PortadaePub.jpg

de la piedra al pixel

reflexiones en torno a las edades del libro

Introducción general

Los estudios del libro han desarrollado distintas aproximaciones a lo largo del tiempo, respondiendo a los enfoques de las diversas disciplinas que lo han tomado como objeto de estudio y de las preguntas que se han intentado responder. Hasta el momento se han generado dos tipos de enfoque predominantes para el estudio de la historia del libro: el que podríamos denominar ideológico y el que llamaremos comercial. El enfoque ideológico considera al libro como reflejo parcial de las mentalidades de las culturas donde se desarrolla. Atiende la difusión de textos e ideas, así como reconoce el surgimiento de temas y pensamientos nuevos vinculados con las culturas con las que se contacta. Se centra en las ediciones y en los cambios introducidos por compiladores y editores en los textos originales. Este acercamiento también atiende la traducción, adaptación e imitación de los contenidos de otros textos. En la orientación ideológica se procura examinar ejemplares individuales en busca de subrayados y notas marginales para descubrir la respuesta de lectores concretos, método que usualmente se complementa con estudios biográficos de algunos de ellos. Por último, en este enfoque también se analizan bibliotecas, ventas y subastas de impresos, inventarios de librerías, y listas de suscriptores, ya que estas fuentes revelan parcialmente el tipo de personas que se interesaban en un determinado libro, autor o género. La combinación de estos métodos de trabajo y fuentes acercan la primera orientación en el estudio del impreso a los objetivos que persiguen los estudios de la recepción. El fin último de estos procedimientos de investigación es acortar la brecha entre los libros y la mentalidad de su época, en otras palabras, descifrar los hábitos de pensamiento y los supuestos tácitos de los lectores.

El segundo enfoque que se ha ensayado para el estudio de la cultura escrita, libresca específicamente, es comercial y en él se pone especial atención a la circulación de los libros. Con esta perspectiva económica y cuantitativa, se han elaborado varios estudios sobre el flujo de materiales entre diversas áreas geográficas, incluidos los aspectos de patrocinio.

El enfoque menos explorado, al menos en estas tierras, es el que denomi­naremos material, o siguiendo la corriente francesa el bibliológico, y atiende particularmente el desarrollo, evolución y aplicaciones de los aspectos materiales en el libro: la caligrafía, la iluminación, la ornamentación, la tipografía, el grabado y el diseño de los impresos; la institución de estándares formales, las ilustraciones en páginas, formatos, la variación de los soportes y los acabados. Esta perspectiva examina la recepción de modelos visuales e identifica las adaptaciones e innovaciones en la producción editorial. Evidentemente este enfoque comparte la mayoría de las fuentes y algunos de los métodos de trabajo de los dos anteriormente mencionados, pero a la vez propone nuevos temas, toda vez que procura ver al libro como instrumento singular y propio de la cultura, y lo incorpora y vincula con otras cuestiones y manifestaciones artísticas, así como con otras disciplinas, en particular la historia, la tecnología y los usos de la lengua.

Algunos de los temas que atiende esta perspectiva se relacionan con la edición de textos, el vínculo entre el texto y la imagen, los procesos creativos y productivos asociados a los textos (en particular las relaciones entre autores, tipógrafos, impresores, grabadores, distribuidores, libreros), el patrocinio, comercio y circulación de los textos, y los problemas específicos de la visualización de la lengua y las formas escritas. Al conocer las ediciones es posible aproximarnos al papel de la producción y reproducción de los textos y de las imágenes en la construcción de la memoria histórica.

En los ensayos comprendidos en esta obra, con una amplia mirada internacional, se utilizan modelos teóricos que combinan los enfoques anteriores para el estudio del libro manuscrito, impreso y digital. A continuación detallamos más precisamente el contenido de las secciones de cada una de esas tres grandes eda­des del libro, en las cuales se podrá apreciar la interacción de los enfoques antes citados con los casos de estudio seleccionados.

Como se puede ver en este apartado dedicado al libro manuscrito, el libro es una de las manifestaciones de la cultura escrita que a menudo roza conceptos en un principio menos orgánicos como el de colecciones que, bajo la mirada del investigador, van cobrando un sentido de conjunto y pueden ser analizados como tal. Este carácter maleable es justamente la riqueza de nuestra materia de estudio, en perpetuo movimiento.

***

En términos cronológicos, la etapa más larga en la evolución del libro la ocupa la escritura manuscrita, que se plasmó sobre soportes tan variados como la piedra y el bronce, la corteza de abedul o los soportes blandos de mayor difusión: papiro, pergamino y papel. Heredero de esta gran diversidad es el capítulo dedicado a la revisión de los fenómenos inherentes a la transmisión manuscrita de los textos que presentamos a continuación.

Dedicado específicamente a un momento clave de la cultura medieval, el capítulo “Difusión del texto y criterio editorial: el caso de la General estoria de Alfonso X” nos lleva a un análisis del texto de la General estoria de Alfonso X a la luz de su posterior recepción, mostrando cómo la historiografía universal alfonsí fue valorada, leída y copiada a lo largo del tiempo, con un énfasis que alterna entre los elementos bíblicos y gentílicos, y la relación entre esta recepción y el contexto cultural en la que se llevó a cabo, una serie de elementos que redundan en la pregunta siguiente, relacionada con el trabajo ecdótico sobre el texto: ¿debe intentarse hacer justicia al esfuerzo intelectual del Rey Sabio y sus colaboradores de integrar la Biblia y las fuentes profanas o no habrá más remedio que editar separadamente, de acuerdo con los testimonios manuscritos, lo que originalmente estaba unido? Este acercamiento a una pregunta medular de la crítica textual replantea, en el marco del concepto de “difusión”, las posibilidades y límites de la crítica textual, así como sus funciones en el siglo xxi.

