocho horas convenciéndose de que, tal vez, podría llegar a un acuerdo con Azim. Al fin y al cabo, eso era un matrimonio de conveniencia. Podría hacerle una propuesta sensata, sugerirle que podían vivir cada uno su vida. De hecho, tendría que haber hecho lo mismo con Malik muchos años antes, aunque no se había dado cuenta de lo que quería hasta la semana anterior, cuando había podido disfrutar del sabor de la libertad.

–¿Está bien, Sadiyyah Behwar? –preguntó el asistente al darse cuenta de que en realidad no iba a vomitar.

Johara levantó la barbilla y se obligó a sonreír.

–Sí, gracias. Continuemos, por favor.

Siguió al hombre por el pasillo, rozando el suelo con el vestido. Su padre había insistido en que se vistiese de manera tradicional para su primera entrevista con Azim, aunque no lo hubiese hecho nunca con Malik. Aquella ropa, con tantos bordados y joyas, le resultaba pesada e incómoda, y no estaba acostumbrada a llevar hiyab.

El asistente se detuvo delante de una puerta doble que parecía hecha de oro macizo. Johara ya había estado en palacio varias veces antes, pero siempre se había reunido con Malik en un salón pequeño y acogedor. Azim había escogido una habitación mucho más opulenta para su presentación.

–Su Alteza, Azim al Bahjat –entonó el asistente.

Y Johara entró en la habitación hecha un manojo de nervios.

El sol entraba por las ventanas en arco con tanta fuerza que casi la cegó, así que tuvo que parpadear varias veces antes de poder ver al hombre con el que iba a casarse. Este estaba en el centro de la habitación, muy recto, inmóvil, con gesto grave, serio. Desde la otra punta de la habitación, Johara vio lo negros y opacos que eran sus ojos, como una noche sin estrellas en el desierto. Llevaba el pelo negro tan corto que se podían intuir los fuertes huesos de su cabeza, y tenía una vieja cicatriz que iba del ojo izquierdo a la curva de la boca. Iba vestido con una túnica de lino bordada, tenía los hombros anchos y el cuerpo fuerte y delgado.

Su aspecto era más que intimidante. Aterrador, fue la palabra que a Johara le vino a la mente, y tuvo que contenerse para no retroceder hacia las puertas y alejarse de aquel hombre cuya imagen le parecía cruel, aunque se dijo que tal fuese porque tenía la mirada muy oscura y aquella cicatriz.

Johara tuvo que admitir que, en realidad, era un hombre atractivo, con las facciones equilibradas, la nariz recta y la boca muy sensual. Era evidente que tenía un cuerpo atlético y se movía con gracia y fluidez. Avanzó hacia ella y la miró de arriba abajo.

Entonces inclinó la cabeza a modo de saludo y dijo en tono frío:

–Nos casaremos dentro de una semana.