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Puissegur, H. Horacio

El reflexionario / H. Horacio Puissegur. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0305-3


1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

CDD A863



Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com




Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

“Todos hablan del silencio, pero nadie ha observado,
que para entenderlo hay que quedarse callado.”


H. Horacio Puissegur

Agradecimientos

Oscar Puissegur

A mi mujer, Gisel

Laura Contartese

Alejandro Puissegur

Yolanda Luisi

Elba Ceballos


Y a mis amigos de toda la vida, y las noches de tertulia donde surgieron varios de estos personajes alimentados por la imaginación, llevándolos al extremo, muchas veces dándoles vida en cada uno de nosotros.


A todos los que confiaron en este proyecto.


Dedicado a mi hijo Elías Puissegur

Prólogo

Debo confesar que admiro mucho a aquellos autores que escriben cuentos, quizá porque, para ser sincero conmigo mismo, pero más aún, con ustedes, en lo personal me resulta más simple escribir una novela de trescientas páginas que un cuento breve. Por esa razón, luego de leer “El reflexionario”, admiré más aún el trabajo de Horacio Puissegur, ya que en cada uno de ellos supo hilvanar a la perfección la intriga, simplicidad y perspicacia con toques sutiles de humor y hasta por momentos, drama.

Es que son cuentos que invitan a potenciar la imaginación, la fantasía, meterse dentro de cada uno de ellos intentando desafiar a la fantasía literaria, queriendo ponerse en la cabeza del autor para que esa historia breve llegue a buen puerto, o al menos al puerto esperado elucubrando distintas hipótesis durante la trama, casi como si uno estuviera viviendo eso que se expresa en cada palabra, cada párrafo.

En primer lugar les aseguro opté por analizarlo desde la narrativa, focalizándome en su contexto, pero debo admitir que fracasé en el intento, porque este libro no es para ser analizado con la cabeza, con la razón, sino con el propio corazón que es al fin de cuentas, quien puede decodificar todos los pasajes que se van recreando página a página, pasando por la historia de “Rockstar”, “Tirando paredes”, o la exquisita prosa de “El amante” hasta llegar a “El reflexionario” que es un poco el corolario, el espíritu movilizador de esta seguidilla de cuentos que no tienen nada que ver uno con otro, o sí. Eso será algo que deberá determinar Ud. mismo y llegará a la conclusión final acertada, sólo si lee estas páginas desde el sentimiento, no intente hacerlo de otra forma o le pasará como a mí.


Quiero invitarlos a que se sumerjan en esta magnífica creación literaria de Horacio, que no solo colmará sus expectativas, sino que también los llevará a recorrer una narrativa no convencional y si decide dejar atraparse por esa inusual experiencia, sin dudas, la pasará muy bien durante todo el recorrido…


Pasen y lean. 


