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Derrida

Derrida

Estudio preliminar y selección de textos de
Gabriela Balcarce

Derrida, Jacques

Derrida / Jacques Derrida ; comentarios de Gabriela Balcarce ; compilado por Gabriela Balcarce ; dirigido por Lucas Soares. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2016.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online
ISBN 978-950-556-685-3

1. Filosofía Contemporánea. I. Balcarce, Gabriela , com. II. Balcarce, Gabriela , comp. III. Soares, Lucas, dir. IV. Título.

CDD 194

Diseño de tapa e interior: Margarita Monjardin

©2016, Gabriela Balcarce

©2016, Queleer S.A.

Primera edición en formato digital: julio de 2016

Digitalización: Proyecto451

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ISBN edición digital (ePub): 978-950-556-685-3

A mi abuela Negra, que me enseñó la hospitalidad del día a día.

In memoriam

ESTUDIO PRELIMINAR

I

LA REVUELTA DERRIDEANA

Cuando leemos estas páginas, nos enteramos de lo que no llegamos a saber: que el hecho de pensar no puede dejar de ser trastornador; que lo que hay que pensar es, en el pensamiento, lo que se aparta de éste y se agota inagotablemente en éste; que sufrir y pensar están ligados secretamente.

Maurice Blanchot (1)

Vivimos en un mundo regido por el principio de lo mismo, de la igualdad, del “todos somos iguales”; sin embargo, la cuestión de la igualdad parece no haber sido entendida como una igualdad actual, sino en potencia. La igualdad deviene, así, en desigualdad y en igualación; bajo la máscara de la integración pacífica, nos encontramos con el fenómeno de la asimilación y, por tanto, de la neutralización de aquellos que son diferentes, que no constituyen las formas de vida preponderantes en el trazado geopolítico de nuestras sociedades occidentales.

La historia parece confirmar, en más de una oportunidad, esta operación allí donde un grupo de hombres invade otra comunidad bajo el argumento de ayuda, de solidaridad con quien “no es aún civilizado”, con quien aún no pertenece a la comunidad que posee la fuerza suficiente para imponer como mejor su forma de vida y su modo de entender el sí-mismo y el ser-con-otros, esto es, el ser en comunidad.

La condición de argelino, de extranjero de una ex colonia en el país imperial, y de judío, no ha sido, para la vida de Jacques Derrida, un elemento sin significado. Por el contrario, el itinerario personal de este autor comienza y se enraíza en las vivencias ocasionadas por ser diferente frente a la universidad francesa, frente a una sociedad europea antisemita. La exclusión, la segregación, son para Derrida preocupaciones centrales de su pensamiento, y constituyen, quizás, el soporte vital de una revuelta que, no obstante, fue mucho más que el mero repudio a las políticas de la tolerancia y de la inclusión. Incluso allí donde Derrida podría haberse convertido en el profesor-especialista, para repetir y cuidar los umbrales de lo que se consideraba “la práctica filosófica”, nuestro autor insistió, una y otra vez, en hacer foco en los márgenes y, en ese sentido, en pasarle el cepillo a contrapelo a la historia de la filosofía. (2) Y es por ello que, aun cuando en su madurez Jacques Derrida haya sido uno de los filósofos más significativos de nuestro tiempo, dado que su impacto ha sido realmente notable (y no sólo en el terreno de lo filosófico), nunca abandonó esta primera condición de sensibilidad hacia la precariedad y vulnerabilidad de las minorías, hacia aquellos que no pueden ser simplemente integrados a un conjunto; en una palabra, hacia el disenso de lo diverso. Por supuesto, ello tuvo consecuencias concretas sobre la estima de la práctica filosófica derrideana. En el Time de Londres, el 9 de mayo de 1992, aparece una carta que lleva la firma del filósofo inglés Barry Smith, y que está refrendada por otros colegas:

