¿Qué es la realidad? ¿Los sueños son parte de ella?

Los dos personajes principales de este libro se hacen estas preguntas. En base a ellas, y bajo un crisol de siete colores, vivirán experiencias únicas e intensas donde el amor, la felicidad, la tristeza, la soledad y la pérdida serán sus ingredientes principales. La vida es corta y hay que vivirla como mínimo dos veces; los personajes de esta obra simplemente caminan por ella, hasta que un día… todo ha cambiado.

Inspirados por el movimiento dadaísta y bajo una fuerte influencia de artistas como García Lorca y Salvador Dalí, Francisco Javier González de Lara y Arturo Roca dan forma a esta caleidoscópica novela que no dejará indiferente a nadie.

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Todo ha cambiado

Francisco Javier González de Lara y Arturo Roca

www.edicionesoblicuas.com

Todo ha cambiado

© 2018, Francisco Javier González de Lara y Arturo Roca

© 2018, Ediciones Oblicuas

EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

08870 Sitges (Barcelona)

info@edicionesoblicuas.com

ISBN edición ebook: 978-84-17269-88-3

ISBN edición papel: 978-84-17269-87-6

Primera edición: octubre de 2018

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: «Dos almas», de Francisco Javier González de Lara y Arturo Roca

Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

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Contenido

I. Naranja

II. Índigo

III. Rojo

IV. Verde

V. Amarillo

VI. Negro

VII. Azul

Epílogo

Los autores

Dedicado a Hugo Ball, Tristan Tzara, Dalí, García-Lorca, Lennon, Felino, Orión y a nosotros.

I. Naranja

Naranja. Así era el anochecer que estaba divisando. Fusión de colores que morían en el horizonte. Era precioso. Parecía irreal, no de este mundo.

Estoy en Torremar. Ese es el nombre de la pequeña localidad costera donde mis padres tienen un apartamento. Lo había heredado mi madre después de una gran disputa familiar. Ganamos un inmueble pero perdimos una tía.

Allí me encuentro, dentro de mi dormitorio. A pesar de que la relación que tengo con ellos nunca fue la más adecuada. Aún recuerdo los ecos de las discusiones familiares como si formasen parte del mobiliario.

Apenas hay iluminación y el calor es asfixiante. Voy directo a la cocina para buscar a mi madre y no la encuentro. Tengo la necesidad de verla. En su lugar hay un espacio vacío. Entonces me dirijo hacia el salón-comedor donde tengo la total seguridad de que encontraré a mi padre. Me armo de valor para la ardua tarea de hablar con él. Efectivamente, se encuentra allí hojeando, ojeando el periódico.

—Hola, ¿qué tal estás?

—Bien. No contábamos contigo. Hace tiempo que no sabemos nada de ti.

—Por eso vengo a visitaros.

Esa es toda nuestra conversación. Mi relación con mi padre nunca fue buena. Está claro que a ninguno de los dos le apetece pasar por este mal momento.

Mi madre en cambio es mucho más afable aunque a veces parezca que esté en otro mundo. ¡Vamos, en las nubes! Se encuentra sentada en su sillón de costumbre, de escay, aquel que con el contacto de la piel se transforma en un solo ente. Está entretenida con el móvil, comprobando si tiene algún mensaje de algún familiar o conocido. En fin, trasteando el aparato. Es una alegría tremenda verla, siempre que la he necesitado ha estado conmigo. Recuerdo que cuando era adolescente y me quedaba dormido en el sillón viendo la televisión, mi madre, y solo ella, me levantaba para llevarme a la cama. Y en el trayecto por el pasillo, me venían a la mente pensamientos tristes. Me aterraba el hecho de que envejeciera y que algún día no estuviera conmigo. Cada día me la imaginaba más mayor. Me daba pánico que muriera.

—¡Pedro! Tú que piensas que la vida es solo para divertirse, mira lo que le ha pasado a estos… Del día a la noche están en el más allá. Seguro que el conductor estaba borracho. —En el momento de terminar de pronunciar la frase, Carlos se arrepiente de lo dicho y con rabia tira el jornal a la mesa—. Pobre gente inocente —murmura.

Carlos es un hombre de frente despejada, orejas bastantes salientes, cejas pobladas, ojos negros saltones, nariz respingona y tez morena. Su carácter siempre fue serio y sus orejas muy grandes.

De facto, cuando era adolescente lo pasó bastante mal por causa de este complejo y como consecuencia debía lidiar con las burlas de algunos compañeros de clase que le habían puesto de mote «Don Dumbo».

Ha arrojado con tal fuerza el periódico que de la mesa ha caído al suelo. Se levanta del sillón y se dirige hacia la cocina, cerrando la puerta con fuerza antes de salir. Mi madre también se levanta y le sigue, atravesando la puerta y dejándola entreabierta.

No tardo en escuchar los típicos gritos a los que ya me había acostumbrado. Mi padre dando sermones. Es un hombre que lo ve todo con defectos, en él todo es mejorable.

Aunque esta estampa sea común, me siento fuera de lugar. Quizás debí ir a buscar a mi querida abuela. Como dice mi amiga Betty, hay que rodearse con las personas que nos quieren.

