6605_Portada-01.jpg

EL SABER HISTÓRICO

Marc Baldó Lacomba

Logo_PUV.tif

8406.png

Valencia, 2013

Copyright ® 2013

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito del autor y del editor.

En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com (http://www.tirant.com).

Dirección:

JOAN ROMERO GONZÁLEZ

Catedrático de Geografía Humana

Universitat de València

© Marc Baldó Lacomba

© TIRANT HUMANIDADES

EDITA: TIRANT HUMANIDADES

C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia

Telfs.: 96/361 00 48 - 50

Fax: 96/369 41 51

Email:tlb@tirant.com

http://www.tirant.com

Librería virtual: http://www.tirant.es

DEPÓSITO LEGAL: V-3689-2012

ISBN 978-84-15731-07-8

MAQUETA: Pmc Media

Si tiene alguna queja o sugerencia envíenos un mail a: atencioncliente@tirant.com. En caso de no ser atendida su sugerencia por favor lea en www.tirant.net/index.php/empresa/politicas-de-empresa nuestro Procedimiento de quejas.

En otros tiempos la enseñanza superior era tan solo una forma refinada de entretenimiento y una herramienta de control. Hoy es eso y más: el conocimiento científico, la tecnología de base científica y las humanidades racionalistas no sólo son bienes públicos intrínsecamente valiosos sino también medios de producción y bienestar, así como condiciones para el debate democrático y la resolución racional de conflictos.

Mario Bunge, La relación entre la sociología y la filosofía, Madrid, Edaf, 2000, 329.

Introducción

El propósito de este libro es que el estudiante aprenda cómo se construye la explicación histórica y se inicie en esta tarea. Para ello se introducen los conceptos básicos de qué es la historia, sus métodos, fuentes y cómo se elabora el discurso histórico; qué es la sociedad, la cultura y la civilización; qué hay de específico en el individuo humano y cómo produce y organiza su vida como ser social; cómo funciona la experiencia social, las acciones e interrelaciones humanas, la praxis y cómo se produce el cambio social o histórico desde la hominización a las sociedades industriales. Se trata pues de una iniciación a la teoría de la historia. En este estudio se propone incidir en cuatro ideas.

1) La primera es abordar cómo se construye tópicamente un trabajo de investigación histórica: cuáles son los pasos esenciales en el proceso de investigación histórica. Se trata de que se comprenda cómo el historiador parte de la pregunta, de dónde surgen las preguntas y cómo se consiguen buenas preguntas a la materia histórica; cómo se confeccionan las hipótesis así como su tipología; cómo se obtienen datos —empezando por definir qué es un dato— y de que maneras se buscan; cómo se consiguen mediante las prácticas metodológicas y las técnicas de investigación, empezando por definir qué son unas y otras, sus similitudes, sus diferencias y su unidad esencial. Entre las prácticas metodológicas se incide en la observación, la comparación y el método interdisciplinar; en las técnicas de investigación se estudian las principales maneras cómo los historiadores obtienen datos de las diversas fuentes históricas, incidiéndose en el análisis de textos o la manera cómo se obtienen datos de documentos, en el análisis del registro material (fuentes iconográficas, visuales y audiovisuales), y en el análisis de fuentes orales.

Importante es el uso del utillaje conceptual, aspecto en el que se incide, abordando qué son los conceptos y sus tipos, las leyes sociales y los modelos, así como los elementos que constituyen las teorías científicas. Es misión principal de la formación universitaria de la historia la comprensión de conceptos. Frente a la salmodia de “la nueva vulgata planetaria” del neoconservadurismo, según dice Bourdieu, que impone conceptos convenientes para la dominación simbólica o cultural (“flexibilidad”, “gobernabilidad”, “empleadores”, “elites”, “nueva economía”, “tolerancia cero”, “fragmentación social”, “multiculturalismo”…) y considera obsoletos a los conceptos que desplaza, en este texto propongo hacer reflexionar precisamente sobre los que no escuchamos (clase, lucha de clases, capitalismo, explotación, desigualdad, revolución social, cambio social…)1. Además es importante incidir en el conflicto terminológico, porque los conceptos son creados y circulan para ser usados: para entender el mundo y ser operativos. Al fin y al cabo la historia sirve para conocer el presente, diagnosticarlo, interrogarlo y pensar el futuro, lo que se hace, entre otras cosas, mediante los conceptos. “Un sabio verdadera y legítimamente comprometido debe comprometer su saber”, dice Bourdieu2. Pierre Vilar ya hace años decía que estudiar historia científicamente nos da la llave, “nos abre la puerta” para comprender las razones por las cuales la sociedad funciona como lo hace, y esta llave resulta ser maestra para pensar el futuro3. Fontana, por su parte, e incidiendo en lo mismo, señalaba que la historia, como instrumento de análisis social, es una herramienta que ha de servir “para denunciar aquello que necesita ser cambiado”4.

Tras las prácticas metodológicas y las técnicas de investigación y el análisis de la teoría (conceptos, leyes, modelos), se sigue el estudio del proceso investigación centrándose en el análisis de cómo se exponen los resultados en historia: el carácter a la vez narrativo y explicativo de la exposición histórica, introduciéndose los elementos básicos del discurso histórico: narración, descripción, argumentación y demostración.

