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LA IMAGINARIA CIUDAD DEL SOL/ Serie —topías

En los procesos logístico y editorial de la Serie —topías han participado Adriana Konzevik, Alejandra García, Karla López, Rocío Martínez, Angelina Peña, Juan Carlos Rodríguez y Arturo Ruiz. Los editores y La Jaula Abierta agradecemos su gentileza e invaluable colaboración. Asimismo expresamos nuestra gratitud a los autores involucrados en cada uno de nuestros títulos, tanto como a Guillermo Cejudo, Sergio López Ayllón, José Carreño Carlón, Natalia Cervantes, Martha Cantú, Susana López Aranda, Josefina Alcázar y Christina Müller

TOMMASO CAMPANELLA


LA IMAGINARIA
CIUDAD DEL SOL

(IDEA DE UNA REPÚBLICA FILOSÓFICA)

Fondo de Cultura Económica

TEZONTLE

Primera edición, 2017
Primera edición electrónica, 2017

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

VERSIÓN Agustín Mateos
PRÓLOGO Julio Hubard
EPÍLOGO Pablo Soler Frost
IMÁGENES Jimena Schlaepfer
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contraportada

 

ÍNDICE

PRÓLOGO. Campanella, la imaginación de lo posible,
Julio Hubard

LA IMAGINARIA CIUDAD DEL SOL
(IDEA DE UNA REPÚBLICA FILOSÓFICA)

CUESTIONES SOBRE LA REPÚBLICA IDEAL

Artículo primero

Artículo segundo

Artículo tercero

EPÍLOGO. ¿Y la Ciudad del Sol?, Pablo Soler Frost

ACERCA DEL AUTOR Y LOS COLABORADORES

 

ACERCA DEL AUTOR
Y LOS COLABORADORES

TOMMASO CAMPANELLA
 (STILO, 1568-PARÍS, 1639) 

Filósofo dominico, forjado en su juventud por las ideas del naturalista Bernardino Telesio, su obra consta de más de ochenta libros de grave carácter religioso y amplia vena humanista. Su pensamiento crítico y libertario, plasmado en su Apología pro Galileo, lo condenó a ser perseguido por la Inquisición, acusado de herejía en diferentes procesos. En 1599 organizó un levantamiento contra la Corona española que entonces mantenía su dominio sobre Italia, conjura que fue descubierta y que lo llevó a cumplir una sentencia de encierro por 27 años. Fue en su celda donde escribió, en 1603, La Ciudad del Sol, una de las más destacadas creaciones en el canon teórico del comunismo utópico.

JULIO HUBARD
 (CIUDAD DE MÉXICO, 1962) 

Estudió filosofía en la UNAM, donde fue becario del Instituto de Investigaciones Filosóficas y profesor de Historia de las ideas. Ha sido editor, consultor y ha escrito varios libros de poesía y ensayo, como Presentes sucesiones (Fondo de Cultura Económica), Una turba de gente adorable (UAM), Hacéldama (Conaculta), Aristóteles & Hipócrates: sobre la melancolía (Vuelta-Heliópolis), Sangre. Notas para la historia de una idea (Turner-Ortega y Ortiz) y También soy escritura. Octavio Paz, cuenta de sí (ed., Fondo de Cultura Económica). Es, además, quirofísico por la American School of Chiropractic.

PABLO SOLER FROST
 (CIUDAD DE MÉXICO, 1965) 

Es escritor. Entre sus novelas pueden destacarse La soldadesca ebria del emperador y Yerba americana (Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada 2009). Ha publicado además libros de cuentos, de poemas, traducciones de Horace Walpole, Joseph Conrad, Walter Scott, John Henry Newman y de los poetas Robinson Jeffers y Rainer Maria Rilke. Ha dictado conferencias de literatura y cine mexicanos en universidades, escuelas de cine y festivales y ferias del libro en Australia, Inglaterra, Irlanda, Costa Rica, Estados Unidos, Canadá, Argentina, Noruega, Dinamarca y México. Su más reciente libro es un cuento titulado Vampiros aztecas. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

JIMENA SCHLAEPFER
 (CIUDAD DE MÉXICO, 1982) 

Es egresada de la ENPEG-La Esmeralda (2001-2006). Su obra se ha desarrollado dentro de los campos del dibujo, escultura, instalación, video y animación. Recibió la beca Jóvenes Creadores del Fonca en el rubro de Medios Alternativos (2006 y 2011). Ha expuesto en México, Italia, Estados Unidos, Colombia y Canadá. Es parte del colectivo Neter Proyectos.

