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Emma Martínez Ocaña

Cuando la Palabra
se hace cuerpo...

en cuerpo de mujer

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

EMMA MARTÍNEZ OCAÑA ha publicado en esta colección:

Te llevo en mis entrañas dibujada

www.narceaediciones.es
narcea@narceaediciones.es

Cubierta: Siro López y Francisco Ramos

ISBN papel: 978-84-277-1551-6
ISBN ePdf: 978-84-277-1859-3
ISBN ePub: 978-84-277-2499-0

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ÍNDICE

Prólogo de Isabel Gómez-Acebo

Introducción

I. CUANDO LA PALABRA SE HACE CUERPO

La Palabra se hace cuerpo en nosotros. Venimos de una antropología dualista y patriarcal. Hacia una espiritualidad corporal no dualista ni patriarcal

II. CUANDO LA PALABRA SE HACE CUERPO EN NUESTRO CUERPO

El corazón

La mujer que amó mucho

La viuda de corazón generoso

Los ojos

La mujer encorvada que con la mirada de Jesús recuperó su verdadera talla

La mujer acusada y rehabilitada

La boca

Tamar, la engañada

Una mujer evangelizadora de Samaría

El oído

Marta y María, dos hermanas seguidoras de Jesús

Las manos

Sifrá y Puá, dos parteras que hacen de sus manos un lugar para la vida

La hemorroísa: manos que se arriesgan a tocar

Los pies

Noemí y Rut, dos mujeres que caminan construtruyendo proximidad y sororidad

La suegra de Pedro, una mujer que se pone en pie

Bibliografía

Notas personales

PRÓLOGO

La historia de la espiritualidad está plagada de textos que han nacido de las vivencias de los varones mientras que el equivalente femenino quedó oculto por falta de interés o de liderazgo religioso. Hoy, la teología feminista tiene entre sus empeños recuperar estas voces que intentan profundizar en la amistad de las mujeres con Dios. Intentos de diálogo religioso que no buscan recluirse en un mundo femenino sino que desean abrirse a toda la humanidad.

Una discusión, presente en todos los foros de género, se pregunta si las diferencias entre los dos sexos que componen la especie humana, son abismales o insignificantes. Los que piensan de la primera forman considerarán que las experiencias femeninas orantes no interesan a los varones ya que parten de claves que no son comunes. Quiero aclarar que no es ésta la visión de la autora de este libro que busca ahondar en las experiencias femeninas con el interés de enriquecer el camino de la espiritualidad de todos los cristianos.

Eso sí, lo hará desde su condición de mujer, su experiencia de mujer y su bagaje de teología feminista con lo que su libro se puede insertar en un esfuerzo colectivo de aportar al bien común lo más característico de las mujeres. Una parcela del mundo orante que estaba muy poco desarrollada.

No es casualidad que el cuerpo sea el soporte en el que ancla su reflexión. Las mujeres, por la consideración que se nos achacaba de ser más materiales que los varones, fuimos expulsadas a los márgenes de la vida espiritual. En un pensamiento dualista y jerarquizado, como el nuestro, la materia era un estorbo para el desarrollo del alma.

Engendrar, parir, amamantar, curar, consolar y amortajar cuerpos son verbos de acción que la cultura y la biología han colocado en nuestras manos. Y ha sido en el desarrollo de estas tareas donde hemos descubierto que el cuerpo era un gran aliado en nuestro camino hacia Dios, que el cuerpo, no es indiferente en nuestra vida espiritual, si lo ponemos al servicio de su crecimiento. ¿Qué consigue? Nos abre las puertas de los sentidos de par en par para que fluyan los sentimientos y poder saborear a Dios, oír a Dios, sentir a Dios, ver a Dios y gozar con Dios.

Este camino es el que sigue Emma Martínez Ocaña cuando nos presenta el corazón como sede de la espiritualidad y el encuentro, un corazón abierto a todas las sensaciones que le llegan por la vía de los sentidos. Los ojos, la boca, la voz, el oído, las manos y los pies van demostrando que pueden ser útiles instrumentos en nuestro empeño de acceso a Dios.

Lo más original de su trabajo es que recupera a una serie de personajes femeninos de la Biblia para ir demostrando la forma en que estas mujeres, mediante su cuerpo, se acercaron a Dios o a Jesús. Son historias conocidas pero que parecen nuevas cuando, para su interpretación, se introduce un detonante que permite la apertura de inéditas líneas de pensamiento.

