A los que alguna vez llegaron al Espíritu,
al Orden Implicado, al Purusha, al Nagüal…
siguiendo una promesa. Para que no se olviden entre los recovecos
irreversibles de la Materia,
del Orden Explicado, de Prakriti, del Tonal…
perdiéndose en el Laberinto ilusorio del poder,
fama, dinero…


A mi hijita, Blanca Luz, quien como un rayo llegó
un seis de marzo, a pesar de los medicamentos
antiparto.


Al pequeño James Bulger, a quien nunca conoceré como tal, porque
muestra esa extraña ecuación
que existe entre la mirada de un niño
y el orden de las estrellas.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE: LAS PSICOLOGÍAS TRADICIONALES

1. LA PRIMERA FUERZA: EL CONDUCTISMO

    Cognitivismo

    Conclusiones generales sobre estas dos teorías

    Otras teorías pioneras

2. LA SEGUNDA FUERZA: EL PSICOANÁLISIS

    El post

3. LA TERCERA FUERZA: LA PSICOLOGÍA HUMANISTA

    La gestalt

    La psicoterapia gestalt

4. OTRAS PSICOTERAPIAS DECISIVAS: LA BIOENERGÉTICA

    La bioenergética

SEGUNDA PARTE: LO TRANSPERSONAL

5. LA CUARTA FUERZA: LA PSICOLOGÍA TRANSPERSONAL

    Cuerpo-consciencia-cosmos

    Bajo el culto a los antepasados

    La senda de los maestros

    Chamanismo

    Psicodélicos-alucinógenos-enteógenos

6. LO TRANSPERSONAL: HACIA UNA SÍNTESIS ORIENTE-OCCIDENTE

    El eje Guénon-Godel-Brosse

    G.I. Gurdjieff-A. Watts-K. Graf Dürckheim

7. AVES PRECURSORAS

    Carl.C Jung

    Roberto Assagioli

    Abraham Maslow

    Los Grof

    Ken Wilber

    Claudio Naranjo

    Charles Tart

    Otros

8. LA PSICOTERAPIA TRANSPERSONAL

    La meditación en la psicología y la terapia transpersonal

    Otros trabajos que se apuntan hacia lo transpersonal

    La aportación transpersonal en el mundo de hoy

    Críticas a lo transpersonal

    La psicología transpersonal en el mundo

9. LA CIENCIA Y LO TRANSPERSONAL

    Física y psíquica

    Morfogénesis y hologramia

    Estructuras disipativas en psicología

TERCERA PARTE: EL MENSAJE INTERNO

10. EL MENSAJE INTERNO

      El silencio fértil. El vacío y los límites

      Hara: una vía hacia el silencio. El cuerpo

      Más sobre la percepción y el silencio

      El miedo y el silencio

      Represión, realización y sublimación del deseo

CUARTA PARTE: LA CONSCIENCIA Y LA ENERGÍA

11. CONSCIENTE-INCONSCIENTE.

      SUBCONSCIENTE-SUPRACONSCIENCIA

12. CUADRINIDAD-PERSONALIDAD-TRANSPERSONALIDAD

      La personalidad y el ego

      Y el yo ¿dónde queda?

      ¿Y lo transpersonal?

      Transmentalidad

      El cuerpo. El inconsciente corporal

13. CONSCIENCIA-ENERGÍA. LA SUPRACONSCIENCIA

      El sí-mismo en la consciencia-energía

      El camino hacia la realización

      La Isha Upanishad

14. FUNCIÓN Y ESTRUCTURA. NUEVAS PERSPECTIVAS

      El cuerpo, ese gran desconocido

      Función-estructura

      En el reino de Vulcano

      La función estructura en el estrés

      ¿Dónde está la llave?

      Potenciales lentos

15. INVESTIGACIONES EN OCCIDENTE DESDE LA CONSCIENCIA- ENERGÍA

      Barbara Ann Brennan

      Otras investigaciones desde la consciencia científica

16. CONSCIENCIA-ENERGÍA. SOBRE EL CUERPO

      El simbolismo del cuerpo humano. Annick de Souzenelle

      Una psicología mística: Richard Moss

QUINTA PARTE: EL MOVIMIENTO VIBRATORIO

17. LA ACCIÓN Y EL MOVIMIENTO VIBRATORIO

      Los movimientos involutarios

      La consciencia de lo autónomo y el espectro de la materia

      La práctica del mundo vibratorio. Onda-corpúsculo

      La vibración consciente

      Los cinco elementos

      Concretando el big-bang

      El cuerpo holográmico

18. LA CURACIÓN. HACIA UN PROYECTO HOLONÓMICO

      Perspectivas

      El síntoma es un estado modificado de consciencia

      Síntomas de curación

      Hacia un proyecto holonómico

      El enfoque Frances Vaughan

      Un filósofo en lo transpersonal: Salvador Pániker

EPÍLOGO

    Peligros de la psicología transpersonal

    Obstáculos de la vida espiritual

    Futuro de la psicología transpersonal

    Un nuevo Colón. Una cartografía del espíritu

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

Érase, y sigue siendo, una vez un príncipe al que se le encomendó la difícil misión de marchar hacia un país lejano en busca de la flor de la medicina. Su padre, el rey, estaba muy triste; aquella flor era la única que podría restablecerle de su enfermedad.