Recojo el periódico del suelo y me dirijo al refugio de mi habitación. Hace tiempo que no había entrado aquí. Ahora está convertido en un espacio para los invitados, no hay nada de lo que había antes, excepto aquel viejo armario. Sigo sin entender cómo aún permanece ahí con lo horrible que es. De niño, imaginaba figuras con las tonalidades de la madera de las puertas. Algunas me daban miedo porque hacían siluetas que a mí me parecían terroríficas. Imaginación infantil, supongo. Un amigo del colegio me había recomendado cerrar los ojos y contar hasta diez, después las figuras debían desvanecerse. Este consejo nunca llegó a dar resultado.

Tomo el periódico de nuevo y empiezo a leer la portada:

«doce muertos al precipitarse un autobús en sierra de los remedios».

La noticia es bastante triste y no puedo evitar emocionarme. Sigo leyendo la noticia:

«En la madrugada de hoy, un autobús se despeñó en Sierra de los Remedios dentro del término municipal de Cez. Doce personas han muerto y otras treinta y siete han resultado heridas en el accidente. Todo hace indicar que el conductor perdió el control del vehículo, que cayó por un terraplén de unos quince metros, según nos han informado los servicios de emergencia. Es el tercer accidente más grave ocurrido en los últimos diez años. La mayoría de las víctimas mortales y los heridos son vecinos del municipio de Orenes. Todos ellos regresaban después de haber asistido a un festival de música en la localidad costera de Tomil.

»El gobierno regional ha decretado tres días de luto oficial».

Un escalofrío recorre su alma. Prosigue la lectura del artículo.

«El suceso ocurrió sobre las dos y media de la madrugada. Las fuentes consultadas comentan que, justo antes del accidente, los pasajeros escucharon gritar al conductor.

»Los treinta y siete pasajeros que lograron sobrevivir fueron trasladados a diferentes hospitales de la comarca. Una docena de ellos ya han sido dados de alta. Diez de las víctimas murieron en el acto, mientras que otras dos no pudieron salvar su vida y fallecieron en el centro médico. El vehículo circulaba por la comarcal A-31, en el punto kilométrico cuarenta y seis.

»El conductor del autobús, cuyas iniciales son J.C., continúa ingresado en estado crítico en el Hospital de la Vega. Por causas que todavía se desconocen, el autobús se precipitó al vacío.

»Al conductor, del que se teme por su vida, dio negativo en las pruebas de alcohol y sustancias.

»El autobús, que había pasado todos los controles técnicos, había sido subcontratado por la Consejería de Cultura para facilitar el traslado de los jóvenes al concierto.

»El alcalde de Orenes, Alfredo Esteso, fue uno de los primeros en acercarse al lugar del accidente.

»En el momento de escribir este artículo están retirando el vehículo con una grúa de grandes dimensiones. Se estima que pasarán varias horas hasta dejar despejada la zona».

De repente, la puerta de su habitación se abre bruscamente. Se trata de su madre.

—¿Quieres venir a la mesa? Te estamos esperando.

—Sí, ya voy mamá.

Acto seguido, Pedro se dirige hacia el comedor. Echa una ojeada y observa que sus padres están sentados con los platos preparados y, al fondo, como siempre, la televisión está encendida. Como cada viernes por la noche emiten «Crónicas de otra dimensión». Hoy hablan de un tipo que fue abducido por los extraterrestres. Hay opiniones para todos los gustos. El ufólogo Fabio Zerpa afirma que entre nosotros habitan seres de otros planetas.

Sin decir nada, tomo asiento. Hay bacalao para cenar acompañado de vino blanco. Nota como su padre le está penetrando con la mirada. Pedro, que nunca pudo aguantarle la mirada, ahora lo desafía. Carlos finalmente desvía la mirada y se dispone a comer.

—¡Estás pálido! ¡Qué mala cara traes! Debes descansar más… Pareces un muerto. Espero que hoy duermas más. No tienes necesidad de madrugar un fin de semana —dice Teresa de forma titubeante.

Teresa es una mujer de aspecto alegre, cabello largo y rizado. Se suele pintar sombras azules en los párpados y llevar los labios rojos. Le gusta ir arreglada y nunca se olvida de ponerse un collar.

Pedro ignora sus palabras y le responde con una sonrisa. Suena un móvil.

—¡No para de sonar tu maldito móvil! —grita Carlos a su mujer.

—No he podido contestar, he estado todo el día ocupada. ¿O piensas que la cena se ha hecho sola? —responde malhumorada a la vez que se levanta para buscar el teléfono.

Pedro permanece mirando a su madre. Teresa se dirige hasta la cocina, que es donde lo había dejado cargando justo antes de preparar la cena. Finalmente coge el teléfono. Tiene dos llamadas perdidas. Regresa de nuevo al salón y se percata de que su hijo ya no se encuentra allí.

—¿Oye, Carlos, dónde está Pedro?—pregunta ella.

Carlos mira a su lado y encuentra el asiento vacío. No se ha dado cuenta en qué momento su hijo ha abandonado el comedor-salón.