Pero más allá del método científico aplicado a la historia, se procura hacer reflexionar en que las ciencias progresan cuando rompen el aislamiento disciplinar, lo que fue evidente en historiografía en la escuela de los Annales, que se construyó suprimiendo los encasillados, conoció una penetración profunda de la perspectiva económica y sociológica y después, en la segunda generación, ha hecho penetrar profundamente la perspectiva antropológica. También este “il faut abattre les cloisons” que decía Lucien Febvre, ha sido importante en prehistoria, donde disciplinas muy diversas y poli-competentes han abordado la hominización como proceso anatómico, ecológico, etológico, psicológico, sociológico y cultural. Esta obertura la considero esencial en todo conocimiento, y también en el histórico: el avance del conocimiento no tiene su sede tanto en las fronteras del saber consolidado, sino fuera de ellas, en la intemperie donde emergen espacios de duda.

2) La segunda idea esencial que se propone en este trabajo es aportar elementos para que se defina lo característico de la humanidad, las continuidades y las rupturas con otras especies y las características que hacen humana a nuestra especie: la fuerza que tiene el medio social en la configuración de sapiens; la capacidad de nuestra especie de transformar el mundo natural y crear y transformar la sociedad, y las aptitudes intelectuales de la especie que a si misma se define sapiens sapiens: la inteligencia, el pensamiento y la conciencia así como la importancia de emancipación simbólica y las habilidades (o capacidad para la acción y la práctica) que de estas aptitudes se deriva. Todo ello se analiza desde la perspectiva del sistema individuo/sociedad/historia, lo que comporta profundizar en el estudio de las relaciones sociales, las acciones humanas y la praxis y cómo este ámbito cambia o antropiza el mundo, crea la organización social y la personalidad humana y las fuerzas sociales transforman las tipologías y organizaciones sociales. Es muy importante, al abordar la relación individuo/sociedad/historia, mostrar la complejidad y las conexiones del ser humano en su dimensión global, pese a que su estudio se encuentra dividido entre diferentes disciplinas biológicas y todas las disciplinas de las ciencias sociales, por cuanto el ser humano es un ser biológico, psíquico, social, cultural e histórico.

3) La tercera idea nuclear del libro es que se entienda, con la mayor eficacia posible, lo que es esencial de la historia y de su explicación: el cambio social. Al fin y al cabo la historia es cambio: lo constitutivo de la experiencia humana es el cambio social. Pero nuevamente, como se ha hecho antes con la relación individuo/sociedad/historia, el cambio se estudia desde la perspectiva del sistema organización/desorganización/cambio, lo que pasa por estudiar qué es una organización o estructura social, cómo se ha concebido y la pluralidad de opciones que hay, incidiéndose en la concepción de estructura que se modifica y altera sistémicamente (por interacción de sus elementos y generación de elementos nuevos). Entiendo que es importante que se reconozca la necesidad de pensar conjuntamente estructura socio-histórica y cambio social. Es, precisamente, misión principal de la historia mostrar cómo las sociedades humanas se desestructuran y se reestructuran5.

Por cuanto al cambio, se aborda desde la diversidad de procesos y desde las diferencias que deben percibirse entre aquellos que conducen a alterar estructuras socio-históricas manteniendo su fundamento, y aquellos otros que a lo que conducen es a transformar estas estructuras por otras. Los primeros son cambios que se integran en una organización social; los segundos la destruyen y crean una organización social nueva. Idea básica en la historia es la destrucción y construcción de formas de organización social y de la vida. En el fondo, la historia “es la ciencia del perpetuo cambio de las sociedades humanas, de su perpetuo y necesario reajuste a nuevas condiciones de existencia material, política, moral, religiosa, intelectual”6.

El estudio del cambio, además, no debe hacerse sólo desde una perspectiva sociológica, sino también y principalmente histórica, lo que comporta analizar las sociedades humanas desde la hominización a nuestros días: las sociedades caza-recolectoras y sus transformaciones, la génesis de las sociedades agricultoras o revolución neolítica, la emergencia de las ciudades y con ellas la aparición de una organización intensiva que llamamos civilización, la organización y transformaciones de las sociedades precapitalistas: sus características y diferencias, y un estudio particularizado del feudalismo europeo, su tendencia al ciclo y los factores —e interrogantes— que dan cuenta de por qué en él se generó un nuevo tipo de sociedad, la capitalista. Del capitalismo se aborda el crecimiento autosostenido (pese a los ciclos), su expansión y globalización y el envés del crecimiento: el subdesarrollo con su cohorte de injusticias y miserias; el estudio del ciclo capitalista, que cobra vigencia en tiempos de crisis (y no en los años de expansión, en que parece olvidarse); y la depredación de los recursos del planeta. También se aborda por qué una determinada tipología de las sociedades industriales, las del socialismo real, acabaron fracasando siguiendo, en este aspecto, principalmente las reflexiones de Cohen.