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PRÓLOGO

CAMPANELLA,
LA IMAGINACIÓN DE LO POSIBLE

Julio Hubard

JUAN DOMINGO CAMPANELLA nace en Stilo, una pequeña comuna de la provincia de Calabria, en 1568. A los 14 años ingresa como fraile dominico y cambia su nombre de pila por el de su primera inspiración en la fe y el intelecto: Tomás, como el santo de Aquino. La orden dominicana tradicionalmente ha sido vigilante de la ortodoxia teológica y, en el siglo XVI, además, estuvo encargada de la Inquisición pontificia. El pensamiento tomista ha tenido siempre a Aristóteles como punto de partida y a santo Tomás como guía de pensamiento lógico, moral, político y teológico. Es quizás la columna vertebral que estructura la racionalidad no sólo del mundo cristiano sino de Occidente entero. Pero ninguna tradición de pensamiento vivo ha sido una continuidad tersa y los embates contra la filosofía escolástica fueron origen del Renacimiento.

De Calabria vendría precisamente una de las más feroces impugnaciones del aristotelismo: Bernardino Telesio, defensor de la filosofía natural y entusiasta de una investigación surgida de los propios sentidos. Telesio publica su De rerum natura iuxta propria principia (“Sobre la naturaleza de las cosas, según sus propios principios” c. 1563), donde refuta las ideas aristotélicas sobre la composición del mundo según un principio activo (la forma) y otro pasivo (la materia). Propone que la materia está viva de suyo y que incluso el alma tiene un componente material, otro inmaterial y que todo lo que existe proviene del equilibrio entre dos grandes esferas: el Sol (fuente de todo el calor) y la Tierra (“el globo frío” ).

Casi al mismo tiempo, la revolución intelectual de Copérnico había cambiado para siempre los ejes del pensamiento: la Tierra no era inmóvil, ni plana (cosa ya antes comprobada) y tampoco giraba el Universo alrededor de nuestro mundo sino en torno del Sol -que entonces se supuso centro absoluto de toda existencia-. Pero hay que imaginar lo que significó aquella revolución; el mapa entero del orden cósmico cobraba un nuevo sentido: los astros se mueven en órbitas (entonces se suponían circulares) y sus posiciones revelan no sólo la voluntad divina sino la gramática y la geometría de la Creación. Durante el Renacimiento la astrología fue una ciencia primordial (desde el Papa y todo rey y señor principal, hasta los marinos mercantes, contrataban la sabiduría de los astrólogos famosos), incluso con efectos sobre la ciencia médica: Paracelso afirmaba que la influencia de los astros era más importante para el cuerpo que las proporciones de los humores, es decir la sangre, bilis negra, cólera y flema, los cuatro fluidos que describen Hipócrates y Aristóteles como determinantes de la salud y el carácter.

El joven Tommaso Campanella se enfrentaba a un dilema entre la educación escolástica que recibe como fraile y las revelaciones de los filósofos que acuden a la experiencia, los sentidos y la razón, según los datos obtenidos. Y vino el desencanto: Campanella se convierte en un formidable adversario de la tradición más depurada y razonante del medievo. En 1591 publica su primera obra: Philosophia sensibus demonstrata (“Filosofía demostrada por los sentidos” ) inspirada en Telesio. Es ya partidario de la filosofía experimental, de las nuevas actitudes científicas, de la magia de Ficino y Agrippa y de las inspiraciones, como Giordano Bruno.