Un día el príncipe, sin vacilar, partió al amanecer. Sin embargo, sintióse muy desconsolado cuando llegó a la extraña región del mundo de la materia densa. Firme en su empeño, recorrió caminos procurando sólo lo necesario. Preguntaba y preguntaba por la dirección adecuada para llegar a la flor de la salud. Mas a lo largo de su dilatada trayectoria construyó aldeas, ciudades, participó en batallas, se perdió en numerosos atajos, pues al parecer nadie sabía dónde estaba el camino que llevaba a la flor maravillosa. Por fin, dedicado a mirar en su interior, en una especie de sueño lúcido reconoció la vía, la dibujó y, mostrándola a los lugareños, recibió indicaciones sobre un atajo recóndito, intransitable, misterioso, olvidado. De nuevo se puso en camino tras las explicaciones, lo que le permitió llegar hasta la misma flor. Cuando ya la tenía a unos metros, de repente, un inmenso dragón surgió rugiendo de debajo de la tierra. Nuestro príncipe huyó despavorido y comprendió el por qué del miedo de los habitantes de aquel extraño país. De nuevo se refugió en adquirir y fabricar, sin ton ni son, cosas y más cosas. La angustia fue surgiendo sin que supiera muy bien el por qué. Los habitantes de su país de origen, viendo que el príncipe estaba perdido, y que además se había olvidado de su misión, no cesaban de acercarse en sus sueños y meditaciones. Cada vez que el príncipe no estaba obsesionado con mirar hacia fuera y con adquirir objetos, su mente se abría a las voces de su país de origen. Un día, harto de estar enterrado en cosas que al final no le proporcionaban la felicidad, se levantó, escuchó muy bien los mensajes que le llegaban, recordó su propósito, se armó de valor y fue en busca del temible dragón. Después de una ardua pelea, como san Jorge, acabó con la fiera, que se transformó en un bellísimo pavo real, tomó la flor y en aquel momento la realidad extraña de aquel país de guerras y enterrado en cosas inútiles cambió instantáneamente. Se había convertido en su verdadero país, miró a su alrededor y se emocionó como nunca al reconocer a los habitantes como hermanos de su país de origen. Allí estaban todos, también su padre, el rey, feliz y curado. El reino de la felicidad había ensanchado sus dominios.

Brian Witine comienza un artículo sobre psicología transpersonal con un cuento de Idries Shah. Gran parte de los cuentos infantiles tienen ese argumento común de la búsqueda de la fuente o de la flor sanadora, muchos de ellos provienen originalmente de oriente y llevan siglos de boca en boca. De ellos he adaptado este relato para explicar que de alguna manera hay un mensaje del que ignoramos el “darnos cuenta”, siendo los niños quienes con su mente aún limpia pueden tener un más fácil acceso. De alguna manera la psicología transpersonal, lo transpersonal, viene a despertar y a recorrer junto con el príncipe ese camino olvidado, recóndito y casi intransitable, hacia la flor del amor y de la sabiduría. A lo largo de la historia humana siempre ha habido desde atisbos hasta grandes preocupaciones para encontrar la naturaleza íntima de lo que somos. En la historia moderna, después de una psicología empantanada en la filosofía especulativa, comienza con gran fuerza una necesidad de comprobar en vez de perderse en opiniones de salón. En principio fue el conductismo, que al establecer como verdadero lo empíricamente medible sólo se quedó en la boya de los sucesos. Posteriormente, con Freud, el psicoanálisis encuentra pensamientos que no son pensados, con ello se da el gran paso a la existencia del “inconsciente”, piedra angular en las psicologías posteriores; aunque desde este psicoanálisis se tache también como degradante lo que pueda ser supraconsciente. Posteriormente las psicologías humanistas, entre ellas la Gestalt, Rogers, etc., amplían el panorama, tomando en consideración los sentimientos y el cuerpo, el organismo en su totalidad, en un presente interpersonal que comprende el yo-tú y el aquí y ahora, los organismos, etc. La bioenergética potencia la decisiva importancia de lo que esconde el cuerpo y su energía. Con Jung reconocemos la sombra y nos adentramos profundamente en el inconsciente colectivo, desde donde los arquetipos moldean la actividad de los humanos. Todo ello ha servido para que un día el espíritu, sin paliativos y sin miedos, sea admitido en la vida del hombre industrial; ahí comienza la psicología transpersonal. Ello admite la complementariedad de los contrarios, como la del orden implicado-orden explicado, materia-espíritu, tonalnagual, hilotrólicoholotrópico, oriente-occidente e incluso peligro-oportunidad, obstáculo-palanca, etc.

La psicología transpersonal acoge que somos cuerpo-mente-espíritu, conectando de nuevo con la tradición. Un cuerpo que es consciencia, en una ecuación que equipara consciencia-materia-energía. Una consciencia que, como dicen los orientales, está enterrada en múltiples capas de porquería, patrones negativos de conducta, traumas, anclajes, deseos y creencias, sobre las que progresivamente el príncipe ha de ir realizando su limpieza, saboreando el acercamiento a ese trozo de sol que aguarda la llegada del guerrero. Ese dragón formado de escamas de porquerías produce nuestros grandes conflictos, escindiendo al príncipe, oscureciendo su misión y empujándole a la amnesia, marcando así una separación entre su yo real y su yo ilusorio. Este yo ilusorio se mantiene hoy en una realidad consensual fabricada y robótica que huye del encuentro con el dragón y con la muerte. Esas placas de porquerías nos hacen participar en la hipnosis consensual, fijarnos en una cadena de montaje, con-viritiéndonos en “hombres automáticos”, “hombres máquinas” cada vez más sofisticados pero cada vez más enfermos. Son los hombres industriales, hombres informáticos, respaldados por una educación y una formación que se refleja en nuestros patrones físicos, nuestros gestos, nuestras proporciones, nuestras conductas programadas. O bien como golosos de experiencias excitantes, reflejadas ya en “un panal de rica miel…”. O en historias que quedan “bien” en una pobre búsqueda que se conforma con el consuelo de la lectura en la cama. Es el mundo del hombre robot, que se esconde en sus hábitos rutinarios fabricando un imposible paraíso artificial, planteado en una lucha contra la naturaleza. El fin de la historia, que se preconiza desde posiciones plastificadas, será el fin, pero por su fracaso. Hoy somos un esperpento noticiero, un desecho del maravilloso Renacimiento, que comenzó superando el ahogo en lo divino para confiar y realizar en lo humano. Sólo que hoy apuramos ya la copa de Leonardo, expoliando nuestra casa, nuestra única casa, en aras de la soberbia de nuestro “poder”, en un proceso en el que llega antes la ciencia que la consciencia; la capacidad mortífera de nuestros inventos que la dudosa capacidad para neutralizar nuestros odios.