—Se habrá ido a su cuarto. ¡Qué sé yo! —responde de manera indiferente para seguir comiendo.

Teresa levanta la cabeza y con un ademán ignora el comentario de su esposo. Entra en la habitación de su hijo y no lo encuentra allí. La cama está hecha, la persiana medio bajada y la ventana abierta. La habitación está vacía.

El pijama de Pedro se halla en el mismo lugar donde lo colocó hace unos días. Doblado y planchado. Se empieza a preguntar si su hijo ha salido sin decirles nada. Bastante extraño porque siempre se despide de ella antes de salir. Además, lo habría escuchado porque la puerta de entrada hace un fuerte crujido cada vez que se mueve.

Desde el cuarto, vocifera a su marido si ha visto a Pedro. Carlos, de malas ganas, se levanta de la silla y con el tenedor de la mano se dirige hacia la habitación de Pedro.

—¡Este niño siempre tan egoísta! Nunca avisa antes de hacer nada — dice malhumorado Carlos—. Llega, come y se va. Ni siquiera ha pasado la noche aquí.

—¡No te das cuenta de nada! Hoy tenía muy mala cara. Estoy preocupada de que le haya pasado algo… Como aquella vez que se fue a las tantas de la madrugada al hospital por un cólico nefrítico. Nos enteramos cuando regresó… ¡No te importa nada tu hijo! ¡Un día se muere y te enteras por el periódico!

—¡Cállate ya, loca! ¡Siempre con tus malas ideas! —grita mientras la aparta dándole un empujón en el hombro derecho—. ¡Me estás amargando la vida, tú y tu hijo!

—¡Esta es la última vez que me tratas de esta manera! —exclama Teresa dirigiéndose a la cocina.

Allí está su teléfono, y comprueba que tiene dos mensajes de voz. Escucha el primero: un mensaje inaudible, lleno de ruidos. El segundo es bastante más claro, literalmente dice así: «Mami, estoy con Betty y con algunos amigos. Estamos en un concierto pasándolo bien. No hace frío… Ya sé que eso te quita el sueño… Bueno… Todo está bien. Iré a verte la semana que viene. Te lo prometo. Besitos».

Teresa comprueba la fecha del mensaje y es de hace unos días. Extraño que no los haya escuchado hasta ahora. Este dato la desconcierta. En el móvil busca en la agenda el número de Pedro y lo llama. Nadie responde. Le manda un mensaje pidiéndole que le llame lo antes posible porque no entiende qué está sucediendo. Busca el teléfono de su amiga Betty, pero constata que no lo tiene registrado.

Suena de nuevo el teléfono y la madre atiende enseguida, no dando lugar siquiera a que dé el tono.

—Hola, buenas noches, somos la Guardia Civil, hemos intentado contactar con ustedes pero nos ha sido imposible hasta ahora.

—¿La Guardia Civil? —responde gritando—. ¡Carlos, me está llamando la Guardia Civil! —vocea nerviosa.

—Usted es la madre de Pedro Lara Roca, ¿verdad?

—Sí… ¿Ha pasado algo? —responde tartamudeando Teresa.

Un ramo de flores es la única compañía que por ahora tiene Jaime.

Empieza a moverse a lo largo de un interminable pasillo sin apenas luz, camina lentamente. Luces de colores emanan desde el fondo proporcionándole una sensación de sosiego. No siente temor alguno, se encuentra tranquilo. Una alegre melodía le invade. Tararea su canción preferida: «The Perfect Day», de Lou Red, eleva la voz y canta con brío:

Oh, it’s such a perfect day.

I’m glad I spent it with you.

Oh, such a perfect day.

You just keep me hanging on.

You just keep me hanging on.

¡Qué feliz me encuentro! No recuerdo ningún momento que sintiera esta felicidad. Solo tengo paz, se repite para sí mismo Jaime. Los destellos de colores van y vienen acompañando el ritmo de la melodía, que le anima a avanzar un poco más. No conoce dónde se halla, tampoco le importa. La curiosidad le anima a continuar el camino.

PukiPuki

Las ganas de abrazar a Puki se frustran con la impotencia de no poder estar más cerca de él. Es la sombra de un perro. No puede tocarlo, ni siquiera puede verlo con precisión. Aun así, tiene la certeza de que se trata de su can.

Se siente impotente y frustrado. Tan cerca y tan lejos a la vez. Rompe a llorar ante la imposibilidad de besarlo, de alcanzarlo.

La música deja de sonar y de repente puede volver a mover las piernas.

¡Qué alegría más grande! ¡Por fin podré acariciar a mi perro!, son las frases que a Jaime se le repiten en la mente. Sale corriendo con energía hacia la sombra y, cada vez que se acerca más, menos lo distingue. El contorno va cambiando y la sombra del pequeño perro se convierte en la sombra de un perro de grandes dimensiones.

El animal es horrible y sus ladridos atemorizan a Jaime. Sus dientes son afilados, tiene ojos rojos y desorbitantes y el pelaje está erizado.

Jaime siente mucho miedo.