Los artículos de Érik Velázquez García, “Soportes escriptorios previos al libro y algunos de sus métodos de análisis: el caso de los mayas precolombinos”, y de Margarita Cossich Vielman, “Revisitando a Fuentes y Guzmán y su Recordación florida: escritura jeroglífica logosilábica nahua durante el siglo xvii en Guatemala, El Salvador y Nicaragua” exploran, en periodos distintos, el fenó­me­no de la puesta por escrito de las lenguas de dos culturas prehispánicas de Me­soamérica. Para Velázquez García, resulta importante subrayar el hecho de que muchos de los textos jeroglíficos conservados sobre soporte duro muestran implicaciones autorreferenciales, de ahí que se pueda inferir que los mayas los hayan concebido como entidades vivientes, con nombre, identidad y voluntad propia, que estaría en consonancia con las ideas animistas que en aquella cultura se expresan en ámbitos distintos de la vida. Por otro lado, analiza las técni­cas y soportes con los que trabajaban los amanuenses mayas, el reconocimiento social de los escribas y su identificación con los dioses creadores del universo en el momento de su ejecución artística, lo cual, aunado al prestigio de las grafías en sí mismas como elementos de diseño que formaban parte de la cultura visual, explican el significado profundo que para los mayas tenía escribir en piedra, soporte por excelencia de los ciclos temporales y la mejor garantía que imaginaban tener de eternidad y permanencia. Margarita Cossich Vielman, en cambio, analiza los capítulos que Fuentes y Guzmán dedicó en su Recordación florida a la escritura de los pobladores de lo que se conoce hoy como Mesoamérica; propone a partir de allí una reflexión sobre el sistema de escritura y de cuentas que se utilizaba por lo menos hasta finales del siglo xvii entre los pípilas y muestra, mediante comparaciones pertinentes, cómo en las regiones de Centroamérica se usaba el mismo sistema de escritura que el visto en el centro de México en el siglo xvi.

En “Al lasso, fuerça. La convivencia de impresos y manuscritos en la carrera del hebraísta converso Alfonso de Zamora († ca. 1545)”, Jesús de Prado Plumed se centra en la producción de manuscritos de helenística y hebraística de propósito erudito, y en particular en la obra de Alfonso de Zamora; analiza cómo estos manuscritos circularon tanto en España como en el resto de Europa, respondiendo a las necesidades de toda una comunidad letrada, formada en las grandes universidades hispánicas de la época (Alcalá de Henares, Salamanca, Valladolid, Valencia) y conformando un ámbito de comercio artesano altamente especializado. Ello con el fin más general de presentar la posibilidad que un análisis funcional de la producción libraria supone para un estudio más matizado del patrimonio libresco.

Elena De Laurentiis y Ángel Fernández Collado nos llevan, en su artículo “El cardenal Francisco Antonio de Lorenzana y los códices de la Capilla Sixtina en España”, a los trágicos acontecimientos de la ocupación francesa de Roma a finales del siglo xviii, durante los cuales el cardenal y arzobispo de Toledo, Fran­cis­co Antonio de Lorenzana, en su calidad de embajador extraordinario de Carlos IV ante la Santa Sede, logró recuperar 41 códices litúrgicos procedentes de la Sacristía de la Capilla Sixtina y los envió a España con el fin de salvaguardarlos de la maxima in Urbis direptione para después donarlos a la Catedral Primada de Toledo, donde aún se conservan en su gran mayoría. La historia de este hallazgo de códices miniados les permite reconstruir el que fuera uno de los núcleos de manuscritos litúrgicos más importantes y valiosos del patrimonio bibliográfico pontificio y dar a conocer, mediante los ejemplos presentados, un panorama general del estado de la miniatura en Roma entre los siglos xv y xvi, cuando a pesar de la llegada del libro impreso, la producción de esta clase de obras de lujo continuó desarrollándose, sobre todo en la corte pontificia, gracias al mecenazgo de papas y cardenales. Desde el otro lado del océano Laurette Godinas, en su artículo “Los manuscritos autógrafos del siglo xviii en la Biblioteca Nacional de México: un reflejo de la cultura novohispana in litteris”, se centra en el análisis de los manuscritos autógrafos conservados en las bibliotecas novohispanas y, mediante ejemplos de la producción de Juan José de Eguiara y Eguren, Juan Antonio Segura y Troncoso y Cayetano Cabrera y Quintero, subraya el vínculo entre el carácter autógrafo de los textos y el lugar primordial que ocupan en la génesis textual; además pondera, con un intento de tipología, el papel que dichos manuscritos desempeñan en la comprensión de la vida cultural novohispana.

Tras un salto cronológico de siglo y medio, con “Contraste e intersección de la imagen-texto: el espacio crítico entre las edades del ‘Archivo epistolar Efraín Huerta-Mireya Bravo (1932-1949)’” Alejandra Proaño Sánchez nos ofrece una nueva mirada sobre la producción textual del siglo xx, mostrando cómo la construcción de un corpus de estudio a partir de un manuscrito moderno implica la reflexión sobre el dialogismo que ocurre entre variables cuasi invisibles por ser formas de reproducción hegemónica en la cultura. Por ello el proceso de la edición de textos dependerá entonces también de los criterios que se definan entre los intervalos que conforman los diversos formatos por los que transita la versión del archivo original, lo cual implica que la cualidad posmoderna de la lectura se instaure en la condición múltiple y propia del soporte que sugiere un constante desdoblamiento del texto que amenaza la legitimidad del archivo. De ahí que, como concluye la autora, es importante lograr una defi­nición del corpus que privilegie la coherencia interna del texto; es decir, la intención específica que se observa en las características formales de un texto por encima de la coherencia externa o interpretación subjetiva del investigador.