Por todo ello, por esa orientación de la vida hacia el engorde ciego y materialista, la adicción al consumo de objetos inservibles, la ansiedad del éxito a cualquier precio, de poder, de dinero, en una sociedad que se debate entre el temor a la guerra que pueda producirse por el “paro” y la fabricación de venenos, y en una civilización que huye de su auténtica naturaleza por el miedo a la muerte y por vender un consumo expoliador de la energía de la vida, perdiendo la brújula de lo evolutivo. El no querer renunciar a ello, el seguir a toda costa una manipulación y adicción a la adquisición que encubra el miedo al vacío cósmico y a la incertidumbre de nuestra presencia, claves de la insatisfacción inabarcable y de la impermanencia en la que se enseñorea la muerte, despreciando las enseñanzas tradicionales y actuales para superar este vacío, hace que la humanidad se prepare para la guerra, y sólo un reducido número de personas vea dolorosamente este proceso, lo que tal vez nos lleve al buen puerto de una transformación inevitable o a la autodestrucción definitiva. Todo ello podrá suceder si no somos capaces de realizar una transformación que esté más allá de la destrucción y la guerra. Los medios de comunicación, la contaminación televisiva que programa violencia y sexo adulterado, se dirigen a fijar al hombre robot, al hombre masa, no se dirigen al ser individual, particular, con mente y corazón. También, en la mayoría de los casos, los líderes se dirigen a mantenerse en el poder a cualquier precio, en vez de compaginarlo y orientar sus energías a la evolución de las gentes. En realidad todo lo que hoy se está produciendo se dirige a y es dirigido por el engorde del ego. A ello se dedican nuestros inventos y nuestros objetivos adquisidores. La violencia autodestructiva que programa a los más receptivos –los niños– prevalece en el occidente “culto” y arrogante con un “alto índice de crecimiento”. Al final siempre habrá en donde hacinar a los reclusos para que se autodestruyan, creyendo así que acabamos con el mal. Ésa es la alucinación de nuestro “progreso”, encerrado en un blindaje generalizado. El tecnocientifismo se erige como todopoderoso y como poseedor de la verdad, en un planeta marcado por el misterio de nuestra propia presencia. Maslow ya criticaba a las personas científicas como «rígidas y estrechas, temerosas de su inconsciente». Habla de «la ciencia como no humana». Sin embargo también habla del «científico creativo y del científico trascendente». Para Tart, el cientifismo es una ciencia interpretada como una «religión dogmática». Para este investigador la ciencia defiende «una visión distorsionada del mundo. Dado que ignora el aspecto emocional e intuitivo de la vida y cree alcanzar una objetividad que no posee en absoluto, la ciencia moderna está abarrotada de creencias emocionales implícitas, escondidas y a menudo debilitantes, y de valores que han dañado al espíritu del hombre».

La mecánica tecnocientifista en su separatividad, en el alejamiento de una visión compleja y totalizadora de la vida, reduce la persona a un conjunto de componentes que son modificados por el ambiente. El científico clásico, excusado en su poder, se encierra delegándose en el objeto, siempre externo, de su estudio. Da la impresión de que su propia y personal experiencia (a la que tal vez le tenga miedo) es desaconsejada por su entorno corporativista, del que se alejará y se colocará en entredicho si la considera y la exterioriza, experiencia que paradójicamente soporta su propia presencia en la vida, hoy todo ello bajo la influencia del pragmatismo externo y oficial de raíz anglosajona. Lo cierto es que somos todos nosotros quienes lo hemos creado así, no sólo la ciencia sino el tipo de sociedad que nos contiene. Hemos basado la vida en una máquina newtoniana de piezas sin interrelación y sin relojero. Hemos separado cartesianamente el espíritu de la materia, así que cada cual puede manipular ésta a su antojo, pues ya no hay guía ni conexión con lo sublime. El efecto es lógico y concatenante; estamos perdidos huyendo del sufrimiento y de la muerte, agarrándonos maliciosamente a creencias y posesiones, incluso matando por ellas. El tecnocientifismo unido al móvil económico especulativo se ha convertido en un fundamentalismo poseedor de la verdad, que afirma bajo grandes títulos que somos una máquina genética programada, sumiendo a los ingenuos en la desesperación. Así estamos. El telediario necesita de terapia; presenta un cuerpo emocional cada día más agarrotado, o tal vez aseptizado en vericuetos intelectuales que son los que más visten, siempre que esas emociones no irrumpan tirando la casa y a sus moradores por la ventana. Este intelecto todopoderoso y señor de estas tierras, en las que con su incesante diálogo interno dinamita toda posibilidad de evolución, aparece como un hámster dando vueltas sobre su ruedecita de Tántalo con visos de agotamiento, aunque su ego presuma de laboriosidad y jaula de oro. Esperemos que en un momento pare, para que él o el ser intuitivo, cuarto pasajero, pueda penetrar y completar la cuadrinidad. Y que al fin y al cabo podamos admitir sin sobresaltos ni estúpidos “dar largas” que nuesto habitat es un pedrusco casi redondo, querido y maravilloso, que flota en algún lugar desconocido de un universo inmenso e impenetrable. Todo ello sin necesidad de perder la nómina. Y sin cambiarlo por un plato de lentejas.

