MEMORIAS ELEFANTÁSTICAS

Francisco J. Alcalde Pereira


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PRIMERA EDICIÓN

Mayo 2016

Editado por Aguja Literaria

Valdepeñas 752

Las Condes - Santiago - Chile

Fono fijo: +56 227896753

E-Mail: agujaliteraria@gmail.com

Sitio web: www.agujaliteraria.com

Página facebook: Aguja Literaria


ISBN
978-956-6039-06-8


DERECHOS RESERVADOS

Nº inscripción: 244.503

Francisco Javier Alcalde Pereira

Memorias Elefantásticas

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático


TAPAS

Portada: Carlos Augusto Alcalde Araya

Tapa: Carmen Araya Araya 





AGRADECIMIENTOS



Mis agradecimientos más hondos a mi familia; mujer e hijos, fundamentalmente, por ser quienes son: afectos e inteligencias expresados constantemente en el transcurrir de la existencia.

A mi amigo co-fundador de "Aguja Literaria", el escritor Alfredo Gaete Briseño, con quien hemos, siendo él el mentor, acometido diferentes aventuras vinculadas a la empresa "librera y cultural", y otras, verdaderamente únicas en su especie, cuales son los talleres artístico-intelectuales realizados en el Cementerio Metropolitano de Santiago desde hace ya casi una década y la Revista Cultural CM, de amplísima tirada, que constituye bastión de estímulo y entusiasmo para muchos que quieren expresarse allí, de modo calificado y digno.

A Josefina Gaete, su hija, co-fundadora de "Aguja Literaria", ingeniero comercial que vislumbró en esta veta su impronta profesional con acierto e inteligencia, ejerciendo su dirección con trabajo talentoso, entusiasta y juvenil.

A numerosos escritores, gentes de arte y de cultura, que figuran mencionados en el interior del libro.

Final y principalmente a Dios (no muy de moda por esta era), puente seguro entre amaneceres y noches de cada jornada.