***

“Por qué necesitamos una historia de la lectura científica” es el ensayo de Adrian Johns con el que hemos decidido abrir la sección destinada al libro impreso porque sus reflexiones articulan el campo del libro como producto cultural con el de los modos de leer esas producciones materiales. La historia de la lectura es una de las claves para entender los procesos sociales en general. Cuando las culturas del conocimiento cambian, ese cambio es trazado, formateado, manifestado, y a veces incluso causado por actos de lectura, y son a su vez acompañados y registrados por las innovaciones en la materia y la forma de lectura de los materiales, algunas de las cuales pueden ser radicales y otras sutiles. La investigación de Johns rastrea cómo ha sucedido esa transformación que tiene el potencial de modelar y redibujar radicalmente los conceptos y las cronologías de la propia investigación histórica.

Johns sostiene que ahora es el momento de poner en marcha una investigación que tenga como centro de análisis las prácticas de la lectura de las ciencias. Una de las principales razones para seleccionar ese objeto de estudio es que la historia de la ciencia está en el corazón mismo del conocimiento, en la medida que se dedica a entender las cuestiones de cómo las culturas humanas llegan a conocer lo que saben. Pero una segunda razón es que, en palabras de Lucien Febvre, la historia de la lectura científica —que sirvió para inaugurar la historia del libro en la segunda mitad del siglo xx—, sigue siendo Terra incognita. En este ensayo, Johns aboga por una exploración consistente de este territorio desconocido a la vez que traza cómo sería esa empresa, y sugiere cuáles son las cuestiones más acuciantes que la historia cultural debe iluminar.

Después de ese primer ensayo, un grupo de textos se refiere a los usos de la imagen en las ediciones de diferentes periodos históricos, desde el incunable hasta el siglo xix, se trata de los trabajos de Pintado, Bargellini, Berndt y Esparza. Vanessa Pintado, en su artículo “El impresor Fadrique de Basilea y los grabados de La Celestina de Burgos de 1499” realiza un examen del contexto de las ilustraciones de finales del siglo xv y del uso de los grabados que Fadrique de Basilea hizo en su edición de La Celestina de Burgos (1499), y nos revela prácticas artístico-literarias que colocan al único incunable de la comedia a la vanguardia del nuevo medio de reproducción del libro de molde. Según Pintado, es muy probable que Basilea haya comisionado los grabados de acuerdo con un plan de imprenta con las personas que costeaban la edición, ya que algunos personajes de los grabados de la edición de Burgos están inspirados en los personajes que aparecen en las ediciones de las obras de Terencio, como la de Treschel (Lyon, 1493) o la de Grüninger (Estrasburgo, 1496). Sin embargo en el trabajo se destacan algunos rasgos distintivos que los separan de las ilustraciones de las ediciones de Terencio, a fin de resaltar la labor innovadora y original del grabador anónimo de La Celestina.

A partir del análisis de un álbum del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México que contiene 123 estampas, fechadas entre la segunda mitad del siglo xvi y el año 1700, la mayoría de ellas impresas en Roma, el ensayo realizado por un grupo interdisciplinario integrado por Clara Bargellini, Sandra Zetina, Eumelia Hernández, José Luis Ruvalcaba y Malinalli Wong propone en “Un álbum de grabados antiguos de la Biblioteca Nacional de México” una interpretación de los posibles usos del álbum, su origen y cronología. A partir del estudio material de la obra con herramientas científicas —como las técnicas de imagen (ir, uv) y fluorescencia de rayos x—, y de forma conjunta con la reflexión propia de la historia del arte sobre la iconografía, procedencia y funciones de las estampas, se analizaron los papeles de montaje, la encuadernación, anotaciones, y otras modificaciones, como por ejemplo los colores añadidos sobre ciertas estampas.

En “Instrumentos de propaganda regia y lecturas de lealtad política: los con­te­ni­dos icónico y textual en un impreso novohispano de fiestas de proclamación”, Beatriz Eugenia Berndt León Mariscal toma como objeto de estudio los distintos manuscritos e impresos que ofrecen información referente a las fiestas de inicio de un reinado y sus ceremoniales, en particular el que se produjo en la imprenta mexicana tras los festejos de proclamación de Carlos IV. Destaca en su estudio un opúsculo que sufragó el poderoso gremio de plateros, ilustrado con un grabado de arquitectura efímera, que permite advertir la clara in­ten­ción de difundir ideas sobre el poder y la autoridad de la monarquía española. La ilus­tración se analiza e interpreta aquí como parte integrante del libro, a fin de com­pren­der desde una perspectiva más amplia el fenómeno del grabado libres­co en la Nueva España.

Cambiando de periodo histórico y a través del estudio de la actividad de dos impresores editores, María José Esparza Liberal aborda las transformaciones que sufre el mundo de la imprenta en México a mediados de siglo xix para entender una producción moderna y comercial. En “Andrés Boix y Simón Blanquel, la trayectoria de dos impresores-editores. Transferencias y usos de las imágenes”, Esparza se centra en esas dos figuras muy poco estudiadas y que desarrollan una corta pero intensa actividad. Para ello intenta reconstruir el catálogo de sus publicaciones a través de los anuncios en la prensa y de los ejemplares existentes en bibliotecas, tanto nacionales como extranjeras, con la intención de establecer una biografía de ambos negocios. Analiza los aspectos administrativos y comerciales de esos personajes, lo que permite advertir una constante reutilización de las imágenes, un fenómeno que lleva a la investigadora a cuestionar el propio estatuto de ésta, ya que los grabados y litografías se deslindan del texto y el binomio texto-imagen se fractura, acciones así permiten hablar de un matiz mercantil y un quiebre con la aparente función pedagógica que antes se le atribuía a la imagen.