Grof coloca a la muerte como una puerta que derrumba nuestras concepciones materalistas y a la evolución tecnológica como causa de un alejamiento de los aspectos biológicos fundamentales de la existencia. Por eso habla sobre el redescubrimiento de la espiritualidad parejo a la desaparición de los tabúes relacionados con el nacimiento y con la muerte: «…redescubrimiento de la espiritualidad, que ha sido también una de las víctimas del progreso rápido de las ciencias…» y siguiendo con la conscienciación en cuanto a la muerte añade: «…es preciso darse cuenta del grado de deshumanización y alienación que el desarrollo tecnológico ha producido en occidente». Incluso critica la actitud racional del occidental instruido que considera la creencia en la consciencia después de la muerte como una regresión primitiva o como algo propio de personas que no han accedido al conocimiento científico, cuando Grof afirma con contundencia la idea de que la consciencia después de la muerte es incompatible con la ciencia materialista. La psicología transpersonal, sin renunciar lógicamente al pragmatismo, se aleja de las consultas tétricas basadas en un modelo patologizante y taxonómico, también del revoltijo esotérico con el que nada tiene que ver. Sin embargo, admite el resto de psicologías y les da una situación en el espectro. Eso tomando como guía el sabor, el olor, etc. a consciencia-energía que tantos místicos han desparramado a lo largo de nuestro mundo; el latido de ese trozo de sol, que está presente en lo microcósmico y en lo macrocósmico, en las inmensas distancias estelares y en las ínfimas subatómicas, y a su vez más allá del espacio-tiempo, en cuyo pliegue habita nuestra existencia humana, la de los animales, vegetales y minerales. Pliegues irreversibles que organizan el mundo del devenir, que provienen y se dirigen al nagual, al orden implicado, para su expansión: la de la consciencia-sabiduria-felicidad. Por ello aúlla el lobo a la luna, el venado en la cañada, el gallo a la aurora, el buscador en su grito, rasgando las tinieblas para que el señor de la luz abra la puerta …..del amor, y cese el dolor en el mundo. Y ahí está esa consciencia, latiendo en los progresos, en las felicidades, en las desdichas y guerras, en la fuerza de las ciudades y de las selvas; para que nuestra mano, nuestra responsabilidad y libre albedrío, forjen el presente tras el presente, porque ello es de nuestra absoluta incumbencia. El humano no está en un estado terminal, viene de siglos y siglos, escalando la tapia, saltando del mar, modificando su cuerpo, arañando cotas de posibilidad, perfeccionando sus sistemas orgánicos. Por ello este cuerpo se convierte en vértice de evolución, como cáliz que ensancha su capacidad de recepción en la globalidad de la vivencia diaria, en la ecuación cuerpo-consciencia-cosmos, que es lo más alejado de concebir un cuerpo ciegamente aprovechado y maquinizado. En una visión de la realidad que no se resume en el “hombre informático” pues siempre esa realidad consensual, a pesar de las modas inventadas, será siempre una “ficción conveniente” (Schrödinger). Una tendencia que no confunda el mapa con el territorio, pues éste empieza con el primer paso que accede al silencio, dejando atrás el ruido de los planos.

La psicología transpersonal pretende entrar en la entrega al propio silencio interior, tan temido, dándole paso a la consciencia-energía, verdadero camino de curación. Como así es en otras materias, como la acupuntura, restablecedora del ki, el zen, etc. Unir lo antiguo con lo moderno, entrar en el respeto de culturas milenaras, casi todas de corte chamánico, que han cartografiado el mundo de la consciencia, muchas de ellas potenciadas por las plantas psicotrópicas que por alguna razón nacen en la naturaleza. También el entrar en procesos desconocidos de lo humano que rebasen los principios euclidianos. Es la investigación desde otros enfoques para conocer nuestra realidad, como las teorías del caos de René Thom, la teoría holográfica sobre el cerebro de Karl Pribram, los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, el cognitivismo de Francisco Varela sobre la contrastación entre el budismo y las ciencias cognitivas, etc., aparte de los medios privados personales. Da la impresión de que estamos en el momento en que se ha de entrar en ese otro mundo de donde todo procede, de donde han bebido los grandes artistas e investigadores a lo largo de la historia; de ahí proceden las entidades que dieron cuerpo a los universales de Platón, los arquetipos de Jung, y las grandes teorías. Ninguno de ellos fue un simple imaginador. Existe ese otro mundo extraño para que médicos, psicólogos, investigadores, etc. lo exploren para gracia de la humanidad. De ese otro extraño mundo llega el maná, el nutriente que nos hará salir del callejón industrializado y afixiante, productor de detritus, mundo de prótesis, del que hemos hecho nuestra casa por el pánico a ese otro mundo falsamente representado por el miedo y por la muerte.

La psicología transpersonal también pretendería, en mi opinión, una vía para llegar con gran respeto a la psicología integral, unificando posturas que lleguen a una totalidad desde las franjas que ocupa cada posición. Por supuesto, ofrecer un camino de curación tranpersonal al mundo de la drogadicción, buscadores descarriados, víctimas del cambio. Al mundo de los buscadores de transmentalidad, para que no caigan en redes oscuras que utilizan la espiritualidad como reclamo. A las víctimas de pandemias, como el sida, cáncer, del estigma de las guerras, etc., para que vean que existen otras realidades; y sobre todo para los que se encuentran en el embarcadero de la muerte. También para los cansados de una vida desacralizada y rutinaria, pendiente de los reclamos consumistas que ofrece la enfermedad planetaria. A los que asumen su existencia como algo grande y decisivo, en un proyecto en el que curarse es conocerse y a la inversa, como decía el gran indio mazateco.