Relacionado con el estudio del cambio social, que es fuente de motivación en el estudio histórico, se puede retomar la idea ya abordada anteriormente de la función de la historia. Entiendo que estudiar el cambio social no debe ser una mera actividad de disección, sino de análisis del mundo que vivimos. Abordar lo que está cambiando —las relaciones de género, las nuevas tecnologías, la robótica, la biomedicina, la interacción antrópica con el medio, las nuevas fuentes de energía, las relaciones laborales…— y mostrar las resistencias que todo cambio genera, puede resultar motivador, siempre que se descubran problemas, desigualdades e igualdades, acuerdos y desacuerdos, armonías y contradicciones, razones y causas para el cambio y la resistencia al cambio. Y del presente se puede pasar al pasado, para mostrar los cambios sociales que se producían en el proceso de neolitización o en la génesis del capitalismo. El estudio del cambio social es una manera directa de abordar la entraña de la experiencia social y hacerlo desde la piedra angular de la historia. Por otro lado estudiar el cambio también sirve para mostrar que la realidad social requiere ser aprehendida para poderse cambiar, al menos conscientemente.

4) En fin, la cuarta idea básica del trabajo es proporcionar una mirada de conjunto al conocimiento histórico y su evolución, con especial incidencia en los últimos treinta o cuarenta años. Se plantea cómo surgió la historiografía como disciplina científica que sigue un método determinado y busca la verdad, el contraste y debate de sus enunciados; esta manera de explicar la historia es diferente a la memoria colectiva y a los mitos (que es, no obstante, otra explicación). Se rastrea cómo surgió este saber a lo largo de los siglos de la Edad Moderna, con los antecedentes grecolatinos y se analiza, luego, la historiografía del siglo XIX y principios del XX y los retos que significó el desarrollo de nuevas teorías y ciencias sociales y cómo todo ello acabó por generar la historia social que hoy conocemos, de la que se da cuenta de sus tiempos y etapas y del efervescente proceso de cambio que ha conocido desde mediados de los setenta hasta hoy mismo.

No quiero acabar esta introducción sin señalar la importancia que tiene la práctica. La práctica requiere de la complicidad del docente y la del propio estudiante. “Hay acuerdo —ha escrito Pérez Garzón— en que aprendemos un conocimiento cuando cobra sentido para nosotros, poseemos un conocimiento, cuando se convierte en ‘nuestro’, y porque es nuestro tenemos una relación personal que nos permite hacerlo significativo”7. Ese es el propósito de toda enseñanza y aprendizaje de la historia. Se trata de aprender haciendo en un entorno próximo al real. Por ejemplo, buscar un documento —con cierta originalidad— y analizarlo, o pensar y buscar un resto material y comentarlo o, en fin, realizar una entrevista reconstruyendo una historia de vida y situándola históricamente.

La parte práctica en el aprendizaje inicial de la historia es tan esencial como la teórica, porque permite que el estudiante haga: comente documentos (en clase y en su casa), busque documentos con cierta originalidad (en archivos, libros o la red) y los comente, fotografíe un objeto o estructura que analizará como fuente material, iconográfica, simbólica… (una alquería, el uniforme de un soldado de la guerra civil, el campanario de su pueblo, un cuadro del museo de Bellas Artes…), busque una película o documental y lo mire y analice con ojos de historiador, atendiendo la época en que se realizó y cómo dicha película o documental da cuenta de esa época: la expresa y la conforma a su vez la ilumina, la denuncia, la critica, le sugiere reflexiones…

El estudiante, al hacer, aprende, se compromete con su propio proceso de aprendizaje y, además, hasta puede ser que se sienta atraído (o al menos venza la repulsa a una asignatura abstracta) por un conocimiento que descubre cómo se hace. Yo siempre he sido del criterio que se aprende mejor qué es una falla tectónica visitando una que explicándola con palabras y en tiza en el aula. Del mismo modo, creo que los estudiantes aprenden más sobre la historia oral, preparando una entrevista y haciéndola (grabándola, fotografiando al entrevistado, transcribiéndola y comentando la situación histórica que cuenta) que explicando en clase cómo se hace una entrevista. Y lo mismo con las demás fuentes documentales, materiales o simbólicas. O visitas. En resumen, la práctica promueve el aprendizaje profundo frente al superficial y memorístico, y motiva al estudiante a abordar cuestiones complejas como qué es el concepto, qué es la narración, qué es la praxis o qué es el cambio social.

1 P. Bourdieu, Pensamiento y acción, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2005, pp. 120-129. Hay un estudio de tallado del concepto “multiculturalismo”.

2 Ibíd., p. 152.

3 Pierre Vilar, Iniciación al vocabulario histórico, p. 9.

4 Josep Fontana, Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica, 1982, p. 261.

5 P. Vilar, Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Crítica, 1980, p. 71.

6 L. Febvre, Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1986, p. 56.

7 J. S. Pérez Garzón, “Vale la pena enseñar historia”, en Jesús A. Martínez Martín et al. (coords.), El valor de la historia. Homenaje al profesor Julio Aróstegui, Madrid, Editorial Complutense, 2009, pp. 327-328.