Un segundo grupo de textos de esta sección aborda los aspectos de la tipografía en el mundo del libro impreso. “De florones y cruces: breve historia del ornamento tipográfico en la edición colonial”, de Marina Garone Gravier, ofrece un primer acercamiento al estudio histórico del ornamento tipográfico utilizado en la edición colonial. En el trabajo presenta los antecedentes y evolución de los ornamentos en los impresos europeos durante el periodo del libro antiguo, describe su relación con la ornamentación en la encuadernación y las aplicaciones comunes que ha tenido en las artes del libro. Tomando como base una amplia muestra de ediciones coloniales, impresas tanto en la capital de la Nueva España como en Puebla de los Ángeles, y que proceden del acervo de la Biblioteca Nacional de México y otros repositorios mexicanos, Garone Gravier hace una tipificación de los diseños, explica los modelos usuales y ofrece una primera periodización estilística, así como propone algunas consideraciones sobre la función que estas piezas tipográficas tuvieron en la edición colonial. El trabajo ofrece información relevante para la historia de los usos editoriales del periodo colonial, la estética del libro antiguo americano y el análisis formal de la materialidad del libro mexicano.

Por su parte, en “Tipografía expresiva en las críticas de José Antonio Alzate a relatos de viajes”, Dalia Valdez Garza identifica algunas prácticas de José Antonio Alzate como escritor y editor bajo el concepto de “oralización del impreso”, derivado de un análisis de los escritos de Benjamín Franklin y de su contexto colonial con sus sociabilidades y prácticas de lectura. Los posibles efectos de sentido en un texto se mediatizan a través de una propuesta de puntuación menos gramatical que el estadounidense utiliza antes que Alzate, para facilitar la lectura en voz alta. El ensayo concluye con ejemplos de tres textos de la Gazeta de Literatura de México (1788-1795), tanto representativos de una epistemología patriótica, como característicos de esta puntuación de oralidad.

Adriana Bastidas Pérez, Hugo Alonso Plazas y Jorge Alberto Vega ofrecen un estudio de las condiciones materiales, sociales y culturales que permitieron la instalación de la primera imprenta de la ciudad de San Juan de Pasto, Colombia, en 1831. En “La Imprenta Imparcial de Enríquez: artesanía y tipografía en el sur­occidente colombiano del siglo xix” analizan el contexto cultural en el cual se instaló el taller, las características de sus tipos, los procedimientos de impresión y el repertorio editado. El ensayo aborda la recepción de las obras por los grupos artesanales locales y nacionales que tomaron la producción de la im­pren­ta como símbolo del pensamiento político liberal de mediados del siglo xix. Se hace especial énfasis en la artesanía como oficio y como práctica social dado que permite comprender el mecanismo de traslación y adopción del artefacto y la apropiación de la imprenta como agente de cambio social para la ciudad.

Además de las imágenes y la tipografía, existen otros aspectos del libro que permiten su estudio material, como por ejemplo los inventarios de libreros y las encuadernaciones mismas. En el primero de los casos, Manuel Suárez Rivera reflexiona que usualmente los investigadores que se han acercado a los inventarios de libros novohispanos, tanto de bibliotecas como de librerías, han ignorado la materialidad de los volúmenes y, por tanto, omitido información relevante que permite una comprensión integral del objeto de estudio. Por ello en el texto “Hacia una comprensión material de los acervos novohispanos a par­tir de la librería de Cristóbal Zúñiga Ontiveros, 1758 o de por qué el tamaño im­por­ta”, destaca la necesidad de incluir los aspectos materiales de los libros en los análisis de los catálogos de librerías, ya que es precisamente ahí donde se encuentran algunas de las causas que determinaron la dinámica de su comercio. Tomando como ejemplo un inventario de la librería de Cristóbal de Zúñiga y On­tiveros, puede determinar incluso el espacio real que ocuparon sus libros y ex­pli­car algunas peculiaridades de una de las empresas dedicadas al comercio del libro más visibles de la etapa final de la Nueva España.

Por lo que toca a las encuadernaciones, Ana Utsch establece la relación y aná­lisis de los diferentes métodos de encuadernación diseñados en torno a la obra de Victor Hugo. En Nuestra Señora de París: encuadernación, literatura y arqui­tec­tura en la Francia del romanticismo”, resalta las relaciones entre la materialidad de los libros, la literatura y la arquitectura en Francia en el siglo xix. Inscritos a la vez en la cultura editorial, literaria y visual, la encuadernación define campos de difusión y recepción independientes, que tienen en común el hecho de re­cla­mar, a su manera, su pertenencia al mundo de las letras. Mientras que la cons­trucción de una nueva superficie de la imagen basada en el diálogo que se establece entre la textualidad y materialidad, la tridimencionalidad de las encuadernaciones que contienen la famosa obra de Victor Hugo también reclama la importancia simbólica con que está “cargada” la catedral de París.

Entrando en la materia de los modos de producción, representación y consumo de los diversos tipos o géneros textuales y sus implicaciones en la materialidad libresca, podemos encontrar los ensayos de Bello, Vieyra, Cortés Bandala y Hernández Pérez. Bello nos introduce al mundo particular de las lecturas escolares que se utilizaron en las escuelas de primeras letras de la monarquía hispánica, y que luego pasaron al México independiente. En su trabajo titulado “De la biblioteca del rey al uso de los niños. Libros en las escuelas de primeras letras de la ciudad de México (1771-1867)”, Bello explica qué se entendió por primeras letras, cuáles fueron los soportes textuales para su transmisión y cuál fue su vínculo con la Real Biblioteca fundada por Felipe V. A la luz de dicha enseñanza, Bello describe las trayectorias editoriales de un corpus de ejemplares de dos libros elementales: el Catecismo histórico y El amigo de los niños, ambos producidos por libreros-impresores de los siglos xviii y xix, en España, México y Francia.