En fin, dar respuesta al sinsentido de nuestro mundo simbolizado en esos adolescentes de hoy que, buscando locamente un rito de pasaje, una iniciación, se lanzan a la velocidad, al alcohol, a las drogas estimulantes, e incluso al asesinato y al pacto de sangre. Todo por una necesidad de reto, desviado entre otras cosas porque eso es lo que venden los medios de comunicación de los que estos adolescentes maman, un reto que busca ir más allá de lo conocido en la noche del sábado, porque lo que ofrece su sociedad drogada por el consumo no les vale tanto la pena y necesitan ir más allá de los límites. Se ha perdido el rito de pasaje por el que la tradición sabia utilizaba esa fuerza que late en la sangre adolescente para iniciarlo como guerrero, como adulto, ofreciéndole una “hazaña”, emprendiendo un viaje para forjarse como adulto. El fruto de ello suponía ampliar el horizonte personal y colectivo. Sin embargo vemos cómo la muerte se lleva a adolescentes en estúpidos accidentes de carretera. Por otra parte, los ancianos, ansiosos durante su madurez de una pensión de jubilado, anunciada y añorada ilusoriamente, se les convierte en trampa mortal cuando llega en la realidad, arrinconándoles como estorbos y entrando en la demencia a los dos días de dejar el trabajo rutinario para esperar la muerte. Muchas veces agonizan aparcados en las aceras o en refugios sociales, donde muchos de ellos desean el desenlace que hoy se les retrasa con la todopoderosa magia médica, sintiéndose inservibles para la sociedad y para la vida. Por todo ello lo transpersonal vendría a ofrecer una nueva vía a toda la sociedad, un nuevo renacimiento, un cambio de civilización, partiendo de una ciencia que no reduzca la vida al azar, a un accidente, ni la consciencia a un producto de la materia. Muchos científicos se están encuadrando en el mensaje de lo transpersonal, junto con artistas y demás sectores de la humanidad en general, ancestral y moderna, urbana y rural, lejos de los Rambos y especuladores sin escrúpulos, devolviéndole a la naturaleza otro trato que no sea el de la expoliación ni el desaprensivo laboratorio de animales, a pesar de que éstos, minerales, animales y plantas, se nos ofrezcan como alimentos, belleza y fotosíntesis. Lo transpersonal propone un nuevo impulso hacia otra escala de valores que no dependen de una producción y adquisición de locura consensuada e hipnótica. La nueva ciencia de la que se habla iría por ahí; muchos de sus representantes, según mi opinión, han accedido a ese mundo naguálico, holotrópico, para encontrar las bases de sus mensajes. Ya en e=mc2 tenemos la cantidad de luz necesaria para transmutar la oscuridad, la cantidad de renacimientos para transmutar las muertes, procesos que no necesitan de la muerte física para poder ser sobrepasados. Lo transpersonal viene a entrar con todo ese bagaje de ayuda en la comprensión del vacío, base de la compasión y del amor, para reencontrarnos con el destino de todo lo viviente, de la visión oriental y occidental, como hemos señalado, descubriendo la falsedad y la necedad del control racional y estático en un mundo impermanente.

La psicología transpersonal no fomentará una terapia dirigida hacia la formación de un yo karateca, de un yo todopoderoso o de un yo de porcelana, de cara a la galería. Tampoco una asepsia que desprovea a la persona de sus fuerzas antagónicas que generan el movimiento, ni tampoco estancará a la persona en las cuatro reglas que definen una normalidad ramplona. La psicología transpersonal más bien está en la línea de la progresiva chamanización del terapeuta, es decir, más que anclarse en un aprendizaje de taxonomías y recetas teóricas, aunque útiles hasta cierto punto, propugna una progresiva vivencia y pasaje a través de la enfermedad, la crisis-cambio; de tal manera que este terapeuta tenga su propio “pasaje”, su propia crisis de transformación, lo que le proporcionará un conocimiento directo e inequívoco de por dónde transita ese cliente-paciente que ha ido a pedirle ayuda. “Sólo el herido cura” es la frase que ilustra de manera certera este cometido, y la que de verdad da el título de guía para las regiones sublimes del cuerpo, la mente y el espíritu.

Por otro lado opinamos con Frances Vaughan que no se trata de que el camino espiritual ocupe el lugar de un proceso terapéutico. Sobre ello Vaughan dice que: «lamentablemente, sin embargo, pocos maestros espirituales están entrenados para manejar diestra y éticamente la transferencia… el problema surge cuando consideramos a la espiritualidad como una alternativa al desarrollo psicológico, más que como su prolongación… la consciencia espiritual sólo contribuye a la totalidad cuando se basa en la salud psicológica y en la integración de todos los niveles de consciencia».

Hoy lo transpersonal trabaja por esa vía interior que los grandes maestros iniciaron con la religión como supraciencia, aunque hoy posiblemente gastada, sobre todo la oficial, pues sus ritos, cultos y dogmas, que también están presentes en los actos profanos, se vacían poco a poco de inspiración, entregándose a la curiosidad turística y folclórica. Sin embargo, los mapas enriquecedores y complementarios de la tradición, como el cristianismo, budismo, etc., son recuperados como verdaderos guías de los procesos vivenciales en este momento de síntesis. Lo transpersonal también encuadra a esos científicos que se encontraron con el final de la materia en los mundos cuánticos y biológicos, en la psicología que vive lo transmental y en tantos intuitivos que apenas necesitan de la palabra ni de títulos para ver algo que cada día es más evidente: el rumbo está desviado y consumándose su periplo. Son momentos para comenzar. Y eso a pesar de que la palabra “espiritual”, la palabra “mística”, se utilicen en determinados ambientes con signos de burla, a pesar de que se hayan de rescatar de lo “rancio y moralizante” a donde sus representantes tradicionales las han relegado. Por ello es muy conveniente recuperar tandems como el de Pauli-Jung, hoy con nombres como Grof, Lupasco, Sheldrake, Bohm, Pribram, Wilber, etc. Atendiendo en el proceso al sutra del corazón en aquello de que forma es formavacío es vacío, después todo es vacío para terminar con que forma es forma-vacío es vacío. Oyendo el canto de la campana de la tarde en el monaterio zen, que puede estar en cualquier esquina: «oyendo el sonido de la campana todo pensamiento es cortado. El conocimiento crece; aparece la sabiduría; el infierno queda atrás… Haciendo votos para ser el Buda y salvar a todas las gentes. El mantra para romper el infierno.»