Cada vez más incómodo en su estancia con sus hermanos dominicos, decide viajar. Va a Roma, Florencia y Padua, donde conoce a Galileo Galilei (sobre quien escribirá su Apología pro Galileo, publicada en 1622). Mientras tanto, su propia orden lo había denunciado ante la Inquisición por “sospecha de herejía”. En 1594 es condenado al primero de sus encierros, que duró tres años. No volvió a conocer la calma. No era para estarse quieto, y menos cuando, en medio de su celda, alentaba la certeza de ser depositario de una misión sagrada que lo obligaría a sobrellevar las pruebas recias con que Dios suele templar a sus profetas. De ahí, en adelante, asumirá que su obligación consiste en develar el destino que Dios quiere para la humanidad: la unificación de todos los gobiernos y las religiones bajo un solo monarca y éste bajo la autoridad del Papa. Y manda acuñar una medalla con el lema Propter Sion non tacebo (“Por amor de Sión no he de callar”, Isaías, 62, 1), que llevará toda su vida.

Cuando sus acusadores intentaban averiguar si la abundancia de sus conocimientos venía de la brujería o los demonios, los desafíaba y, refiriéndose a las lámparas que le permitían leer en la mazmorra, les respondía: “He consumido más aceite que ustedes vino” (De su erudición queden como ejemplo las Cuestiones sobre la República ideal que se publican en este mismo volumen.) Sale de prisión y en 1598 está de vuelta en Stilo y de nuevo metido en problemas: la divisa adoptada y la obligación autoimpuesta de no callarse lo colocaron como cabecilla de una conspiración contra el gobierno español y el virrey de Nápoles. Sometido el movimiento, Campanella enfrenta otra vez a la justicia, pero en dos vías: una, la inquisitorial, que lo halla culpable de herejía; la otra, civil y criminal, que lo declara rebelde y traidor. En 1599 lo condenan a muerte, pero se las arregla para fingirse loco y, como los locos no son responsables de sus actos, logra evadir el cadalso a cambio de una prisión que durará 27 años.

La cárcel no fue el peor de los mundos; si bien el sufrimiento era constante, cada revés y golpe llegaban como recordatorios de la misión recibida y como prueba de su temple de profeta. Además, siempre halló tiempo y disciplina para continuar sus estudios y la escritura de una obra vastísima: poemas notables, disquisiciones teóricas acerca de las ciencias, la magia y una abundante filosofía política. La utopía fue el fermento en el espíritu libre del preso.

Es ahí donde, en 1602, termina la primera redacción de La Ciudad del Sol, en italiano, que se asemeja mucho a la versión final, en latín, de 1623. Entre una y otra difieren unas cuantas cosas. La primera redacción guardaba algunas puyas y burlas contra quienes le resultaban antipáticos (describe uno de los pescados que comen los solares como “enteramente igual que un obispo”). En la versión latina, por ejemplo, incluye juicios condenatorios de Mahoma que no aparecían en la italiana. Fuera de esas diferencias menores, se trata de la misma obra, muy sencilla en apariencia, pero muy compleja en sus implicaciones. Campanella reunió sus inquietudes políticas, su formación filosófica y, aunque dejó fuera la herencia humanista de reunificación de las religiones -un destino que adivinaba para sí mismo- sí recupera la tradición clásica de Marsilio Ficino: por un lado, Platón y el neoplatonismo; por el otro, la tradición hermética.

Se trata de una ciudad imaginaria, en la que todo funciona para la virtud y el conocimiento. Construida como un poderoso talismán inexpugnable, con siete murallas concéntricas, “cada una con el nombre de uno de los grandes planetas”, en cuyas paredes se representan los conocimientos, con imágenes apoyadas por textos explicativos, fáciles de memorizar, para que todo el conocimiento sea asequible y común; es uno de los primeros intentos enciclopédicos de la historia moderna. Al centro de la ciudad se halla el templo donde oficia y gobierna el príncipe filósofo “que en su idioma designan con el nombre de Hoh; en el nuestro le llamaríamos Metafísica”.