Ellas, tanto si son la mujer del perfume, como Rut y Noemí, la pecadora pública o la samaritana nos van a hablar en primera persona. No quieren que se pierda ni un ápice de su experiencia por una mala mediación pero, también lo hacen, para que donde pone “yo” todos nosotros podamos colocar nuestra identidad.

Emma quiere que nos sirvan sus experiencias numinosas y sus encuentros con Jesús. Que no nos quedemos en su lectura sino que los hagamos nuestros y que en, un esfuerzo centrífugo adicional, intentemos llevarlos más lejos de nuestras personas. Todo esto desde la conciencia de que el evangelio no se vive en soledad sino con otros. Este es el interés de la autora y todos esperamos que lo consiga ya que rema en beneficio del Reino al que le ha dedicado su vida y en el que sus lectores creemos.

ISABEL GÓMEZ-ACEBO

AGRADECIMIENTOS

Son muchas las personas a las que debo el resultado final de estas páginas.

En primer lugar a Carlos Esteban, director de la revista «Religión y Escuela» que me embarcó en la aventura de publicar una página al mes en la revista desde hace diez años; esa reflexión continuada sobre el mismo tema y el esfuerzo de poner en lenguaje sencillo, adecuado para poder ser utilizado en el aula, está en el fondo de estas páginas.

Agradezco a Isabel Gómez-Acebo que haya hecho el prólogo del libro.

También quiero agradecer a las personas que me introdujeron en la reflexión y tematización sobre el cuerpo como lugar de la experiencia espiritual; a José Antonio García-Monge a quien desde hace mucho tiempo he escuchado y leído en esta línea de reflexión y de un modo especial la interpretación de la teología feminista que hace del cuerpo un lugar privilegiado de la experiencia humana y por tanto de la experiencia espiritual. La bibliografía sobre el tema que aporto en el texto da razón de ello.

Pero sobre todo, en este libro, quiero agradecer al sinnúmero de mujeres que a lo largo de mi vida han sido para mí testigos del amor, testigos de la buena noticia de Jesús. A través de sus cuerpos de mujeres me han hecho sentir y gustar que Dios está en medio de nosotras, y lo han hecho sencillamente, sin ruido, sin alarde, sin apenas darse cuenta. Mujeres muy variadas de muchos países de América Latina, que a lo largo de mis diez años allí, conocí, admiré, me dejaron asombrada por sus testimonios de fe, muchas veces en medio de una extrema pobreza.

Otras mujeres se han entrelazado en mi historia y me han ayudado a construirme como persona. Imposible nombrarlas a todas; sólo a modo de letanía agradecida nombro a algunas especialmente significativas: en primer lugar mi madre que ha sido la primera testigo en mi vida de que es posible el amor incondicional de Dios; ella fue, desde que fui concebida en sus entrañas y hasta hoy, la que me hizo creíble que Dios es amor. Pero no fue la única, he sido muy afortunada en experiencias amorosas a lo largo de toda mi vida.

En mi presente agradezco la presencia de mujeres testigos de fe, que me han hecho ver que Dios es amor y se encarna cada día en personas concretas, en rostros, corazones amorosos, ojos lúcidos y contemplativos, oídos atentos, bocas cuyas palabras son bendición, manos que saben dar, acariciar, apoyar, pies samaritanos y danzarines de la vida... a todas gracias y de un modo especial a Tere, Rosario, Pilar, Albina, Cira, Carmen, Merche, Paula, Nuria, Dolores, Itziar... y un sinfín de nombres más. A todas y todos los que sois para mí testigos del Amor: GRACIAS.

INTRODUCCIÓN

Me dirijo a ti, lector o lectora, para que antes de leer el libro que tienes entre manos sepas cuál es su origen, su finalidad, su estilo y el porqué de la distribución de su contenido.

Antes de ser un libro, la mayoría de los textos que siguen, fueron publicados en una revista dirigida a profesores de religión católica y agentes de pastoral. Este dato explica el estilo literario y su finalidad: servir de ayuda personal y profesional no sólo para los profesores y/o agentes de pastoral sino incluso para poder ser utilizados directamente con alumnos de educación secundaria.

El estilo es directo, sencillo, sin mucho aparato crítico, en lenguaje divulgador y no técnico, aunque por supuesto, detrás hay mucho trabajo de lectura especializada.