“El periódico como precursor del libro: el caso de los ‘San Lunes de Fidel en La Colonia Española (1879)’”, de Lilia Vieyra Sánchez, aborda un objeto libresco que por su forma de fragmentación y presentación al público comparte el espacio de la prensa periódica. Los folletines y ediciones literarias de periódicos del siglo xix constituyeron el material con el que se confeccionaron libros que los lectores podían adquirir de acuerdo con la medida de sus posibilidades de compra. En el folletín de El Siglo Diez y Nueve se publicaron durante el año de 1878 los cuadros de costumbres que Guillermo Prieto tituló “San Lunes de Fidel”. Posteriormente, aparecieron en la edición literaria de La Colonia Española, los cinco primeros meses de 1879. El artículo se ocupa de destacar las características tipográficas de estos materiales y su trascendencia en la elaboración de libros.

La sección de este libro dedicada a la producción impresa cierra con dos ensayos que abordan cuestiones relativas a los géneros editoriales y las propuestas librescas paradigmáticas. Yazmín L. Cortés Bandala analiza la estructura y evolución de las ideas editoriales de José Vasconcelos quien durante su gestión como rector de la Universidad Nacional y posteriormente, como fundador y primer titular de la Secretaría de Educación Pública, creó, organizó y apoyó una campaña oficial que intentó democratizar el libro impreso entre todos los sectores de la sociedad. “Domar al caballo que conquistó Troya. Los Clásicos Verdes de José Vasconcelos rumbo a su primer centenario” estudia la relación entre el paradigma de la promoción de lectura y el intento fallido o fracaso estrepitoso de las políticas culturales del Estado mexicano. El proyecto editorial de los clásicos verdes implicó la primera infraestructura nacional en materia editorial que permitiera producir y distribuir diferentes tipos de publicaciones a gran escala.

Finalmente en “¿Por qué queremos tanto a la Ilustre familia?”, Luis R. Hernández Pérez hace una revisión de la que comúnmente se considera la obra maestra, tipográficamente hablando, de Francisco Díaz de León: la llamada Ilustre familia (1954). Perfeccionista y ortodoxo, este artista hidrocálido fundó en 1925 una nueva etapa en el diseño y la edición de libros en México, en la que la estética del grabado jugó un papel fundamental. En el ensayo se analizan algunos de los autores que participaron del canon que construyó Díaz de León como tipógrafo autodidacta, y se intenta vislumbrar la manera en que estas reglas de diseño operaron en la pieza. Con esos y otros elementos se da una respuesta a por qué este libro es considerado uno de los hitos de la bibliografía mexicana del siglo xx.

***

En comparación con manuscritos e impresos, la trayectoria del libro electrónico es relativamente corta, pero no por eso menos rica ni interesante. Nos en­con­tramos en un momento histórico comparable al impacto del cambio de la oralidad a la escritura o al de la imprenta en la cultura escrita. Ante esta situación mucha de la discusión ha girado en torno a miradas apocalípticas de la desaparición del libro o posturas polémicas que proclaman los méritos de un medio sobre el otro. Gran parte de estas discusiones se llevan a cabo desde posturas emocionales, románticas o nostálgicas con poco trasfondo crítico o empírico. Ante cambios perturbadores es lógico que muchos de los actores dentro del ámbito editorial, desde autores, editores, publicistas, hasta bibliotecarios y libreros, se sientan desconcertados por un futuro incierto. Si bien el término libro electrónico puede entenderse de una forma muy concreta, en particular los epubs, nosotros hemos utilizado una acepción más amplia, en parte para guardar el paralelismo con las otras dos secciones pero sobre todo buscando incorporar no sólo libros digitalizados sino también nuevos tipos de publicaciones que nos obligan a reflexionar y cuestionar los límites mismos de nuestra definición de libro.

José Luis Gonzalo Sánchez-Molero llama ese desconcierto “el síndrome de Trithemius” en referencia al famoso erudito alemán que en 1493 escribió un tra­ta­do en defensa de los manuscritos argumentando que el arte de la transcripción sobre pergamino era superior al libro impreso en papel. En él, Johannes Trithemius argumenta que el libro impreso no permite la adecuada comprensión de los textos, ya que la transcripción requiere que el monje estudie con detalle el texto mientras que la producción del texto por medios móviles es más barata y rápida pero no permite la misma asimilación del contenido. Resalta, por supuesto, la belleza del tacto del pergamino y las ilustraciones y el cuidado en la elaboración de cada uno. Estos argumentos, prosigue Sánchez-Molero, son muy parecidos a muchos de los discursos de intelectuales notables de nuestra época que arremeten en contra del libro electrónico. En el fondo, sin embargo, “a Trithemius le preocupaba que el libro impreso supusiera el fin de la autoridad intelectual que él representaba”. El libro electrónico no es sólo un cambio en el formato de soporte, sino un cambio del status quo de la trasmisión de la cultura escrita.

Sobre estas mismas líneas Isabel Galina, en “Retomando el significado de la publicación en un ambiente digital”, explora el impacto del libro electrónico argumentando que mucha de la discusión en torno a las publicaciones digitales se ha enfocado principalmente en los aspectos técnicos y prácticos del nuevo formato, obviando el efecto que ha tenido en los diversos actores de la cadena de producción editorial y los cambios que ha producido en los canales y dueños de difusión y preservación de la cultura. Analiza críticamente, desde una perspectiva sociocultural, el efecto del libro electrónico, y cómo impacta sobre nuestra noción de qué es publicar y qué constituye una publicación en un ambiente digital en línea.