La Ciudad del Sol tiene un fin mágico y estratégico: busca reunir las fuerzas universales en un objeto habitable. No es solamente un concepto espacial sino un receptáculo que concentra el orden cósmico y lo convierte en poder activo, contra los enemigos y a favor de las cualidades de sus habitantes. Ya no nos resulta sencillo comprender la importancia que la magia tuvo en la historia. Tiene mala fama pero, en el Renacimiento, era sinónimo de ciencia aplicada, de tecnología. Cuando Campanella o Giordano Bruno o Francis Bacon hablan de magia, se refieren al mismo principio: la capacidad de utilizar y conducir fuerzas naturales para producir otras fuerzas, enfocadas a una forma de trabajo. El viento o el agua que los molinos y aceñas transforman en molienda del grano, las velas del barco que convierten el viento en impulso, los cañones y arcabuces o los inventos dibujados por Leonardo son cosa de magia. Y es el origen de la ciencia experimental: conocimiento no contemplativo sino transformador.

El Renacimiento y el humanismo dejaron de suponer que la vida en la Tierra fuera solamente un tramo de prueba antes de la verdadera vida; el Apocalipsis se convirtió en una metáfora. La vida humana es el modo de existencia y el mundo es el proyecto que nuestra especie debe llevar a término. Como los humanistas ya no esperaban el fin del mundo, se dedicaron a imaginar su finalidad: dejamos de ser criaturas en observación para transformarnos en observadores de la voluntad divina y en transformadores del Cosmos. La obligación del hombre es convertir esta Tierra en el reino digno de Cristo.

La evolución de la mentalidad subvirtió la actividad humana. Explorar y conocer, esparcir el Evangelio, convertir toda tribu y persona a la religión revelada y gobernar este valle de lágrimas para reparar el Paraíso terrenal. Ésa es la labor pendiente y requiere conocimientos prácticos. La salvación depende de nuestra capacidad de interpretar el mundo recibido y convertirlo en el mejor mundo posible. La política se vuelve actividad profesional; se echa mano de los oficios y las artes liberales para convertirlos en conocimiento práctico y progreso. Hoy entendemos como contrarias a la alquimia y la química, la astrología y la astronomía, la magia y la física, pero aquella época aún no hallaba motivo para dudar de sus observaciones y su ciencia.

La sociedad de los solares no conoce la propiedad privada; vive como en el Paraíso, con la inocencia y la sabiduría naturales, antes del pecado. Nadie es dueño de nada y nadie es pobre. Igual que en la Utopía de Tomás Moro, igual que en muchas otras sociedades utópicas o mitológicas, el ensueño de la igualdad justa y sin carencias ha conmovido la moral y la imaginación de todas las épocas. La mitología de la Edad de Oro, que habita en el Génesis, en Hesíodo, en Virgilio, reaparece como incógnita en el Renacimiento, con Montaigne y como ironía en el Quijote o La Tempestad de Shakespeare, y como certeza y urgencia en Campanella. Y es que Cervantes o Shakespeare recelan y dudan, pero Campanella cree posible la sociedad igualitaria. Una utopía es eso: la imaginación de lo posible. “Pensamiento terrenable” la llamó el filósofo Eugenio Ímaz en su prólogo a las Utopías del Renacimiento (México, FCE, 1941).

Y, si es posible imaginar y describir una sociedad así, necesariamente sería posible llevarla a cabo. Con ese fin, Campanella recupera una hermosa descripción medieval del conocimiento. Es la teoría de los dos libros. Supone que, en el Paraíso, Adán estuvo en capacidad plena de leer el mundo como un libro abierto: sabía el nombre de los animales al verlos, reconocía cada cosa y su sentido. La Creación había sido un acto verbal. Así lo describe el Génesis (“Y dijo Dios: sea…”) y lo confirma el evangelio de Juan (“En el principio era el Verbo…”). La creación, pues, tiene una lengua, una sintaxis, una gramática. El Universo tiene sentido y es posible leerlo. Pero con el pecado original perdimos esa capacidad; fue entonces que Dios nos regaló el otro libro, La Biblia, para construir el retorno a la sabiduría original que consiste en saber leer el mundo. Sabiduría que se ha vuelto oculta por el pecado. Al principio del Renacimiento -por ejemplo en Marsilio Ficino o en Enrique Cornelio Agrippa, o en Paracelso- la “filosofía oculta” significaba precisamente eso: el conocimiento del mundo que se nos ocultó por el pecado. La Inquisición, las censuras y persecuciones cambiaron el sentido de la “filosofía oculta” que, para el siglo XVII, ya era aquella que se practicaba a escondidas, ocultamente.