La sección en la que se inscribía mi colaboración mensual tenía como título: “Ser cristiano hoy”. Su finalidad, por tanto, era ofrecer un estilo de vida cristiano para nuestro momento histórico, presentar una espiritualidad atractiva, fiel al Evangelio de Jesús y a nuestro mundo.

Muchas profesoras y profesores me han pedido que haga una publicación unificada y estructurada de lo que a lo largo de casi diez años he ido escribiendo y, al fin, me he decidido a hacerlo. Agradezco también a la dirección de la revista “Religión y Escuela” su generosidad al darme plena libertad para hacer esta publicación; ni siquiera se me pidió que la citase.

Dos son los subrayados de este estilo de vida cristiana que aquí quiero ofrecer: una espiritualidad unificada en torno al cuerpo que somos, alejándonos de los dualismos milenarios que han configurado gran parte de la espiritualidad cristiana y una espiritualidad no patriarcal. Eso significa que el enfoque está hecho desde una perspectiva de género en su doble vertiente: de denuncia decodificadora y de anuncio de una mirada “en clave de mujer”.

La primera parte de este libro desarrolla brevemente en qué consiste una experiencia espiritual en la que la Palabra se hace cuerpo, verdad histórica, o lo que es lo mismo en qué consiste una espiritualidad corporal, o hacer de nuestro cuerpo un cuerpo espiritual.

En la segunda parte se hace un recorrido por las distintas partes del cuerpo, queriendo mostrar cómo la Palabra se hace cuerpo en nuestro cuerpo, con lo que cada parte del mismo es y simboliza. En esta segunda parte, más que desarrollar con detalle cada parte del cuerpo de un modo teórico, se hace de manera somera para después presentar asociadas a cada parte del cuerpo la experiencia de dos mujeres bíblicas que muestran la verdad de lo dicho; de ahí el título y subtítulo del libro: Cuando la Palabra se hace cuerpo...en cuerpo de mujer.

Elegir sólo mujeres no es un desprecio a los varones que también han sido y siguen siendo testigos, a través de su cuerpo, del Dios vivo, sino que es una elección que tiene como objetivo compensar una larga tradición en la que sobre todo hemos admirado a patriarcas, profetas, reyes, apóstoles, etc. masculinos, silenciando a las mujeres que también han tenido un papel muy importante en la historia de la salvación.

Esas mujeres bíblicas son releídas desde el hoy (desde la ficción literaria de hablarnos en primera persona) para poner de relieve su capacidad de ser testigos en nuestro mundo del Dios de Jesús, para mostrar en sus cuerpos que es posible vivir una espiritualidad no dualista ni patriarcal.

Como el uso de la arroba, @, no es académico, he decidido someter mi trabajo a las normas gramaticales procurando subsanarlas con el uso conjunto del masculino y del femenino aunque, a veces, el resultado sea un poco pesado.

La bibliografía, en lengua castellana y de fácil acceso, se deriva de la finalidad de la publicación. También, coherente con la perspectiva de género, la mayoría de las obras tienen esta misma perspectiva.

Por último he distribuido, de un modo más pedagógico que real, cada parte del cuerpo y las mujeres asociadas a cada una de ellas para ser testigos de cómo la Palabra se hizo cuerpo en ellas.

Corazón

- que amó mucho: la mujer del perfume

- generoso: la pobre viuda.

Ojos que se encuentran con Jesús:

- la mujer encorvada.

- la mujer acusada y rehabilitada.

Boca

- que denuncia la injusticia: Tamar, la engañada.

- que saborea y proclama la Buena Noticia: la samaritana.

Oídos de discípulas: Marta y María.

Manos

- parteras de la vida: Sifrá y Puá.

- que se arriesgan a tocar lo prohibido: la hemorroisa.

Pies

- que generan proximidad: Noemí y Rut

- que pasan de la postración a la construcción de la comunidad: la suegra de Pedro1.

I

CUANDO LA PALABRA SE HACE CUERPO

 

LA PALABRA SE HACE CUERPO EN NOSOTROS

Cuando la Palabra de Dios se hizo cuerpo en el seno de una mujer, llamada María, tuvo lugar la Encarnación. Esta afirmación, nuclear en la fe cristiana, no es algo que ocurrió en el pasado sino que, de distinta manera, pero también con verdad, sigue pasando siempre que consentimos al Espíritu de Dios que su Palabra se haga cuerpo, es decir verdad histórica, en la humanidad y en nuestras estructuras

Por eso, cuando la Palabra se hace cuerpo se realiza de nuevo la Encarnación. El Espíritu nos cubre con su sombra nos deja embarazados de vida y va gestando en nosotros unas criaturas nuevas, porque hoy como ayer, “para Dios nada es imposible”.