Los estudiosos de la historia del libro han contribuido a entender cómo las características formales y materiales del libro impactan y posibilitan la formación de los textos y sus formas de distribución y comercialización. En el capí­tulo “Leer en el siglo xxi: e-books, e-culture, e-tcétera…”, Alejandro Bía nos presenta un análisis de la evolución tecnológica, tanto del hardware como del software y el impacto y la relación que tiene con la lectura y la cultura; para el caso del libro electrónico, ofrece un recorrido por los cambios tecnológicos de los últimos años, desde los soportes físicos (computadora personal, dispositivos móviles y lectores de libros electrónicos) hasta el software o los soportes en los cuales está elaborado el libro. En particular, nos hace una interesante presentación de los metadatos y los lenguajes de marcado, con especial énfasis en su tra­bajo para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes y con el estándar interna­cional para el marcado de textos Text Encoding Initiative (tei). De esta forma esboza los distintos elementos que actualmente componen el libro electrónico.

Estos elementos —el dispositivo de lectura, el software o el formato en el cual está elaborado, los metadatos— y otros más se encuentran todavía en un periodo de transición. En este aspecto todavía no hemos llegado a la estandarización del libro electrónico ni a normas editoriales definidas. Esto dificulta enormemente la tarea de definir qué es un libro electrónico. Aunque mucho han argumentado que un libro electrónico es igual que un libro impreso y lo único que cambia es el formato, Ana Elisa Ribiero, en “Algunas (in)definiciones del libro en la era digital”, hace una comparación entre las distintas definiciones de libro, busca alinear los criterios que normalmente se incluyen en la descripción de éste y reflexiona sobre los cambios que se han producido y cómo impacta en encontrar una definición del libro electrónico aunque ésta no sea definitiva.

La tecnología o más bien dicho, las tecnologías que permiten el libro elec­tró­ni­co continúan evolucionando. Al igual que los primeros libros impresos por tipos móviles trataban de imitar el manuscrito en su forma, de la misma ma­nera podemos observar como muchos de los desarrollos de libros electrónicos han buscado imitar la forma del libro impreso, manteniendo, por ejemplo, el acomo­do en página e imitando el concepto de “hojear”. En su capítulo “Publicacio­nes con valor en el medio digital”, Alí Albarrán argumenta que actualmente el autén­tico reto es cómo adaptar los contenidos en los nuevos formatos electróni­cos. Es decir, crear nuevos tipos de libros aprovechando cabalmente el formato electrónico principalmente sobre dos ejes: el elemento material y el elemento in­ma­terial. Las ediciones impresas, en su materialidad, contemplan el papel, la pas­ta, el encuadernado y a su vez el elemento inmaterial, el texto. Albarrán argumenta y presenta los diferentes aspectos por el cual el libro electrónico presenta no sólo un cambio de soporte, sino también cambios en las reglas de edición.

“La lectura que se asoma en las aristas”, el capítulo de Camilo Ayala, describe cómo los libros electrónicos no sólo cambian las reglas de edición, sino que también impactan en las posibilidades de creación y expresión y de acceso a los contenidos, así como de los derechos autorales, y argumenta que la frontera entre autor y lectura se difumina. En el ciberespacio interconectado se multiplican las posibilidades de escritura y el hipertexto abre el camino para nuevos tipos de escritura y lectura. Es decir, no sólo estamos viendo un cambio en el soporte, sino que el texto mismo tal como es tratado por el autor y también por el lector cambia radicalmente.

A partir de un caso concreto, “Orsai”, Elika Ortega en su texto “Interhistorias: narrativa intermedial y metaficcionalidad en la nueva ecología de medios” explora en profundidad los cambios que sufre la narrativa, que se atomizan en distintos medios y plataformas. Estas interhistorias, como las denomina la autora, tienen una estructura de red en donde el lector ha llegado a ocupar un lugar protagónico e incluso afecta la materialidad y el contenido de la historia.

Por último, en “La bibliografía moderna en el siglo xxi y un modelo para armar: una biblioteca digital de raros y curiosos en México”, Pablo Mora se concentra en estudios más específicos del libro electrónico desde la bibliografía moderna. Mediante una selección de la producción impresa de los siglos xix y principios del xx para su incorporación en una biblioteca digital, el autor argumenta sobre la ampliación de la noción de lo “raro y lo curioso” a partir de su cambio de estado material.

LIBRO MANUSCRITO

Difusión del texto y criterio editorial: el caso de la General estoria de Alfonso X

Pedro Sánchez-Prieto Borja*

la difusión como marco interpretativo para la historia de los textos

Hace ya algunos años proponíamos un nuevo marco interpretativo para la his­to­ria de los textos bajo el rótulo de “difusión”, y lo aplicábamos a obras literarias de diversa naturaleza, dentro de las cuales considerábamos entonces más adecuadas para esta línea de análisis los textos poéticos;1 entre ellos mostrábamos como paradigmático el caso del Cancionero de Hernando del Castillo (Valencia 1511 y 1514), magistralmente editado por González Cuenca.2 El concepto de di­fu­sión parte de la idea de que ésta precede a la transmisión, en el sentido de que el acto concreto de copia que da origen a la transmisión es consecuencia de un conocimiento e interés previo por el texto, y esa idea previa condiciona el modo en que éste se copia.3 La aplicabilidad a los textos en verso dependía de la fuerte conexión entre génesis y recepción que imponían el ritmo y la rima, como ele­men­tos configuradores del marco textual característico de cada poema. De esta suerte de círculo que envolvía al poema y a su lector, el texto podía salir modificado, pero como el lector/copista había interiorizado su estructura versal introducía muchas modificaciones que pasaban a ser constitutivas del texto mismo, en una suerte de recreación constante que los textos de transmisión oral ejemplifican mejor que ningún otro.4 De ahí la dificultad de identificar los erro­res de copia en poesía, has­ta el punto de obligar incluso a revisar el concepto mis­mo de transmisión para ésta. No porque no exista en ellos la voz autoral, sino porque la del copista se sola­pa con ella, se “acopla”, y produce así “interferencias” que dificultan, si no impi­den, distinguir ambas.5 Por ello la crítica tex­tual aplicada a la poesía es casi siempre un ejercicio más difícil y arriesgado que la que opera con textos en prosa.6