1. La historia y el conocimiento histórico

a) Historia y presente

Para definir el concepto de historia es muy importante explicar en qué consiste el trabajo del historiador y, en consecuencia, qué es la historia. El oficio de historiador esencialmente consiste en explicar científicamente el proceso social, la acción humana, su crecimiento y su desarrollo a lo largo del tiempo y el espacio. La historia propone una mirada (racional, contrastada y crítica) al tiempo presente desde la perspectiva histórica, aspira a entender el presente por su génesis y analiza los hechos y procesos sociales desde los factores que los generan y las consecuencias que de ellos se derivan. En este sentido resulta evidente que la reconstrucción de los procesos históricos es sólo posible desde el mirador del presente, esto es: desde la experiencia social actual y desde el actual nivel de conocimientos y estrategias para conocer de que hoy se dispone. Es desde la experiencia social presente, desde la que se activan preguntas, se exploran las fuentes (huellas y vestigios de la experiencia humana como documentos, materiales, símbolos, fuentes orales) y se activan los recursos conceptuales (nociones, teorías, métodos…) para contestarlas contrastadamente.

Además, sostenemos que, esencialmente, la explicación histórica se deriva de una inquietud para entender el presente. Probablemente siempre ha sido así. Por ejemplo, cuando, a partir de los años sesenta y setenta del siglo XX, y los cambios sociales de los países desarrollados cuestionaron las viejas ataduras que sometían a las mujeres, y el movimiento feminista de la segunda ola incluyó en su agenda cuestiones nuevas como el reto a la familia patriarcal, la protesta contra la exclusión o relegamiento que se les había asignado tradicionalmente en el mundo laboral, o la reivindicación de separar la sexualidad de la reproducción, surgieron muchas preguntas de carácter histórico que buscaban respuestas a estos desafíos desde la experiencia histórica.

Estas preguntas (y las respuestas que se empezaron a plantear), aunque lógicamente iluminaban aspectos hasta entonces oscuros de la experiencia histórica de la humanidad que podían remontarse hasta el neolítico, hasta el origen del patriarcado, hasta las raíces de la discriminación de género y su varianza histórica… estas preguntas y respuestas, digo, estaban esencialmente conociendo en profundidad la experiencia histórica del presente (la discriminación de las mujeres) y contribuyendo a las críticas que aportaba el feminismo cuestionando el orden social heredado. Que las investigaciones sobre las relaciones entre hombres y mujeres que se remontaban a las profundidades de la prehistoria hacían comprensible el pasado, no cabe duda. Pero que, con más fuerza aún, hacían comprensible el presente (el de los años sesenta del siglo XX y nuestro actual presente), es un hecho incuestionable e impulsor de este interés1.

Otro ejemplo. Cuando, también en los años sesenta del pasado siglo, se planteó la crítica al mito del crecimiento económico ilimitado y sostenible de los países desarrollados y “en vías de desarrollo” (como se decía entonces), cuando empezó a vislumbrarse que los recursos del planeta no eran ilimitados y que, con frecuencia, se hacía un mal uso de ellos, cuando empezaron a tomarse en serio por algunos los condicionamientos medioambientales o las emisiones contaminantes, no sólo se impulsó la ecología, sino también irrumpieron preguntas históricas que empezaron a abordar los aspectos principales de la historia ecológica como el impacto medioambiental de las sociedades agrarias e industriales, la contaminación de la atmósfera, litosfera e hidrosfera, el expolio de recurso de toda clase2.

También la historia cultural se ha visto potenciada por nuevas preguntas y por todo un vasto y variado conjunto de nuevas prácticas sociales de comunicación (prensa, radio, televisión, satélites, internet, circulación de personas, mercancías, ideas…), debidas al desarrollo de las nuevas tecnologías surgidas después de la Segunda Guerra Mundial, que han modificado la percepción del mundo y la vida cotidiana de las personas. Desde esta experiencia, el historiador social empezó a preguntarse directamente una cuestión que había olvidado en los años cincuenta y sesenta (los de la apoteosis de la historia social y económica y de las series cuantitativas): la importancia que siempre han tenido las ideas, las representaciones, las identidades, la transmisión cultural; la importancia que corresponde a quien construye discursos y “grandes relatos”, a quien domina los medios de comunicación, a las creencias que gobiernan conductas, a la historia sociocultural, en suma3.

Los ejemplos se podrían multiplicar: 1) el interés por las etnias, la segregación social por diferencias raciales, los movimientos pro derechos civiles, no solamente recuperan la historia reciente de estas luchas sociopolíticas, sino también la historia y el interés por los pueblos indígenas —pongamos por caso— de América cuando llegaron los europeos, interés en todas sus variables, incluyendo la evolución demográfica de los amerindios y las consecuencias de la conquista y colonización europea. Estudios de la escuela de California como los de Sherburne F. Cook y Woodrow W. Borah, The Indian populaton of Central Mexico (1963), dan cuenta de este interés4. 2) La importancia que en las sociedades contemporánea adquiere la comunicación (de ideas) activa el estudio del lenguaje en las relaciones sociales y en las relaciones de poder, la importancia de la escritura, y revaloriza el estudio de las “representaciones”, el “poder simbólico” y la cultura, por cuanto ésta, con los nuevos aportes de información y comunicación, genera nuevas ideas (o reconstruye las anteriores) y las proyecta como marcos de acción que adoptan los grupos y los individuos. Y este estudio, lejos de centrarse en la experiencia social reciente, alcanza los tiempos más remotos produciendo un importante aporte de estudios5. 3) Las nuevas maneras de vida más liberadas de la segunda mitad del siglo XX en los países desarrollados, plantean el desarrollo de la historia de la vida privada y la de la intimidad humana6. 4) La tardanza en incorporarse al mercado laboral y a la vida de adultos de los jóvenes —al menos en países desarrollados— desde la segunda mitad del siglo XX, así como la aparición de una generación juvenil contestataria de los sesenta, activa la historia de la juventud y otras edades7. 5) La descolonización planteó preguntas históricas que cuestionaron la mirada eurocéntrica y la globalización con sus flujos migratorios, y la interculturalidad, ha enfatizado estas investigaciones8. 6) El surgimiento de la clase obrera desarrolló en el siglo XIX y XX la historia clásica del movimiento obrero, y la transformación de los trabajadores del capitalismo avanzado ha levantado nuevos análisis sobre los trabajadores: su formación y profesionalización, sus cosmovisiones, el crecimiento de capas medias y la movilidad social. 7) La aparición de los estados-nación planteó preguntas a la experiencia histórica y desarrolló una historiografía nacionalista (“historia con bandera”) que remonta su mirada nacional de cada Estado hasta tiempos remotos y contra la que arremetió la escuela de los Annales