Si consentimos a su acción acontece el milagro de un nuevo nacimiento y esa criatura nueva, obra de Dios en nosotros, sólo puede llamarse Jesús, porque en su nombre ha sido gestada y porque la vocación cristiana consiste en dejar que Cristo se configure en nuestras personas.

Esto acontece en todo ser humano, varón o mujer, pero para compensar tantos siglos de injusticia con las mujeres, a las que se las ha silenciado y negado la capacidad de revelar a Dios desde sus cuerpos, he elegido a mujeres bíblicas para poner de relieve su capacidad de mostrar a Dios desde sus cuerpos femeninos.

La Palabra se hace cuerpo en nosotros cuando la persona de Jesús y su proyecto no son una doctrina que conocemos sino una experiencia que se ha hecho carne de nuestra carne, como bellamente lo expresa esta parábola de León Felipe:

“Había un hombre que tenía una doctrina.

Una doctrina que llevaba en el pecho (junto al pecho, no dentro del pecho), una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.

Y la doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca de cedro, como la del Viejo Testamento.

Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.

Entonces nació el templo.

Y el templo creció. Y se comió al arca de cedro, al hombre y a la doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.

Luego vino otro hombre que dijo:

el que tenga una doctrina que se la coma, antes de que se la coma el templo, que la vierta, que la disuelva en su sangre, que la haga carne de su cuerpo... y que su cuerpo sea bolsillo, arca y templo.

Esta parábola nació apoyándome en el versículo XXI del capítulo II del evangelio de San Juan, donde dice: ’’Mas El hablaba del templo de su cuerpo”2.

Cuando la Palabra alcanza el cuerpo, la materia, la historia hace trizas los dualismos milenarios para hacer posible una espiritualidad corporal o una corporalidad espiritual.

Venimos de una antropología dualista y patriarcal

Puede resultar ocioso volver a recordar que procedemos de una antropología dualista y patriarcal que nos ha configurado y ha contaminado la teología espiritual.

El dualismo persistente nos ha hecho mucho daño al identificar espiritual con inmaterial y al calificar lo espiritual-inmaterial como bueno y lo corporal-carnal-material como malo.

Esta confusión e identificación ha imposibilitado una visión positiva y espiritual de nuestro cuerpo y ha situado la “vida espiritual” al margen del cuerpo o como una ayuda para mantenerlo “a raya”.3

Si lo espiritual, durante siglos, fue ajeno a lo corporal no es de extrañar que durante tanto tiempo la “vida espiritual” haya estado alejada y aún hoy lo esté en muchos casos, con escándalo, de una realidad donde la inmensa mayoría de los habitantes de nuestro mundo sufren en sus cuerpos el hambre, la desnutrición, la enfermedad, la desasistencia sanitaria (sólo en África el sida tiene al borde de la muerte a veintiocho millones de habitantes, el setenta por ciento del total mundial), la violencia, la tortura, los desplazamientos forzados por todo tipo de causas, el tráfico de mujeres y niños para la explotación sexual o económica y un largo etcétera.

Cuerpos empobrecidos que gritan haciéndonos llegar una fuerte denuncia a nuestra cultura de la satisfacción de las necesidades corporales y a un cristianismo “espiritualizado” durante siglos, preocupado por salvar “el alma”. Como dice la teóloga Boog Sharon, “cuerpos pobres, abandonados, enfermos que gritan pidiendo justicia a un mundo ensordecido por el poder, el militarismo, la riqueza acumulada”4.

Por otro lado, el dualismo patriarcal, al identificar lo masculino con lo que está arriba, con lo que es superior, con la cabeza y la cultura, y lo femenino con lo que está abajo y es inferior, con el sexo y la naturaleza ha provocado una gran injusticia y ha supuesto una tragedia para las mujeres. Esta visión patriarcal del cuerpo niega, de hecho, la igualdad fundamental del ser humano al priorizar y visualizar los cuerpos de los varones blancos situando debajo, detrás, e invisibles los cuerpos de las mujeres y más abajo aún si éstas son negras o indígenas.5

Lo que la cultura patriarcal ha hecho con la naturaleza, que está “abajo” y sirve para ser dominada y puesta al servicio de los que están “arriba”, así ha hecho el hombre con el cuerpo de las mujeres.