La difusión precede a la transmisión, en el sentido de que crea un contexto para copiarla. Una obra literaria no se copia si no se ha oído hablar de ella an­tes, si no ha creado unas expectativas.7 Todo acto de copia se hace para satisfacer un de­seo de ampliar el espacio cultural, científico o artístico, ya primen el de­lei­te o la utilidad, el aprendizaje, el interés científico, jurídico o de cualquier otra ín­dole.8 Esto no quiere decir que quien copia o encarga una copia de una obra se haga una idea cabal de ésta. Antes al contrario; lo que podemos suponer es que una vez fue­ra del espacio autoral, el texto será visto, pensado, creído, ima­ginado y aun leí­do de manera parcial, sesgada (sin que haya que dar un valor negativo a la pa­la­bra). Precisamente, este accesus es lo que convierte a la tradición textual en “ca­rac­terizante”, lo que la distancia del texto del autor para darle sentidos nuevos, y, a su vez, lo que limita o siquiera dificulta las posibilidades de la crítica textual.

La historia del texto es muchas veces un continuo en el que la fase autoral y la difusión no se separan con facilidad a nuestros ojos. Al fin y al cabo, el códice “acomuna” en la fase genética lo que tal vez nació de manera separada y aun in­de­pendiente. El Lapidario de Alfonso X transmitido por Esc. h.I.15 es presen­tado y estudiado como una “obra”, un texto unitario. Y, sin embargo, es bastante probable que su génesis fuera plural, pues se habrían encuadernado bajo un mis­mo cuerpo tres manuscritos de diferente factura, letra e intención. Al edi­tarla con­jun­ta­mente bajo los tipos de la imprenta de hoy no hacemos sino lo que los copistas medievales, unir lo que tal vez fue diferente en su origen.

Aquí proponemos aplicar el concepto de difusión para a) entender la transmisión de un texto en prosa, la General estoria (ge) de Alfonso X, b) interpretar el sentido o sentidos de su recepción, constante o cambiante a lo largo del tiempo, y c) alcanzar consecuencias acerca de la actitud y posibilidades editoriales. La ge se presta a ello por su complejidad como obra historiográfica, y es el ca­rác­ter po­lié­drico de la misma el que explica su compleja historia textual.9

la general estoria como texto

La Biblia no es un libro; es una biblioteca. Fue creada a lo largo de 10 siglos, y los textos que la componen sufrieron un proceso de revisión, como se aprecia en las secciones históricas (p. ej., Reyes 1-4), que se gestarían como una crónica real, pero que acabarán integrando la revisión deuterocanónica, de visión diametralmente opuesta. Salomón es presentado como sabio y justo, o como idólatra y cruel. El de la Biblia es un caso extremo que ilustra cómo el concepto de libro en Occidente permite integrar estratos de texto muy dispares.

Muy otro es el proceso elaborativo en la ge. Vista a la luz del concepto de obra, sorprende su concepción unitaria, las líneas básicas que la sostienen, su sólida articulación interna. Pero dentro de esta sorprendente unidad, no faltan algunas quiebras, como no podía ser de otra manera dada su envergadura y dilación en el tiempo.10 La utilización de fuentes muy distintas por contenido y estilo y el diferente modo en que son utilizadas contribuyó a esta diversidad. La decisión de acudir a la Biblia como guía no es el resultado de una exigencia insoslayable asumida pasivamente. Lo sería así si el objetivo hubiera sido confeccionar una Biblia historial. Por el contrario, hay una voluntad y convencimiento firme de leer la Biblia antes como un texto historiográfico que doctrinal, al contrario de lo que sucedió después.11 De acuerdo con esto, en la ge se armonizan los libros bí­bli­cos de distinta naturaleza, aunque no se pretende una integración absoluta. La familiaridad con el Antiguo Testamento permitía ver éste como un relato po­lifónico de una misma historia, la del pueblo hebreo, pero en una grandísima medida también la de los pueblos que entraron en contacto con éste, cuyo peso ya había amplificado mucho la exégesis de la Vulgata. La conciencia alfonsí de esta naturaleza de los libros bíblicos tiene como consecuencia tratamientos muy diversos, que se aprecian en el plano de la formulación textual y en los patrones estilísticos, con consecuencias sintácticas. Leída por segmentos la impresión es de diversidad; leída íntegramente resalta su unidad.

La tarea de acoplar la Biblia al plan historiográfico no es la única a la que tienen que enfrentarse los alfonsinos. La intención de integrar fuentes dispares y aun contradictorias se percibe mejor en las secciones profanas. Al fin y al cabo, a los hechos bíblicos se habían aplicado cronologías exhaustivas, lo que facilitaba su articulación, mientras que había discrepancias en las sincronizaciones de los acontecimientos relativos a los gentiles respecto de la Biblia. Un caso es el de la guerra de Troya, que Eusebio y Jerónimo sitúan en la judicatura de Labdón, mientras que Godofredo de Viterbo la retrasa al reinado de David. Esta razón, más el deseo de armonizar las proporciones entre las partes, escinde el relato de Troya entre la Segunda y la Tercera.12 Pero veamos más de cerca cómo se integran materiales tan distintos en el relato historiográfico alfonsí.