En realidad el científico racionalista, con amplios horizontes y con la consciencia de que vivimos en el enigma, es un buen candidato para entrar en los espacios transpersonales. Todos los acontecimientos que suceden en la actualidad nos llevan a una evolución posible hacia el próximo peldaño de la humanidad o por el contrario a un racionalismo exclusivista y poderoso que no tiene salida. Vivir este proceso de evolución, en palabras de Richard Moss, es: «nuestro más grande desafío es intentar apreciar la vida y nosotros mismos en completud, como partes indivisibles de una totalidad inombrable».

Desde la ventana la luz brilla con intensidad y todo lo recubre, los colores multiplican los destellos, una luz fina lo atraviesa todo, un silencio hecho de murmullo acogedor. Aparece un orden que todo lo contempla, el aire que se respira inflama el corazón. Todo es uno. La voz está en todas partes.

Los libros se acumulan por doquier, el recorrido por ellos ha sido acompasado por el tecleo del ordenador, las ideas de sus autores han sido envueltas en los sentimientos que las despertaron. Me encuentro –uno– con ellos, y a ellos en este momento remito una irreprimible emoción.

El libro que tienes en las manos ha surgido de un impulso imparable, que no ha cesado hasta la última palabra. Aún me quedan cosas por descubrir de este evento.

PRIMERA PARTE:
LAS PSICOLOGÍAS TRADICIONALES

1. LA PRIMERA FUERZA: EL CONDUCTISMO

La primera fuerza de la psicología, el conductismo, es paralela a los avances en las ciencias naturales y a los descubrimientos empíricos. Desde la últimas décadas del siglo diecinueve, lo establecido como ciencia comienza a obtener unos resultados sin precedentes, desarrollando sus instrumentos precisos y sus métodos de investigación. La física y la química, la biología con sus dos ramas: la neurología y la fisiología, comienzan a dar el gran salto. La psicología deja de desvelar filosóficamente los misterios del alma desde la especulación metafísica y se lanza en pos de lo experimental, alineándose con el descubrimiento de los mecanismos empíricos bajo el impacto de la fisiología y el positivismo racionalista sobre los hechos experimentables que definen la conducta humana. Es decir, se vuelve hacia el hombre contemporáneo y su mundo cotidiano. El materialismo hace hincapié en todas las disciplinas, unido a un sentimiento generalizado del poder de la investigacion humana.

En 1898 Thorndike publica su Inteligencia animal, Pavlov, con su teoría del condicionamiento, llegará cuatro años más tarde. Tampoco Freud en gran medida escapará a esto. Wundt, como representante de la psicología científica, presenta que el objeto de la psicología es la experiencia misma, la experiencia imediata de la persona que responde a los estímulos externos como organismo viviente. Wunt, que potencia la autoobservación como modificador de los acontecimientos, sugirió la combinación de la introspección con la experimentación, reconociendo las limitaciones del método experimental. Kant y Schopenhauer están presentes en estos comienzos. Como desafío al intros-peccionismo y con la intención de medir las conductas y predecirlas aparecen los “test”. En esta época las observaciones de Darwin sugieren que existe una completa semejanza entre la conducta animal y la humana. Todo ello tiende a una psicología reduccionista y no introspeccionista. En el esfuerzo por llegar a una psicología rigurosamente científica se destierra la introspección y se introduce la observación, al igual que en la física y la química. Llegados al empirismo radical, ya no queda margen para el concepto de consciencia. Experiencia exterior, conducta manifiesta, estímulo y respuesta, acción y reacción, éstas eran las nuevas áreas de la psicología. La nueva investigación se dirige hacia los procesos glandulares y motores. Algunos, como Willian James, consideran al yo espiritual en el centro de toda acción y adaptación, tendiendo a una idea filosófica del pragmatismo y señalando la utilidad y el placer como motivos de conducta. Se considera que su asociacionismo mecanicista, no introspeccionista, condujo también al conductismo. Dewey está preocupado por el bienestar de los hombres, su adaptación física, social y moral, rechazando unos instintos específicos y esquematizados. Thorndike, con sus fundamentos fisiológicos y reduccionistas define el aprendizaje como un proceso de prueba y error: selección y conexión. Pavlov, con los reflejos condicionados en sus conocidos experimentos, centra su teoría en el refuerzo, aspecto que posteriormente alcanzará una notable difusión.

   Conductismo y reduccionismo. Con John B. Watson se centra la psicología como ciencia de la conducta, su sistema sebasa en el determinismo, empirismo, reduccionismo y ambientalismo. Maquinismo absoluto en el que, dado un estímulo, la psicología predecirá la respuesta. No habrá subjetividad ni influencias desconocidas. Watson defiende que «la conducta del hombre y la conducta del animal deben ser consideradas en el mismo plano». Estudia la conducta manifiesta y observable del organismo, sus músculos, glándulas y tejidos. La psicología descarta aquí toda referencia a la consciencia. En el llamado neoconductismo, el empirismo radical, la conducta puede establecerse en fórmulas mediante postulados que miden el potencial de reacción, el inhibitorio, la oscilación de la conducta, etc. Con B.F. Skinner, uno de los promotores más conocidos, llegamos al conductismo inductivo, donde el reflejo es la unidad simple de conducta. Se oponía a la tendencia tradicional de buscar la marca de la conducta dentro del organismo, estaba en contra de lo que el llama el animismo, proceso que inventaría un espíritu, un demonio, una personalidad, etc., capaz de cambiar el curso o el origen de la acción. Para Skinner, como para muchos otros científicos, el organismo solo reacciona al ambiente. Con él se llega al conductismo radical.