Mariano Rodríguez

Locutor – Periodista – Escritor

Papeles

Nunca pensó que iba a ser tan fácil cometer un crimen, y por supuesto que lo fue; acusado y sentenciado a 25 años de prisión por varios motivos casi al unísono, como un diabólico dominó; que se desataron en una apacible tarde de agosto. Romero Gamarra, paraguayo nacionalizado finlandés, se encontraba trabajando, arreglando la acera en un barrio muy paquete de Helsinki, bien en la esquina de Ratakatu intersección Fredikinkatu, cerquita de la iglesia luterana de Johameksenkirkko, donde hacía muy poquitos días había bautizado a su primogénito, al que llamó Valkoinen Romero Gamarra. Al principio Romero no hablaba muy bien el idioma, todavía no lo hace, pero él había ido para otra cosa; la idea era juntarse unos pesitos para volver a Brasilia y casarse con su novia Mirna, una morena deslumbrante y cautivadora, pero nunca más volvió… Una mañana, haciendo la cola en un maxi kiosco intentando hacer una carga virtual al teléfono para poder llamar a su garota, se bajaron de un patrullero tres policías fuertemente armados con macanas y pistolitas eléctricas, él supo casi enseguida que eran de inmigración; intentó esconder su morena cabellera entre la muchedumbre de gente blanca, blanca como la nieve y rubia, rubia como pequeños querubines alados, pero no tuvo chance. Lo detuvieron, alguien lo había denunciado a las autoridades. Lo llevaron raudamente a la comisaria y fue allí que se encontró con ella; una señorita que se había acercado a esta terminal policiaca para denunciar que sus vecinos sacaban fuera de horario la basura a la calle. Mientras Romero, sentadito y esposado (esperando que lo llamaran para hablar e intentar aclarar la situación que lo aquejaba con algún uniformado de mayor rango que en ese momento estaba ocupado con otros quehaceres más rutilantes) escuchaba, aunque no entendía un corno de lo que estaba reclamando la señorita en cuestión al oficial receptor casi a los gritos; pero pensó que realmente sería algo muy grave por las lágrimas de la fémina, lágrimas de ira e impotencia. En ese momento dos policías lo levantaron sin dirigirle la palabra, para llevarlo Dios sabe dónde. Pasó junto a ella casi sin tocar el suelo y a una velocidad al mejor estilo onda verde y emanando un olorcito a rancio del julepe que tenía, mientras se preguntaba por qué motivo se había dejado llevar por las habladurías de René, su primo segundo; que le había asegurado que en el viejo continente el que ponía el lomo hacia una diferencia y tenia más oportunidades de salir adelante. Fue casualidad que terminara en Finlandia; una tormenta de nieve obligó a la nave a desviarse y aterrizar ahí, su destino era Madrid, España. Fue allí que Jaakkina primero lo olió; al girarse para saber de dónde venia el hedor lo vio y se enamoró casi al instante de ese ser tan distinto a ella: moreno, bajito, robusto y ahora mismo con un terrible olor agrio. Repentinamente dejó de lado su reclamo y le preguntó al comisario de la seccional el motivo de la detención del susodicho; el cual le respondió en tono “confidencial” que se trataba de un ilegal que iba a ser deportado. Después de un rato tratando de disuadir al comisario, se ofreció a pagar la fianza y llevarlo derechito al aeropuerto para que se tome el primer avión que saliera a Sudamérica. El hombre accedió a regañadientes, pero todos conocían a Jaakkina, devota y cumplidora de la ley; Romero Gamarra estaba en buenas manos, pensó el comisario, seguramente esa misma tarde partiría a su destino. Pagó los 88 euros de la fianza y se lo llevó. De camino a la calle, ella hablaba y hablaba, a lo que Romero sólo asentía y sonreía, o ponía gesto adusto si ameritaba la cara de ella mientras decía cosas para él, incongruentes. Y así fue que tres meses después se casaron y al año nació su pequeño hijo, pesando cinco kilos y medio; morenito morenito, ya que los genes oscuros suelen ser preponderantes. Por supuesto, él obtuvo su ciudadanía y era un tipo feliz como pocos. Hacía trabajos que los autóctonos repelían con holgura y cobraba muy bien, amaba lo que hacía. Y así llegamos a esa tarde fatídica de Agosto… Él recuerda estar de espaldas a la calle perfeccionando, retocando el cordón, cuando en un instante todo sucedió… La noche anterior se había guardado en el bolsillo trasero de sus jeans la dirección del lugar donde tenía que ir, en una hoja tamaño oficio que dobló en varias partes; al inclinarse casi por completo para terminar el trabajo, esa hoja cayó al pavimento y ahí empezó el problema. Un muchachito que pasaba en bicicleta vio el papel en el suelo (ahí esas cosas no se permiten), la audacia e inconciencia del niño, más como un juego que otra cosa, hizo que quisiera agarrarlo al vuelo sin frenar, para arrojarlo al primer cesto cual basquetbolista avezado. En ese momento Romero Gamarra estiró su pierna para elongarla, porque se le había agarrotado de estar en cuclillas tanto tiempo; obviamente no vio al pequeño ciclista, y niño, bicicleta y papel volaron hacia un auto que venía por la otra mano. Se estamparon contra el parabrisas del vehículo que intentó frenar, con la lamentable consecuencia de que el rodado empezara a dar trompos y golpeara un carrito de compras en manos de una joven pareja que salía del supermercado, arrojándolo contra la vidriera del mismo haciéndola añicos, en el momento justo en que una familia tipo traspasaba los umbrales de las puertas corredizas. Los fragmentos de cristal volaron hacia ellos, con la fortuna de que a los pequeños no los alcanzó ninguna esquirla, aunque los padres no corrieron con la misma suerte y tuvieron que ser llevados por precaución y control por la ambulancia que llegó como si hubiese estado prácticamente a la vuelta del supermercado. Cuando llegó la policía, a los 28 segundos, había un desparramo increíble de personas, aunque ninguna de gravedad, y muchos objetos que bañaban las impolutas calles y veredas de Helsinki. Todos los testigos coincidieron en una sola cosa: La culpa fue del morocho que arreglaba el cordón y que había tirado a propósito un papel en la calle, generando total anarquía. La culpa era de Romero Gamarra por ser distinto; eso era seguro. Le tocaron 25 años no excarcelables por daños y “prejuicios”. Ahora desde el patio de la prisión reflexiona: Papel pintado, papel reciclado, milimetrado o de regalo; nunca pero nunca va a dejar de ser papel.