La explicación histórica, pues, no sólo se plantea desde el presente, sino se proyecta sobre el presente y lo ilumina. En este sentido podemos decir que el estudio de la historia humana responde a la necesidad de conocer nuestro presente. Entre el pasado y el presente existe una relación retroactiva. El presente no es sólo una consecuencia del pasado (por lo que, para conocerlo, lo averiguamos), sino que el conocimiento del pasado se ilumina también desde el presente.

Y como la última afirmación puede resultar chocante, tal vez con un ejemplo sea conveniente ilustrarla. En 1989 se produjo la caída del Muro de Berlín y en los años siguientes el hundimiento del socialismo real. Los historiadores que hoy día estudian este proceso histórico y analizan, pongamos por caso, los años 1980 a 1988, rastrearán y detectarán detalles importantes para entender el acontecimiento señalado de 1989, detalles que pasaron desapercibidos a protagonistas, agentes y testigos de la historia de entonces, o si no pasaron desapercibidos, no les dieron la entidad e importancia que, a la luz del proceso histórico, tuvieron. Estos detalles, sin embargo, resultan más fáciles de ver y de subrayar su importancia desde la perspectiva histórica: al reconstruir el proceso histórico del hundimiento del socialismo real para explicarlo, cobran una relevancia que entonces no fue advertida. Así pues, estos aspectos de pasado (1980 a 1988 en Europa Oriental y la URSS) se ven iluminados al indagar ese proceso histórico desde el presente. El ejemplo podría ser válido para las guerras entre Roma y Cartago, las cruzadas, la revolución francesa, la crisis económica de 1929 o el desarrollo del Estado del bienestar. Desde el presente se entienden aspectos que en un momento anterior no se perciben como hechos que producen transformaciones o cambios históricos. Edgar Morin dice sobre esta cuestión que “el conocimiento del presente necesita del conocimiento del pasado que a su vez necesita del conocimiento del presente”9. Y si aceptamos esta premisa, y añadimos que el conocimiento del pasado siempre es incompleto (como el del presente) entenderemos las razones de fondo por las que la historiografía se replantea constantemente las explicaciones de la historia.

Esta tarea de estudiar el pasado para conocer el presente no puede ser en ningún caso pretenciosa. Conocer el presente es tarea de todas las ciencias sociales. Con todo este acopio de esfuerzos, por otro lado, el presente sólo será conocido de manera incompleta, y lo que del presente vaya a influir en el futuro será vislumbrado también de manera aún más incompleta. Nunca ninguna ciencia ni saber podrá enseñar a la humanidad su futuro. Éste siempre está abierto, como sucede a veces en la vida de las personas, y aunque haya determinaciones sociales que apuntan a un futuro determinado, este determinismo es parcial: siempre hay capacidad de individuos, grupos sociales, gobiernos, organizaciones políticas o de acción cívica, siempre hay capacidad de nuevos conocimientos e ideas para rectificar estas determinaciones o rechazarlas, rectificarlas o replantearlas.

1 Juan Sisinio Pérez Garzón, Historia del feminismo, Madrid, Los libros de la Catarata, 2011.

2 José Manuel Naredo y Luis Gutiérrez (eds.), La incidencia de la especie humana sobre la faz de la tierra (1955-2005), Granada, Universidad de Granada, Fundación César Manrique, 2005; John R. McNeill, Algo nuevo bajo el sol: historia medioambiental del mundo en el siglo XX, Madrid, Alianza, 2003; Clive Ponting, Historia verde del mundo, Barcelona, Paidós, 1992; Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows, Los límites del crecimiento 30 años después, Barcelona, Círculo de Lectores, 2006.Véase el prólogo que se hizo a la edición del mismo trabajo treinta años antes.

3 Justo Serna y Anaclet Pons, La historia cultural: autores, obras, lugares, Madrid, Akal, 2005; Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, Barcelona, Paidós, 2005.

4 Para esta cuestión, Nicolás Sánchez Albornoz, La población de América latina desde los tiempos precolombinos al año 2000, 2ª ed., Madrid, Alianza, 1977, p. 60 y ss.