   Apuntes. Dentro de lo conocido como conductismo se han desarrollado diversas tendencias que aún siguen su curso, sus bases teóricas siguen difundiéndose y se supone que renovándose y entrando en contacto y en identificaciones con otros tipos de psicología. Aunque sus investigaciones han sido con sujetos levemente afectados en laboratorios o en investigaciones semejantes, no existen estudios controlados de población con desórdenes complejos. Su tratamiento terapéutico se demanda en instituciones oficiales, compañías de seguros, organizaciones de consumidores, entrenamientos que ponen de manifiesto su eficacia empírica en determinados aspectos del aprendizaje. Sus investigaciones con animales hacen difícil que sus conclusiones se apliquen al sistema humano, lo que las convierte en una psicología animal. Sólo toca parcialmente al hombre, su cientifismo hace que el objeto de estudio se aleje del sujeto investigador, con una no implicación de éste como resultado.

Cognitivismo

La terapia cognitiva está basada en una teoría de la personalidad que establece que así como uno piensa, en gran parte determina cómo uno se siente y se comporta. La terapia es un proceso de colaboración de investigaciones empíricas, probando realidades y solucionando los problemas entre paciente y terapeuta. Con experimentos de conducta y procesos verbales se examinan interpretaciones alternativas que evidencien las contradiciones, hasta llegar a creencias más adaptadas que se dirijan al cambio terapéutico. Las modificaciones se producirán si el terapeuta considera que las creencias son irreales o irracionales. Las representaciones imaginarias son usadas para el reconocimiento y la evaluación de la distorsión y su reemplazamiento, hasta encontrar las más acertadas y funcionales. Se usan técnicas verbales para descubrir pensamientos automáticos, para que el paciente los reconozca y los identifique en el momento en que surjan.

Sin embargo, sería interesante puntualizar lo que son las ciencias cognitivas y el cognitivismo en general, según el enfoque de Francisco Varela, pues abre nuevas perspectivas muy en la línea de este libro. El enfoque de este autor se extenderá a otros capítulos. En primer lugar, Varela enfatiza dos puntos: el primero está en que el cognitivismo postula procesos mentales o cognitivos de los cuales no somos conscientes y, más aún, que no podemos serlo. El segundo punto está en que el cognitivismo abraza la idea de que el yo o sujeto cognitivo está fundamentalmente fragmentado o no unificado. Analizando elementos importantes, Varela afirma que en el cognitivismo las imágenes mentales, como cualquier otro fenómeno cognitivo, no pueden ser más que la manipulación de símbolos mediante reglas computacionales. Es decir que hasta ahora existe algo que Varela va a considerar como positivo en el proceso cognitivo: la falta de fundamento de un yo, es decir el encuentro con un vacío a la hora de buscar un soporte que no existe; y la existencia de representaciones que se interpondrían ante la experiencia, según se puede deducir de sus obras. Por ello, en cuanto a la utilidad de las ciencias cognitivas, Varela es tajante: «las ciencias cognitivas carecen de un método disciplinado para examinar e incluir la experiencia humana… las ciencias cognitivas nos ofrecen un descubrimiento puramente teórico de la mente sin yo, el cual permanece alejado de la experiencia humana real».

Y aquí hay que añadir lo que Varela recuerda desde una neocognición plena y abierta quizás discutible, tal vez por un problema de terminología o visión de la experiencia, que los factores mentales perniciosos que refuerzan el apego y el afán son los que generan tendencias a la creencia (de un yo). A partir de todo ello, Varela apela al término de enacción para entrar en una nueva perspectiva de la cognición, en la que incluye la perspectiva budista, en el caso de que en el cognitivismo se acepte la experiencia personal anclada en lo cotidiano. Desde este punto de vista la cognición ya no se plantearía, según Varela, como resolución de problemas según las representaciones, sino que en su sentido abarcador consistiría en la enactuación de un mundo – en hacer emerger un mundo– mediante una historia viable de acoplamiento estructural. Aquí podemos entrever un punto crucial en este autor: “la acción corporizada”. Es lógico establecer que el cuerpo como estructura es el que acoge el proceso. ¿No es así a lo largo de la evolución simio-humana, e incluso antes? La enacción se situaría como la base de la acción cognitiva mediante el acoplamiento corporal, generando un mundo compartido de significación, ya que las representaciones pierden el papel central. Entiendo que todo este proceso conlleva una desintelectualización, de tal modo que la investigación se descarga de procesos intermedios para dirigirse rectamente al mundo: la vivencia personal cobra relevancia y produce un conexionismo con esperanza. Las ciencias cognitivas enactivas y el madhyamika se encuentran en la falta de fundamento de un yo monolítico.

   Apuntes. Como teoría relativamente reciente, el cognitivismo ha alcanzado un notable crecimiento y popularidad. Ello se debe en gran parte a su soporte empírico, su marco teórico y a su gran número de estudios sobre la población clínica. De formación rápida, hace que se preparen terapeutas con un año de entrenamiento. Los cambios terapéuticos también se producen cuando el paciente está comprometido emocionalmente con sus problemas, por lo tanto la experiencia emocional durante la terapia es un hecho importante. Las reacciones entre terapeuta y paciente son importantes. La terapia cognitiva puede ofrecer una oportunidad para un acercamiento entre la terapia psicodinámica y la terapia conductual, y hay quien piensa que existe un común asiento prometedor para estas dos discisciplinas. Hoy, muchos terapeutas conductistas se definen como cognitivistas. La investigación continua en la relación entre la cognición y el afecto abre un campo interesante.