T.O.C.

La quietud de la noche avanzada y ya perpendicular hizo posible su visión, su ferviente anhelo. La luna, algo alejada, callada y atiborrada de pensamientos extrasensoriales no le prestó atención. Él creía que sus posibilidades eran infinitesimales, pero no claudicaría jamás. Beto Espósito, a punto de cumplir los 40 años, proctólogo de profesión, gustoso y orgulloso de serlo; era un tipo comprometido con la causa; a decir verdad, con cualquier causa que en algún momento haya hecho personal; no era ese tipo de persona que dejaban las cosas por la mitad, él tenia que terminar lo que había empezado, ese era uno de sus tantos T.O.C. También lo era, por nombrar solamente algunos, salir de espaldas a la calle; prender y apagar las luces de modo que la función que él quisiera, terminara siempre en numero par; tocar con una mano lo que había tocado con la otra; no pisar las rayas de las baldosas de la calle, por nombrar las más comunes y silvestres de ellas; en realidad, por nombrar solamente algunas. Su señora, una rusa alta y desgarbada como una palmera bebé, se llama Olga Miraslova; se había escapado del régimen putinezco de su querida patria, pues no compartía ciertas “cosillas” como decía ella sin entrar en detalles, pues nunca se sabía dónde podía haber un micrófono escondido o una bomba apuntándola. Siempre supo que su marido era un guerrero, un luchador empedernido que jamás se rendia; un tanto cabulero válgase decir, casi por una necesidad microscópica de las situaciones más cotidianas de la vida; pero ella lo amaba así, tal cual era. Esa noche de octubre, cuando empezó a cranear la idea; primero en papel luego en formato digital; se empezó a dar cuenta que quizás ¿por qué no? fuera a dar resultado, pero a nadie iba a decir de sus experimentos; lógicos o no; hasta que realmente estuviera seguro de lo que estaba haciendo, así las probabilidades fueran mucho menos que pocas. Todas las mañanas Beto, Olga y sus siete hijos, se levantaban seis y cuarto, mientras el sacaba a Mastodonte; su mastín napolitano; a hacer sus necesidades por el barrio, Olga preparaba un maratónico desayuno para nueve personas en tiempo récord y los chicos en tandas de dos, se turnaban para asearse y prepararse para la escuela; todos se bañaban el día anterior porque necesitaban por lo menos cinco horas para que la familia entera estuviera bien acicalada. Siete y cuarto tenían que estar todos en la puerta del garaje, mientras Beto tomaba su maletín de cuero sintético, finiquitaba de poner la alarma y salía por la puerta prácticamente haciendo el “Moonwalker” a lo Michael Jackson, tal su costumbre y para nada avergonzado si algún vecino lo veía. Dejaba a los chicos en la puerta de la Brigadier Estanislao López n°1279; en la zona sur de la ciudad portuaria de Rosario, provincia de Santa Fe; luego llevaba a su mujer a la estación de servicio de Av.27 de febrero esquina Corrientes, donde se desempeñaba como playera; por lo menos hasta que pudiera sacarse la ciudadanía, hablar bien el idioma y revalidar su título de ingeniera nuclear. Le daba dos besos a Olga (nunca tres ni uno, siempre par) y de ahí partía mientras ponía un “grandes éxitos” de Nina Simone hasta Puerto General San Martin donde tenía su consultorio y estudio de proctología avanzada; en el cordón industrial del departamento de San Lorenzo; a unas pocas cuadras del legendario y conocido Campo de la Gloria, donde se efectuó la gran batalla de San Lorenzo, valga la redundancia. Mientras iba hacia allí pensaba en su proyecto; lo armaba y lo desarmaba mentalmente; ese proyecto, esa idea que lo mantenía en vilo, y podía pensar bastante porque desde donde dejaba a su señora tenía poco más de 30 kilómetros para llegar a su consultorio. Él quería; soñaba; que ya no hiciese falta meter ningún adminiculo; por mas pequeño que sea; en el orificio rectal; menos una falange, falangina o falangeta, dependiendo la ocasión y la profundidad del menester que lo ocupara en ese momento, algo que provoca en absolutamente todos los hombres del universo las ganas irrefutables de no pisar esos parajes de la medicina por nada del mundo. Por supuesto que esto tarde o temprano podía influir, pasarle factura a cualquier varón, pero como siempre, pensamos o nos convencemos de pensar que el presente nos ocupa con el mítico slogan “vive el presente” y en el futuro Dios dirá, vamos dejando que la vida misma se encargue de arrastrarnos de culata a este asunto por demás de incordioso, además el futuro queda lejos ¿no?