5 Pierre Bourdieu, ¿Qué significa hablar?, Madrid, Akal, 2008; Francisco Gimeno Blay, Scripta manent: de las ciencias auxiliares a la historia de la cultura escrita, Granada, Universidad de Granada, 2008.

6 Phillippe Ariès y George Duby, Historia de la vida privada, 5 v., Madrid, Taurus, 2001; Anthony Giddens, La transformación de la intimidad: sexualidad, amor, erotismo en las sociedades modernas, Madrid, 2004.

7 VV.AA., Historia de los jóvenes, 2 v., Madrid, Taurus, 1999; José María Borrás Llop (dir.), Historia de la infancia en la España contemporánea, 1834-1936, Madrid, Ministerio de Asuntos sociales, 1996.

8 Edward W. Said, Cultura e imperialismo, Barcelona, Anagrama, 1996.

9 Edgar Morin, ¿Hacia dónde va el mundo?, Barcelona, Paidós, 2011, p. 16.

b) Una historia para ciudadanos

Conocer el presente (desde la experiencia histórica que es lo que aquí nos concierne) no es un saber erudito y aséptico, sino un saber comprometido. Comprometido con el futuro. La necesidad de conocer el presente es operativa. Ayuda a pensar el futuro: es un ejercicio que nos da cuenta y razón de las causas por las que hemos llegado donde estamos y nos permite diseñar estrategias de futuro. Si el presente requiere conocer el pasado, el conocimiento profundo del presente (siempre incompleto) es pieza maestra para mirar al futuro. Tal vez esta sea la función principal de la historia: ayudar a entender el presente, desde el cual construimos el futuro. Conocer a fondo el presente, desde sus raíces históricas, aporta capacidades para pensar el futuro, para definir nuevos proyectos, introducir rectificaciones, proyectar nuevas estrategias.

Verdaderamente, esto hace de la historia un “saber útil”, como gustaban decir los ilustrados. Voltaire aspiraba a una historia útil “para ciudadanos y filósofos” (personas que desean vivir en un mundo con conciencia y razón del mismo). Decía en 1744:

“Después de haber leído tres o cuatro mil descripciones de batallas y el contenido de varios centenares de tratados, encontré en el fondo que no estaba mejor informado que antes. No conozco mejor a los franceses y a los sarracenos por la batalla de Carlos Martel que a los tártaros y a los turcos por la victoria que obtuvo Tamerlán sobre Bayaceto… Hay libros que me enteran de las anécdotas, verdaderas o falsas, de una corte… Sin embargo, se descuidan por ellas otros conocimientos de una utilidad más evidente. Me gustaría conocer las fuerzas de que disponía un país antes de una guerra, si esa guerra las aumentó o las mermó. ¿Era España más rica antes de la conquista del Nuevo Mundo que hoy? ¿Qué diferencia de población tenía en tiempos de Carlos V y los de Felipe IV? ¿Por qué Ámsterdam contaba veinte mil almas hace doscientos años? ¿Por qué tiene hoy doscientas cuarenta mil? ¿Y cómo se sabe esto positivamente? […]

Aquí tenemos ya uno de los objetos de la curiosidad del que quiere leer la historia como ciudadano y como filósofo. Estará lejos de limitarse a ese conocimiento [de detalles]; tratará de averiguar cuáles han sido el vicio radical y la virtud dominante de una nación; por qué ha sido débil o poderosa en el mar; cómo y hasta qué punto se ha enriquecido desde hace un siglo; los registros de las exportaciones pueden decírnoslo. Querrá saber cómo se han establecido las artes, las manufacturas; las seguirá en su paso y en su vuelta de un país a otro. En fin, los cambios en las costumbres y en las leyes serán su gran tema”10.

De lo que se trata es de huir, como planteaba Voltaire, de una historia erudita encerrada en sí misma y alimento de académicos que han dado la espalda a la sociedad. En el siglo XVIII estos historiadores existían y estudiaban cuestiones y bagatelas que a nadie (excepto a los que regentaban el poder, a los aristócratas y prelados) le interesaban. Hoy día el medio académico también puede acabar por dedicar inconmensurables esfuerzos a cuestiones nimias que solamente importan a unos pocos colegas. El reto que nos lanzaba Voltaire, y que hoy tiene plena vigencia, es que apliquemos el saber histórico a cuestiones que interesan a los ciudadanos. Por otro lado, se advertirá que el tipo de preguntas del texto de Voltaire no sólo son clave para explicarse el pasado sino también lo son para entender el presente. Ese mismo tipo de preguntas y otras muchas similares son las que debe plantearse la historiografía. Por hacerle preguntas a la experiencia histórica empieza la explicación de la historia, y, como puede comprobarse, no es nada sencillo formular buenas y agudas preguntas.

Pues bien. Las ciencias sociales y humanas que ayudan a entender el presente y pensar el futuro, con frecuencia son saberes incómodos: descubren aspectos ocultos que algunos no desean conocer, señalan con su dedo los monstruos que la humanidad genera y ha generado (militarismo, empobrecimiento, explotación, depredación del planeta, acumulación inconmensurable de riquezas en pocas manos, control de la gestión ajeno a los ciudadanos…), dan cuenta también —claro está— de las bondades, del arte, los progresos, las mejoras técnicas, la atención a necesitados, la lucha contra la pobreza, contra la guerra…) pero también de cuantas realizaciones responden más al homo demens que al homo sapiens. Las ciencias sociales (las naturales también) son, sin duda, un saber incómodo.