Hacia una espiritualidad corporal no dualista ni patriarcal

Buscar que !a Pa!abra se haga cuerpo es caminar hacia una espiritualidad corporal no dualista ni patriarcal. Soy consciente de que esto conlleva una larga y dura tarea que supone, por un lado, renunciar al dualismo patriarcal y, por otro, recuperar la centralidad del cuerpo en la espiritualidad cristiana, si es que de verdad creemos que nuestra espiritualidad es de encarnación.

Recuperar una mirada unificada sobre nuestra persona es afirmar que somos un cuerpo, no que tenemos un cuerpo. Un cuerpo físico, psíquico, energético, relacional, espiritual...

Nuestro cuerpo no es sólo un lugar privilegiado de acceso a nuestra verdad sino también de unificación de nuestro ser. Lo real es que sólo podemos vivir unificados si estamos totalmente allí donde está nuestro cuerpo. Nuestra mente puede estar en varios sitios a la vez, ir y venir, desplazarse sin límites pero la verdad de dónde estamos y de lo que somos la dice nuestro cuerpo.

El cuerpo es nuestra presencia, epifanía de nuestra persona, revelación; es un lenguaje no verbal, la palabra que pronunciamos con nuestra actitud, nuestra mirada y nuestra conducta como expresión simbólica que prolonga nuestro cuerpo y exterioriza su experiencia.

Las manifestaciones de nuestro cuerpo se imponen muchas veces sin que las podamos controlar. El cuerpo nos desvela en forma de lenguaje no verbal, con gestos, posturas, expresiones, tonos de voz, modos de vestir, etc., un lenguaje que nos descubre más de lo que creemos y queremos y se expresa en forma de salud-enfermedad, somatizaciones no controladas por nuestra mente.

El cuerpo se convierte en el lugar de la manifestación de nuestra persona, de nuestros valores, de nuestra fe. En este sentido puede mostrarse como revelación no sólo de nuestra persona, sino de Dios; se hace lugar para la presencia del Invisible, se hace espiritual. Porque nuestros valores, deseos y proyectos llegan a ser verdad cuando pasan por el cuerpo, cuando se hacen cuerpo y se verifican.

Nos urge desarrollar una espiritualidad corporal no patriarcal, es decir, vivir la espiritualidad en, con y desde el cuerpo que somos, cuerpos de mujeres y de varones.

Una espiritualidad corporal no patriarcal supone no sólo no hacer del cuerpo un obstáculo para la oración y la experiencia espiritual, ni privilegiar los cuerpos de los varones como cuerpos mediadores de Dios, sino hacer de todo cuerpo un lugar donde acontece la oración, el encuentro con Dios, el espacio de su manifestación, lugar donde se verifica la verdad del espíritu, y por tanto también espiritual.

Recuperar el cuerpo como tarea espiritual no es prestarle culto, sino devolverle toda su verdad, reconocer que el cuerpo es la presencia de la persona que es espiritual.

Un cuerpo es espiritual cuando:6

no deja de ser cuerpo o materia, sino cuando es fiel, unificadamente fiel, a toda su verdad que le alude y le trasciende.

madura corporalmente en armonía con sus necesidades o integrando sus frustraciones.

es capaz de amar fecundamente y vive con una consciencia despierta.

crea actitudes y produce conductas justas, serviciales, misericordiosas, comprensivas, libres, fraternas.

no se deja convertir en objeto ni convierte a los demás en objetos. El cuerpo mercancía niega todos los derechos a las personas que quedan convertidas en objetos.

descubrimos que no tenemos otra manera de vivir la espiritualidad si no es en, con y desde el cuerpo que somos.

Y sobretodo cuando:

nos hacemos conscientes de que mientras no hagamos visible y operativo nuestro amor a través de nuestro cuerpo, no haremos posible al ser humano cabal y a la creación entera y por tanto no haremos creíble al Dios de la encarnación que profesamos con nuestras palabras.

La palabra se hace cuerpo si le transformamos en el lugar operativo y verificador de nuestra fe. La fe hasta que no pasa por el cuerpo no es fe, sólo es un buen deseo, un buen pensamiento o una hermosa palabra.

Necesitamos, cada vez con más fuerza, romper dicotomías y dejar que el Amor en el que creemos y del que tenemos experiencia, pase por nuestro cuerpo y se exprese a través de él. Nuestro tiempo busca mujeres y hombres testigos que a través de su cuerpo griten cotidianamente que Dios es amor.