—Hay que descartar el cáncer de próstata Don Pedro­– decía Beto

—Si, si, no hay problema; como usted diga doctor; pero el dedo se lo mete en la boca y no en mi culo ¿Se entendió Don Beto? – bramó Don Pedro.

Arisco Don Pedro; arisco Mateo Lacosttra; arisco Maximiliano; ariscos todos. No faltaba quien preguntase por qué carajos alguien había decidido estudiar o perfeccionarse en esa rama de la medicina; como si fuera normal o agradable andar metiendo el dedo; por más enguantado que esté; en el culo de la gente. Pero para Beto era más que un trabajo; era su pasión, daba cátedras en Toronto; subía videos explicativos a YouTube; proponía posibles avances técnicos en asambleas de colonoscopía, etc. Por eso es que no dejaba de pensar; dibujar; escribir en soledad o acompañado de la luna y su divino fulgor; con Mastodonte a sus pies, siempre contento de estar cerca de su amo. Todo esto se le había vuelto una obsesión casi compulsiva, aunque no era raro viniendo de él; eso ya lo sabemos. El Doctor Beto Espósito no iba a claudicar jamás; eso lo sabía; quizás le llevara más tiempo del que estimó podría tardar; pero no iba a bajar los brazos; el público masculino lo llevaría en andas; se necesita un héroe proctológico como él. Hasta que no encuentre la forma de dejar de herir susceptibilidades; orgullos y hombrías, no pararía. Como dice el viejo dicho: De la muerte y de los cuernos no se salva nadie; y por ahora y hasta que Beto se ilumine, del dedo en el recto tampoco.

El amante

El amante de Rodolfo vive en General Acha, provincia de la Pampa; es un gran jugador de ajedrez, pero eso Rodolfo no lo sabe, como tampoco sabe que él es su amante. Suelen verlo por las tardes tomando un brandy y hablando maravillas de Rodolfo para quien quiera escuchar, completamente vestido de chifón y zapatos de punta cuadrada, bien a la moda europea se jacta y sonríe de coté mostrando su perfil izquierdo que él cree, le favorece. Richard, como le gusta que lo llamen, es un gran ser humano; un poquitín mentiroso, algo distraído, bastante mal hablado y muy entusiasta. Le encanta participar en maratones, torneos de truco, saltos banshee, rifas-bingos, té desfiles, cacerolazos, etc. Él siempre dice que estar en actividad lo hace sentirse y verse más joven, y aunque no tiene definida una postura política, dice simpatizar por los “zurdelis” y que cuando se jubile se va a ir a vivir a la Cuba de Don Fidel, obviamente con Rodolfo. No le gusta la tecnología, no usa calculadoras, por eso se maneja con un ábaco para llevar la contabilidad de se fructífero negocio de bonsáis; los hace traer especialmente en submarino, siempre dice que la presión que ejerce el agua los mantiene enanitos y así también, se evita que crezcan; aunque todos saben que no es así, lo dejan hablar, porque Gustavo (así se llama realmente) es un buen tipo. Tiene un localcito al fondo de la galería más importante del centro, y vende bastante, ya que pesifica los precios en vez de dolarizarlos. Exporta mucho a Ciudad del Cabo, Pretoria, Bloemfontein, pero donde más y mejor vende es en Merlo, provincia de Bs As.

—Richard! ¿Cuál es el que más sale? –Preguntan los amigotes. Piensa unos segundos y dice exultante–¡La zelkova japonesa y la fagus crenata las vendo de a miles! –Aunque sinceramente nadie sabe ni se imagina dónde podría guardar la mercadería, ya que el localcito es de dos por cuatro metros; como el compás del tango, dice él. Y así pasa los días el amante de Rodolfo, aunque en la oscuridad de su cuarto la soledad le saque lágrimas y quejiditos casi inaudibles, ya que no quiere que la fulana de la pensión lo escuche. La tristeza lo tapa, lo arropa, le canta despacito y lo deja dormido; mañana será otro día para el amante de Rodolfo.


Destino

E