Además, para entender la función social de la historia, como de cualquier ciencia social o humana, hay que salirse de un falso tópico y una falsa disyuntiva. El falso tópico consiste en reclamar para las ciencias sociales un estatus de digna neutralidad científica. Pero las ciencias no son neutrales: están comprometidas con la humanidad. Las ciencias sociales, además de este compromiso, tienen como objeto de estudio la humanidad. Las ciencias sociales son analíticas y críticas. La neutralidad es una ilusión inducida por un falso objetivismo y con la que se pretende anular la crítica. La ciencia, sea natural o social, nace comprometida con los seres humanos y con este planeta. La historia, además, nace para pensar el futuro de los humanos, y pensar el futuro, aunque sea estudiando el pasado, no es neutral ni puede ser “imparcial”. Una ciencia crítica no es imparcial ante quienes opinan que deben seguir aumentando las desigualdades, la segregación, la explotación de las personas y el expolio del planeta. No hay imparcialidad ni neutralidad entre quienes desean seguir como hasta aquí y quienes desean transformar estas miserias y aspirar a otro mundo donde se vayan erradicando. La falsa disyuntiva es considerar que las ciencias, y también la historia, o son serviles y están encadenadas a los intereses de los poderosos, o son saberes puros que operan libremente de cualquier presión, exigencia o contingencia social. Ni lo uno ni lo otro: en las ciencias se ejercen coacciones y presiones —externas e internas— pero también desde ellas se opera con actitud crítica…

El, saber histórico no escapa al compromiso con la sociedad, no puede dar la espalda a “la proyección política en sentido amplio”11. La política “en sentido amplio”, la acción social que se deriva de ella, es parte constitutiva de la función del saber histórico. Se confiese o no, este compromiso político del historiador con su presente ha existido siempre y la historia de la historiografía (y hasta la de la epopeya y las leyendas) lo acreditan sobradamente. A poco que miremos la historiografía desde Heródoto hasta ahora, se nos confirma esta relación. El pluralismo de interpretaciones históricas y de planteamientos teóricos y metodológicos se debe, precisamente, a que el saber histórico está encuadrado, enmarcado, enraizado con diversos entramados sociales y afectado por relaciones de poder. Como saber social que es, la historiografía aporta conocimientos para crear identidades de grupos humanos, para desarrollar valoraciones de la experiencia social presente y para, con esos diagnósticos, plantearse cuestiones sobre el futuro. El conocimiento histórico, pues, ha ejercido y ejerce una función de la que se derivan unos usos —y abusos— públicos de la historia, de los que podemos resumir los tres principales.

a) El primero es el que justifica, reproduce el orden social establecido y en su reflexión sobre la experiencia histórica, define y reafirma las identidades, manipula la memoria colectiva, se apodera de ella, la domina, impone el olvido o devalúa el pasado. También justifica el mundo aquella historiografía que se refugia (o así lo cree o quiere hacer creer) en la contemplación no comprometida, aséptica, erudita e imparcial del pasado, pero obviamente sin poder conseguir nunca esta imparcialidad imaginada. También lo justifica aquella que formula “patrañas filosóficas vacías”12 como negar que el pasado pueda explicarse, proclamar que la historia es retórica, empeñarse en que la verdad es una falacia, negar la explotación de humanos por humanos, relativizar discriminaciones o segregaciones de todo tipo, minimizar la degradación del ecosistema…

b) El segundo es el crítico. La historiografía, en ocasiones, toma posiciones críticas delante del orden social establecido y en su reflexión sobre la experiencia humana. Esta propuesta —la de la izquierda— considera que el conocimiento histórico razonado y científico de la sociedad y su dimensión histórica aporta elementos de análisis para transformar el mundo. Pierre Vilar decía que estudiar historia científicamente nos da la clave, “nos abre la puerta” para comprender las razones por la que la sociedad —la que estudiemos y la que vivimos— funciona como lo hace, y esta clave es maestra para pensar el futuro13. Jacques Le Goff considera que la historia “intenta preservar el pasado sólo para servir el presente y el futuro” y que el conocimiento histórico “ha de actuar de manera que la memoria colectiva sirva la liberación y no la sumisión de los hombres”14. Quienes consideramos que la historia ha ser, como todas las ciencias, un saber crítico y que debe estar al servicio de la gran mayoría de los ciudadanos, hallará en la historia argumentos para denunciar “lo que necesita ser denunciado” que decía Fontana15, y en la etapa específica que estamos viviendo hallará argumentos para combatir la legitimación de las políticas opresivas del neoliberalismo y quienes —en el campo de las ciencias sociales y la historia— las legitiman. En otras palabras, la historia no puede ser un saber neutro y no comprometido, un saber dedicado a la erudición ajena al mundo, excepto para quien pretenda seguir aumentando las desigualdades, la explotación y la degradación del planeta. La historia debe ser un saber crítico y comprometido. Una de sus principales tareas es desvelar mitos y falsedades, revisar identidades forjadas en memorias colectivas o interpretaciones dirigidas por el Estado. Y contribuir a que los ciudadanos sean críticos.