Muchas cosas de La Ciudad del Sol nos resultan extrañas. Por ejemplo, que no existe el matrimonio, ni la familia; que un consejo de astrólogos sabios decida, por las designaciones astrales, qué pareja de jóvenes debe amarse para procrear hijos sanos que, una vez nacidos, pasen a formar parte de un grupo entregado al Pedagogo para su formación comunitaria. Pero eso parecía lo más racional. Los solares “se mofan de nosotros que, preocupándonos afanosamente de la cría de perros y de caballos, descuidamos por completo la procreación humana”

Los solares fundaron su ciudad cuando decidieron huir de “los piratas y los tiranos” que asolaban su India natal. Y tuvieron mucho cuidado de formar una política de racionalidad y sabiduría. Campanella detesta y combate todo lo que significa Maquiavelo: ese ejercicio sagaz cuyo objetivo es la adquisición y conservación del poder. Le resulta intolerable, como a muchos, desde entonces hasta hoy, una política que no responda a una idea moral. Debiera ser el ejercicio sabio de una ética razonada, no una lucha sin principios entre facinerosos. “En cambio -dicen los solares- nuestro Hoh, aunque muy inexperto en el gobierno de la república, jamás será cruel, malvado o tirano, precisamente a causa de su mucho saber” Como todos los utopistas, Campanella cree que el Estado puede y debe ser fuente de valores y virtudes, de desarrollo intelectual y físico, garante de una justicia universal. Un motor de felicidad y armonía.

Los habitantes de La Ciudad del Sol tienen noticia clara y distinta del cristianismo pero no abrazan la religión cristiana: conservan su teología astrológica y el cultivo de las ciencias. Campanella imagina su sociedad ideal como ejemplo de lo que puede lograrse con el empeño de la razón y el conocimiento; una sociedad admirable a la que solamente le faltaría la revelación teológica final. Prefirió que su ensoñación fuera independiente de su propia fe. Bien pudo ser como recurso crítico: ¿por qué otros, que no saben la verdad final, pueden organizar mejores sociedades que nosotros, que hemos recibido la religión revelada? Campanella no puede ver en Europa al gobierno perfecto porque no se han cumplido ciertos requisitos. Demasiada dispersión. Demasiados titubeos en los monarcas. Campanella tiene la certeza de haber recibido la revelación del destino que Dios manda y que no podía ser sino un solo Imperio unificado, con un solo monarca, sometido a la autoridad espiritual del Papa.

La dispersión política y religiosa no podía significar sino el debilitamiento de la filosofía, el conocimiento y la fe. Entre reyes, príncipes y gobernantes reformistas, que no reconocían la autoridad papal ni aceptaban someter sus potestades, y entre católicos que a su vez se dividían en pequeños estados independientes y dos grandes coronas en pugna permanente: el gigantesco Imperio español -cuyo monarca ostentaba el título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, por herencia de la unificación de Carlomagno- y la Corona de Francia -con el título de Rey Cristianísimo-. Campanella, en principio, quiso leer en los astros la voluntad divina de apoyar al Emperador. En 1620 se había publicado su extraña Monarquía de España que buscaba revelarle al rey Felipe III, “el Piadoso” la voluntad de Dios: que su corona gobernara el orbe entero. Años después, en 1634, Campanella cambió de medios, no de fines. En sus Aforismos políticos anunció el declive de España y el ascenso de Francia. Otros astros le corrigieron la empresa y dedicó sus fuerzas a convencer a Luis XIII de Francia de que su hijo sería el elegido para gobernar un mundo unificado.

Cambió de opinión, se desdijo y contradijo, pero jamás dejó de creer que la suya sería una labor fundamental para Propter Sion non tacebo