Conclusiones generales sobre estas dos teorías

No cabe duda, como hemos afirmado ya, de que la psicología moderna va unida al desarrollo simultáneo de las otras ciencias. La psicología abandona unos devaneos filosóficos manidos y se precipita hacia el hombre de carne y hueso, apurando su encauzamiento hasta llegar al hombre máquina, susceptible de ser controlado y determinado, como sucede en el conductismo radical. La soberbia del científico –según algunas críticas– toma cuerpo dramático cuando se refiere al hombre y lo reduce a un exclusivo producto fisiológico en el que los organismos sólo reciben pasivamente lo que les hacen. Tal vez ello inspiró a Orwell su 1984. Watson ya decía : dadme dos niños y haré de ellos lo que quiera. Maslow criticaba que los voluminosos libros conductistas no tienen importancia, al menos para el núcleo humano, el alma y la esencia humana. Realmente sabemos que trabajan con condicionamientos sobre la mente condicionada. Entiendo que incluyendo las diferencias evidentes entre cognitivismo y conductismo, ambas se definirían como terapias de superficie, pues se dirigen a la modificación del consciente. Son terapias rápidas que pretenden cambiar la capa conocida por otra más adecuada a la vida del paciente. En el caso más radical del conductismo no parece existir subjetividad, así que no podremos hablar seriamente de cambios. El hombre no es reducible a una máquina, en los nuevos paradigmas es considerado una totalidad ineludible. Por supuesto, tiene instintos animales, pero también razona e intuye, y además no podemos dejar ahí el listón, puesto que la evolución continúa. El problema radica en el reduccionismo soberbio, cerrado, que supedita que el hombre es aquello y solo aquello que determinada persona y su teoría establece.

El cognitivismo, donde se abordan sentimientos y pensamientos, aparece –bajo una crítica transpersonal– como una terapia que se acerca a una necesidad de solventar los problemas superficiales que molestan al consumidor, para sobrellevar una vida racional, adaptada a los parámetros medios de la sociedad occidental. De ahí su necesidad de rapidez y utilitariedad, por lo que se convierten en terapias industriales, adecuadas a una cierta demanda; creo que bastante interesante para personas que se inicien en el conocimiento de sí mismas o no deseen introducirse en sus espacios interiores; también son adecuadas para lo que ya decíamos antes, para los entrenamientos e instituciones donde se busca una rentabilidad operaria, y para acoplamientos de amplios sectores de la población. Los tratamientos parecen dirigirse al hemisferio izquierdo, a lo concreto y racional, y su carácter de utilidad es indiscutible y positivo siempre que no reduzcan lo demás a su perspectiva. Por ello las teorías cognitivas conductuales se mueven en términos de “destrezas”, “habilidades”, etc., evitando las causas. En ello siguen a la medicina alopática. El aspecto más preocupante de su encauce clínico es que se dirigen a curar síntomas, pero la boya esconde un anzuelo bajo el agua, y si desaparece la boya perdemos la poca orientación que teníamos, y un anzuelo escondido incrementa su peligrosidad. Sobre todo en patologías profundas.

En relación con todo lo comentado, Frances Vaughan afirma que «la mayor parte de las psicoterapias breves suelen utilizar un enfoque cognitivo-conductista y pretenden cambiar las pautas habituales de pensamiento y reprogramar las repuestas».

La consciencia está también ausente en el conductismo. Sin embargo, es notable el estudio de lo manifiesto en las expresiones corporales que acompañan a las verbales y a sus contenidos, verdaderos enclaves de lo inconsciente, de ahí que las investigaciones cognitivas de esos procesos, como el de la construcción de hábitos, el de la construcción de los mecanismos proyectivos de imágenes etc., sean un buen punto de estudio beneficioso para el camino de esa deseada psicología integral, donde se encuentre todo lo sabido hasta ese momento, en beneficio de la salud y del conocimiento.

En pocas palabras podemos decir que si en el cognitivismo priva el pensamiento sobre el resto de los procesos, en el conductismo sólo reina ese pensamiento, absolutamente.

Vemos que estas teorías se asientan exclusivamente, aunque desigualmente, sobre el intelecto de la cuadrinidad de Hoffman que detallaremos más adelante: cuerponiño(ser emocional)-intelecto-ser espiritual. Las radicalizaciones, a veces, me parece que no son más que tretas de la naturaleza para apurar caminos y sacar lo provechoso de ello. Si el conductismo apuró lo externo, Freud intentó lo propio con lo interno; el cognitivismo se extiende a la emoción, pero ambos parten de una consideración positivista, racionalista de la vida, en la que no hay margen para la consciencia, puesto que ignoran la presencia de la semilla espiritual en el hombre. Si el marco es abierto, entonces se contribuirá a la sinergia investigadora. Si es reduccionista, se pueden generar síntomas de asfixia en sus propios representantes. Por lo tanto, la vida no puede reducirse a una cuestión exclusiva de “software” y “hardware”, ni tampoco todo desajuste de una persona frente a su medio tiene que pasar por una terapia que busque exclusivamente la readaptación al mismo. Si el cliente lo quiere así, todavía. Si no, después surgirán brotes más rebeldes. Conductismo y cognitivismo están unidos en buena parte a la producción consumista de nuestra sociedad y a la utilidad racional y productiva.

El terapeuta de la conducta asume, según Claudio Naranjo, que cuando la situación que provoca el síntoma se asocia con las recompensas presentadas, se está estableciendo una nueva respuesta condicionada. Sin embargo, parece improbable que una nueva respuesta condicionada, lo suficientemente fuerte como para reemplazar a la vieja, pueda surgir de unos refuerzos positivos tan suaves como un estado de relajación o la aprobación del terapeuta. El valor de las recompensas aportadas, que neutralicen lo desagradable es que, en el proceso de confrontación con lo evitado, el paciente aprende que su miedo era infundado. Las ansiedades son generalmente perpetuas para evitar la situación que las originó y así la persona pierde la oportunidad de aprender que no hay nada que temer. Se extingue, pues, una mayor apertura a experimentar la capacidad de confrontar la situación. Naranjo concluye que la terapia de conducta es ampliamente divergente de la meditación.