El libro de Josep Fontana, Por el bien del Imperio, por ejemplo, es ilustrativo de esta cuestión: desde las preguntas que le formula a la historia reciente, busca las claves que explican el complejo momento histórico que estamos atravesando. Nos muestra cómo la historia en sus últimos sesenta y cinco años, tras una fase en la que avanzó cautelosamente hacia una mayor libertad e igualdad de oportunidades, desde los años setenta parece marchar hacia atrás: hacia la pérdida de derechos y el incremento de desigualdades; al hambre, la miseria y los recortes del bienestar; al rearme, el control del pensamiento, el asesinato en masa, la degradación del planeta… hasta llegar a una crisis económica y social muy profunda, y hace una llamada a todos, pero particularmente a los jóvenes, para salir de la cuneta de la historia, asumir el papel de actores y buscar una salida al “capitalismo realmente existente”16.

¿Se puede deducir que, por este interés por explicar el presente (para de algún modo pensar el futuro), la historia que no sea del siglo XX o de los siglos recientes no interesa? En modo alguno. Por varias razones: en primer lugar ya estamos viendo que lo que afirmaba el ilustrado tiene plena vigencia 260 años después. La experiencia humana del presente tiene raíces en el pasado y la de ésta en otro anterior. Conocer científicamente el mundo social que vivimos y explicárnoslo históricamente es el propósito del conocimiento histórico. Pero no se crea que a la historia le interesa explicar solamente la formación social que vivimos y las raíces inmediatas de ésta. Sin duda, pera estudiar nuestro mundo desde la perspectiva histórica, la explicación ha de remontarse a la hominización. En los procesos históricos, cada etapa está enlazada y trabada con la anterior (aunque sea para romper con ella como a veces sucede). Si se permite una comparación, diría que la historia parece un tejado inacabable, donde cada teja está parcialmente cubierta por la anterior y cubre parte de la que sigue. Explicar nuestra sociedad (nuestra teja) comporta enlazar toda la serie, la hilera de tejas encastadas. Poseer más luces para explicar nuestra sociedad comporta también disponer de referencias: conocer la Grecia de Pericles o el imperio azteca, las primeras aldeas neolíticas o la era victoriana, Anaxágoras o Darwin, Pico della Mirándola o Simone de Beauvoir, nos depara inexplotables sorpresas que nos pueden iluminar y —siempre— hacer reflexionar. Por tanto, del análisis de todas las experiencias sociales saca partido nuestro conocimiento.

c) El tercer cometido, en fin, del conocimiento histórico, además de su uso para legitimar o ejercer la crítica social, es que nos educa, nos cultiva, enriquece nuestra mirada, incentiva nuestro espíritu crítico, satisface curiosidades que tenemos de conocer cosas como las que preguntaba Voltaire, u otras como por qué se construyeron catedrales góticas, por qué los Reyes Católicos expulsaron a los judíos, por qué no fue China y fue Europa la que llegó antes a Asia y América, por qué se han hechos dos guerras mundiales, porque se degrada el planta y aumenta la pobreza, porqué nuestros jóvenes no consiguen encontrar un empleo digno durante mucho tiempo. Es evidente que a las preguntas de tiempos pasados (por qué los Reyes Católicos expulsaron a los judíos) sólo cabe la respuesta objetivada y veraz, pero a las preguntas sobre nuestra experiencia social (por qué los jóvenes no encuentran trabajo digno) caben respuestas objetivadas y contrastadas, buenos diagnósticos, y también caben y son necesarios razonamientos sobre adecuados tratamientos que se tienen que decidir con las luces de la razón, la crítica y la democracia. Decía Edward Hallet Carr que la historia, cuando nos educa, nos entretiene, nos cultiva o nos explica la dimensión histórica de la sociedad presente, al mismo tiempo, nos está ayudando a “incrementar el dominio de la sociedad presente”17. Y lo incrementa porque aporta elementos de reflexión social.

En resumen, si ser un saber crítico es la principal función y uso de la historia, claro está que no es el único. Nos abre la puerta para percibir otras experiencias humanas, nos aporta cultura que nos ayuda a orientarnos en este mundo y nos enriquece.

10 Voltaire: Opúsculos satíricos y filosóficos [1744], Madrid, Alfaguara,1978, pp. 176-179.

11 Juan José Carreras y Carlos Forcadell (eds.), Usos públicos de la historia, Madrid, Marcial Pons, 2003, p. 24.

12 Ernst Bloch, El principio esperanza 3 t., I, Madrid, Trotta, 2004-2007, t. I, pp. 329.

13 Pierre Vilar, Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Crítica,1980. p. 9.

14 Jacques Le Goff, El orden de la memoria: el tiempo como imaginario, Barcelona, Paidós, 1991, p. 183.

15 Josep Fontana, Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica, 1982, p. 261.

16 Josep Fontana, Por el bien del Imperio: una historia del mundo desde 1945, Barcelona, Pasado y Presente, 2012.

17 Edwad Hallet Carr, ¿Qué es la historia?, Barcelona, Seix Barral, 1968, p. 73.