En primer lugar, ha de subrayarse la diferencia entre historia universal y nacional, pues no pueden medirse las dos con los mismos patrones. Para empezar, de ésta puede decirse que configura un género, cuya evolución en la Castilla medieval ha sido ampliamente estudiada. En cambio, ni lo uno ni lo otro puede decirse de la segunda, pues sus representantes en latín y en romance se caracterizan por su heterogeneidad.13

Los textos integrados difieren por su contenido y por estilo. Pueden estable­­cer­se dos escalas, que se conectan entre sí: a) pertinencia historiográfica y b) es­ti­lo narrativo. En cuanto a la primera, la historia gentil puede verse, en parte, como una prolongación de la bíblica, como una amplísima glosa, pues en los orí­ge­nes de la lectura judía de la Biblia está ya la integración de lo gentílico. Más di­fí­cil nos parece el encaje de los conocimientos enciclopédicos, según se de­duce de las justificaciones alfonsíes sobre su inserción y de los límites a su desa­rro­llo.14 Responde ello a un patrón alejado de la crónica, centrada en el relato de los acon­te­cimientos “políticos”, acaecidos a los notables. En la ge el concepto de his­toria incluye la atención a las curiosidades culturales, antropológicas, que casi conforman una “historia social”. Es ésta una vía para la superación de la dico­tomía bíblico/profano, en tanto la historia gentil es desarrollo natural de la Bi­blia. El Antiguo Testamento ha de atender necesariamente a todos los pueblos con los que se relacionan los hebreos; por ejemplo, el relato de estos en Egipto obliga a llevar “la cuenta” de los faraones, cuya historia se amplifica gracias a las fuentes árabes. Y así la historia del pueblo hebreo llega a ser historia del territorio. Moisés pasa el mar Rojo pero, ¿qué fue de los egipcios tras esto? Su ejército pereció en las aguas; el rey, los nobles, los hombres de armas, sus escuderos, murieron aho­gados. El “pueblo menudo”, privado de sus señores naturales, ¿cómo se las go­bier­na? Alguien preocupado sólo por lo bíblico, por el pueblo hebreo, no se haría seguramente estas preguntas. Alfonso y sus colaboradores sí, y quieren contestar.15

La Biblia no se sigue por ser un texto “sagrado”. Ha sido la visión propia de los países católicos, que ve en ella una obra doctrinal, la que ha impedido fijarse en sus valores históricos y literarios. Cuando se habla de los orígenes de la narra­­ti­va occidental, ¿no hay que mencionar, por ejemplo, el libro de Tobías? Tiene to­dos los ingredientes: viaje, aventuras, peligros, animales extraordinarios, remedios mé­di­cos, encuentro entre parientes, espera, intervenciones diabólicas y de los ángeles, sexo, amor entre esposos, amor filial, introspección psicológica. Su inserción en un texto historiográfico le confiere un valor nuevo que los modos narrativos alfonsíes, frente a los más austeros de la Vulgata, aciertan en resaltar. Creo que los alfonsinos están entre los primeros en darse cuenta de las posibili­dades “novelísticas” de la Biblia.

El patrón estilístico-sintáctico alfonsí es fácil de establecer, y sería el deno­mi­nador común a las cinco partes conservadas. Se caracteriza por el periodo largo, sintaxis nexiva, estructura parentética y desplazamiento hacia la izquierda. No es éste, sin embargo, el único patrón, debido a los condicionamientos que imponen los modelos seguidos. Los textos poéticos (Cantar de los cantares y Salmos de la Tercera Parte) tienen un estilo muy diferente, con predominio de la parataxis, y en el plano textual hay ausencia casi absoluta de glosas; éstas están presentes en los sa­pien­ciales (Proverbios, Sabiduría y Eclesiastés), pero en estilo con escasa hipota­xis, en el que dominan las estructuras paralelísticas y quiásticas. El edificio está, pues, construido sólidamente, pero no dejan de percibirse las piezas que lo integran.

la general estoria como objeto de estudio

Todo tiempo, todo personaje histórico, ha tenido su leyenda negra. El “elogio de España” de la llamada por Menéndez Pidal Primera Crónica General la presenta “afincada en estudio” (Esc. X.I.4 7v), pero no en todas las épocas se ha valo­ra­do el saber de la misma manera. Es conocido el juicio del padre Mariana sobre Alfonso el Sabio de que “de tanto mirar al cielo se le cayó la corona”. La leyenda negra empieza en la época de Sancho IV, y entre los hombres de iglesia causaría estupefacción una obra como el tratado de “Astromagia” contenido (hoy sólo en 36 folios) en el Ms. de la Biblioteca Vaticana Reg. lat. 1283a, que incluye invocaciones a los planetas,16 o el tratado de magia negra que anuncia el índice del Libro de las formas e imágenes que son en los cielos conservado en el Ms. Esc. h.I.16. Incapaces de entender la apertura científica que representaban obras como éstas, y en el fragor de la batalla sucesoria, los obispos denuncian a Alfonso X ante el papa, y éste lo acusa en el Memoriale secretum de establecer un “novum ordinem seu religionem”.17

No puede decirse que la General estoria haya gozado de grandísima fortuna entre los estudiosos de la literatura española.18 En su historia de la literatura es­pa­ñola, Alborg19 muestra una actitud poco entusiasta hacia la obra de Alfonso X: “Entiéndase que la gran tarea del monarca no es original, sino en lo que atañe a los problemas de la lengua. Los sabios musulmanes y judíos le traducían los textos árabes y hebreos, donde a su vez se había recogido la casi totalidad de la cultura griega, y el monarca los seleccionaba y hacía escribir, o escribía él mismo, en castellano” (si creyéramos a este autor, la tarea no podía ser más sencilla, y a cualquiera podía ocurrírsele). La “maldición” de Alfonso X20 consistió más bien en tener estos críticos: “si las copulaciones son torpes, en cambio en conjunto se percibe la encantadora sencillez de las frases o la rotundidad y la fluidez de las expresiones” (ibid. 156). Reconoce, eso sí, que “Alfonso realiza el mayor esfuerzo historiográfico de la Edad Media”.21General estoriaxx