XXX



Evidentemente los viajes permiten avizorar (o profundizar en ellos) culturas diferentes, tradiciones que en conjunto con la modernidad recogida en cada situación, producen la actual fisonomía de los lugares y aunque cada vez en mayor escala, la llamada “globalización”. Es una realidad que permite facilitar las pertenencias. Encontrar en zonas remotas productos y mentalidades similares a la propia es siempre posible. Ello facilita la vida pero también (en mi caso) puede desencantarla. Nada en consecuencia es tan remoto hoy y por consiguiente tan mágico de alguna forma.
Esto último me recuerda, no obstante, un pequeño episodio que nos acaeció en El Cairo y que me motivó una ensoñada sensación: estábamos en un muy buen hotel en las proximidades de las pirámides y una noche que salíamos recurrí a la persona a cargo de la casa de cambio del lugar, hombre presumo al menos de mediana cultura y habituado al trato con clientes extranjeros y turistas más o menos exóticos, muy agradable por lo demás y de caballeroso trato. Escasamente hablaba inglés y yo, en mi costumbre inveterada de meterle conversación a todo el mundo, junto con efectuar el cambio motivé que me preguntara por mi procedencia. Naturalmente le hablé de Chile y me quedó mirando sin entender. Le insistí en Chile y hasta le mostré un pequeño atlas que portaba conmigo. Le mostré su ubicación geográfica en la pequeña página señalándole de paso América del Sur y el océano Pacífico a la izquierda y… nada. Simplemente no había siquiera oído hablar de nuestro país nunca. Pensé al menos por el nombre de los ajíes y no. Estaba completamente fuera de su conocimiento y ni siquiera por oídas. Todo ello no obstante toda “globalización” toda comunicación instantánea. Me sorprendió mucho pero me quedé cavilando en acerca de los atractivos que pueden despertar ciertas remoteces misteriosas existentes aun en nuestros días.
Hay factores que resultan universales desde luego: los “Mac Donalds”, el fútbol y los blue jeans por ejemplo. El primero de los nombrados un fuerte atentado a la ciencia culinaria universal, el segundo quizás es el mayor atentado contra la cultura universal del siglo XX y lo que va del XXI, y el tercero: uno de los más graves ataques contra la elegancia personal (un altísimo porcentaje de mujeres no debiera usarlos) durante los mismos períodos y en el mundo entero asimismo. En fin: al menos pueden ser puentes de entendimiento (o desentendimiento en ocasiones) colectivo.
Respecto de mi expresión futbolera debo aclarar que nada por cierto tengo contra el deporte (cuando lo es) y que de hecho he sido deportista largos períodos de mi vida y que amo el ejercicio físico y la vida al aire libre también, de todos modos.
En ese aspecto de la universalidad, la sensación de no-pertenencia pero de posible familiaridad ulterior me resulta tanto o más atrayente que la de “pertenencia” per se. Esta última tan obvia, la primera tan entretenida y a menudo de muchísimo interés.
Las religiones ajenas, por ejemplo, casi siempre tan devotas (pienso al paso en los musulmanes) poseen una impronta de enseñanza y de ejemplo a menudo dignos de imitar.
Si consigo imitar lo de bueno que puedo vislumbrar en las devociones islámicas o en la judías, puedo eventualmente convertirme en mejor católico al menos en la forma.
La devoción y la piedad que manifiestan los judíos frente al Muro de los Lamentos por ejemplo, es verdaderamente conmovedora. Estando allí observé casi con impertinencia sus modos de oración y sus reverencias. También observé muchos jóvenes con el atuendo propio del rabino, pero tantos como para pensar que simplemente lo religioso trasciende toda moda. Eso es posible de  ver en el Lejano y Medio Oriente o dondequiera que se hagan presentes. 
Qué decir de los budistas o de los tibetanos. Ellos también sustentan un credo que lo abarca todo: usos y costumbres, modas, atuendos, comidas, vida familiar, etc... Quizás la cultura cristiano-occidental necesite un poco de esa coloratura general, tal vez sí de algún grado de fundamentalismo.
A propósito de mucho de lo expresado resuena aún en nuestros oídos el clamor del Muecín llamando a oración en Estambul y en varias regiones de Egipto. Una especie de cántico plañidero expresado por altavoces a ciertas horas del día y desde muy temprano, pero como sucede probablemente con las 3 religiones fundamentales incluyendo la católica desde luego, abundan los no observantes por diversos motivos.
Esto último me trae a la memoria un pequeño y simpático acontecimiento ocurrido en una de las principales avenidas de Estambul: allí con nuestro guía Erhen recorrimos una tarde diversas iglesias apostadas bastante cerca unas de las otras. Fuimos a una católica, la de San Antonio, a una católica armenia muy pulcra y de severa presencia, partiendo por quien estaba a cargo que nos recibió amable, solícito y correctamente vestido de manera formal, una iglesia anglicana y una pequeña mezquita.
A la iglesia católica mi mujer entró con el mismo pañuelo de cabeza que se le exigiría luego en la mezquita, acompañados por el guía de habla española, Erhen. Allí nos instalamos en una banca de atrás. Yo les comenté: ¿cómo es esto? Estamos en una iglesia católica con una mujer católica vestida de musulmana, y en compañía de un musulmán vestido de católico, es decir: con parka, bluejeans y zapatillas.
Tanto acuerdo que establecimos con nuestro guía de comunicarnos en el futuro vía mail; lo dejamos invitado para visitarnos en Chile, y nunca más supimos de él. Es lo que suele suceder en estos casos. Nuestro hijo mayor Francisco Javier, quien viajaría por esos lugares unos meses después era un buen posible nexo, pero, quizás porque estaba llamado a hacer el servicio militar poco después o por lo que sea, se nos perdió para siempre. Yo le escribí al correo que nos dejó señalado y nunca obtuve respuesta.
Las más de las veces las amistades que se hacen en viajes no prosperan. Quedan a menudo como recuerdos meramente y con frecuencia, si han sido amables, como parte constitutiva de nuestras memorias “elefantásticas”.


Santiago, mayo de 2016



De Santiago de Chile, en el fondo, se sabe muy poco y se respira menos. Las veredas del aún llamado centro están cargadas de historia. Como los solares edificados más o menos abigarradamente con edificios variopintos: 1857… 1888… 1905… 1925… 1939… 1962… 1999, etc., etc.  Yo soy preguntón y el hombre de la calle más o menos comunicativo: donde funcionó por años el famoso restorán “El Pollo Dorado”, por ejemplo, en los bajos de un edificio de los cuarenta (otrora solar de la casa de Catalina de los Ríos, “La Quintrala”) en la esquina nororiente de Agustinas con Estado, ocurren actualmente u ocurrían hace poco (allá y en su entorno bajo marquesina) hechos inusitados y espeluznantes según el decir de un guardia del lugar: ruido piafante de caballos al llegar más sonidos de ruedas y pescante de algún carruaje inexistente, entrando por el que debe haber sido el zaguán y acceso a la morada de  La Quintrala, por Agustinas. Nadie, excepto pocos y yo, conocemos sobre el particular. En la actualidad, a pasos de allí y sobre el altar lateral de la iglesia de San Agustín, pende el famoso Cristo de la legendaria mujer, corona de espinas al cuello, y recibiendo en forma directa una a otra las veinte mil misas que mandara decir, de acuerdo a la tradición, Catalina.
Hoy, sirva el preámbulo si circulo por el lugar como por otros con la sensación de un ahora pueril e insomne, sin el sabor de lo perdido o de lo que se busca.
Por lo demás, Catalina y antes Inés de Suárez, pero mejor Marina de Gaete, son el gen femenino o el origen de la patria chilena, emparentados de ancestro por lo menos  tangencial, con muchas de las gentes que circulan hoy por ahí.

II



En el 2011 tuve ocasión de viajar a Egipto. Navegando por el Nilo y más particularmente al visitar Luxor y algunos de sus templos, entre muchos similares que recorrimos con mi mujer Carmen, imaginé mi propia persona transmutada a esta edad remota: 4.500 años atrás, y desde allí visualizando de modo consciente las distintas instancias de futuro: faltan 2.480 años para que aparezca Cristo en la tierra, casi 4.000 a que sea descubierto para Europa, América; 4.410 aproximadamente para que nazcan mis padres… Yo, poseedor de la clave de la edad por así decirlo y a la vez del desencanto allí o aquí de saber que ello carece enteramente de importancia.
La navegación por el Nilo, entre los últimos acontecimientos de mis días, me acarreó por momentos con sus olores fangosos, la reminiscente infancia: 51 ó 52 años antes, olores (casi los mismos) que solía sentir al andar en bote con mis hermanos y algún empleado del lugar, por el río Achibueno del fundo de mi abuelo materno, cerca de Linares, un poco al sur de Chile. Los aromas son sin tiempo, como las pirámides o como la eternidad. 
La reminiscencia del olor es superior a toda memoria.
El deshilvane en el anecdotario breve e inicial, es exprofeso. No puedo ignorarlo si estoy lleno de recuerdos e ideas: fisonomía personal, historia propia y aquel consustancial modo de toda persona “culta”, digamos, cual es la condición de filosofar, hacer surgir ideas novedosas de hechos en apariencia pueriles, etc. No puedo menos, digo, que transcribirme y es lo que hago.

III



Los viajes -regreso a párrafos atrás-, hechos en su gran mayoría con Carmen, han sido trasunto de vidas paralelas. A parejas de la rutina, alguna otra nueva más o menos exótica y breve. Turquía nos deparó rutina breve y exótica, por ejemplo. Estambul enorme, gris, hermoso, feo y colosal nos rindió el alma con sus alminares, su historia y su misterio. Colosal Estambul, cuando la dejábamos vimos desde el aire una colmena de embarcaciones humosas sobre el Bósforo, entre nubes también humosas y silentes a través de las ventanillas del avión, que nos llevaba a El Cairo para ya no regresar.
En la retina y en el alma los palacios: “Beilerbelly”, “Dormabache”, la mezquita Santa Sofía. Las sensibilidades que atormentan y que producen bienestar al espíritu, todas juntas como un amasijo de colores vivos. Unos radiantes y otros sombríos: querer la eternidad y también morir, pero siempre en procura de lo trascendente.
En Jerusalén, asimismo, impresionados por su barrunto y el prestigio que confiere la fe religiosa, obtuvimos la cálida y abigarrada acogida del Gólgota y el Santo Sepulcro. Cálida por los dolientes significados trascendidos de gloria (siempre por la senda de la fe naturalmente). Cuando trepábamos por la Vía Dolorosa y más o menos frente a la puerta de la Verónica (IV Estación) tuvimos que quitar el cuerpo a un tractor con acoplado que por el lugar bajaba escalón por escalón. Un poco más arriba venía otro similar. Tenduchos y comercios varios a lado y lado. Incluso una suerte de garito con máquina tragamonedas para la música estridente e internacional incluida. En un recodo tuve ocasión de comprar unas cajitas en miniatura que soy aficionado a coleccionar. El guía Ariel, un argentino hebreo bastante documentado nos condujo a muchos lugares. Frente al Muro de los Lamentos, que me quedé observando largamente, viví la ventura de separarme del grupo por un largo rato. Recorríamos los sitios con audífonos para no perder el contacto con el guía. En el mío tuve oportunidad de escuchar a Ariel decirle a mi mujer: “¿Qué hacemos? Tendremos que volver sin él…”  El barco nos aguardaba de regreso en Hayfa. Yo no tenía cómo responder pero aquí estoy. En lo alto de la fachada, llamémosla así, del edificio que cobija el Santo Sepulcro, permanece una pequeña escala de mano que al parecer es parte del inventario del lugar. Figura siempre en las imágenes turísticas del sitio y en las no-turísticas también.
El pequeño Huerto de los Olivos cuenta con aproximadamente media treintena de estos árboles, rugosos, cargados de años y de emblema (ninguno tiene más de ocho siglos al parecer), renuevos quizás en más de algún caso, de los que vio Cristo y le cobijaron en medio del mayor de los tormentos de su angustia mortal a instantes de su crucifixión.
En algún sitio la casa que fue de Pedro; la de la Anunciación en Nazareth; la Natividad en Belén. Distancias diminutas entre tales lugares e historia antigua como el mundo humano, quebradizo como la memoria, abigarrada como el firmamento de las religiones.
Fragmentos de Palestina y un Tel-Aviv radiante de blancura, vislumbrábamos apenas un trozo de mañana y otro de tarde. Nunca olvidaré aquel pequeño árbol de naranjo con frutos y verdor, plantado en una enorme vasija de barro, suspendida pendiendo de tres cadenas en el aire, de otras tantas  aristas de edificios. Bajo el árbol: el espacio, como sobre él.