La Universidad de Cambridge deliberará el 16 de mayo sobre el otorgamiento de un doctorado honoris causa a Jacques Derrida. Como filósofos y otros estudiosos que sienten interés por la destacada carrera de Derrida a lo largo de los años, creemos necesario echar alguna luz indispensable acerca del debate público suscitado al respecto. Derrida se describe a sí mismo como un filósofo; y sin duda sus escritos presentan algunas de las características de los escritos de esa disciplina. De todos modos su influencia se ejerció, en un nivel elevadísimo, casi únicamente en ámbitos externos a la filosofía: en departamentos de cine, o de literatura francesa o inglesa. Bajo la mirada de los filósofos, e indudablemente entre quienes trabajan en importantes departamentos de filosofía de todo el mundo, el trabajo de Derrida no se adecua a los estándares aceptados de claridad y rigor.

La cuestión de la alteridad invita a pensar la filosofía desde un foco diferente al de la tradición; desde los márgenes y las aporías, es decir, desde tensiones que no son resolubles, ni dialectizables; que no pueden ser englobadas en un conjunto más vasto, sin que ello constituya un resto o pérdida. Y esa diferencia puede hallarse en la escritura derrideana, ciertamente difamada por los horrorizados scholars (especialistas) de ciertos institutos de filosofía; más precisamente, en su textualidad, controvertida para los modos de escritura y de organización textual académicas. Polémica también fue su manera de vincularse interdisciplinariamente: Derrida no tuvo temor de ir a buscar a la literatura y a otros campos de producción cultural elementos para elaborar sus reflexiones.

También cabe mencionar la materialidad de las obras derrideanas: libros con una hoja suelta que se ruega adjuntar, u hojas que se extienden más allá de la longitud del libro en su formato físico, es decir, formatos inesperados para el objeto libro tradicional. Y lo mismo sucede con el interior de ellos: como desde una extraña tradición talmúdica, las páginas de los libros derrideanos se comparten con otros textos, dispuestos de diferentes formas. En “Circonfesión” (1993), el texto derrideano se encuentra elaborado a partir de notas al pie de página, mientras que el cuerpo principal ha sido escrito por Geoffrey Bennignton. En La hospitalidad (1997), Derrida escribe en las páginas del derecho, y Anne Dufourmantelle en las del revés, entre otros ejemplos.

De allí podemos establecer algunas de las líneas críticas de Derrida ya desde un comienzo: en primer lugar, la importancia por la temática del otro (del respeto y la afirmación del otro); en segundo lugar, una fuerte crítica a la idea de tolerancia, a la cual contrapondrá la idea de hospitalidad absoluta, incondicionada. Tercero, la tarea de deconstrucción del sujeto moderno y, por tanto, del modo de concebir sus relaciones con los demás, con aquellos que son diferentes de éste, y también, el modo de pensar la comunidad. Por último, la importancia de repensar las instituciones a la luz de este pensamiento de respeto a la alteridad.

La preocupación por la temática del otro, por su respeto y por la afirmación, aceptación y reconocimiento de la irreductible diferencia que desborda los límites de lo normal, del reino de lo Mismo, ha sido el blanco sobre el cual la deconstrucción ha hecho foco de manera insistente a lo largo de la producción filosófica derrideana.

El extranjero frente a la patria, frente al hogar, a la casa propia y todo lo que no es familiar; el extranjero que habla la lengua del colonizador. Su propia lengua no le es propia. Los espectros, que desbaratan el tiempo lineal y homogéneo de la existencia, que habitan el duelo infinito de las comunidades, de sus historias –aquellas que fueron contadas y aquellas que han quedado bajo la alfombra– (re)aparecen, una vez más, de modo inesperado, interpelando nuestro presente, aquí y ahora.

Recibir a los otros como otros, aunque parezca imposible, parece ser la praxis filosófica derrideana o, al menos, una de sus apuestas relevantes. Pensar la aporía de la comunidad de los que no tienen comunidad, de los que no pertenecen y, sin embargo, ponen en cuestión el modelo de la comunidad pensada desde la pertenencia. Como señalaba el poeta Edmond Jabès, la singularidad es por sí misma subversiva. (3)

El extranjero, el espectro, la comunidad de los que no tienen comunidad: en cada una de estas figuras nos encontramos frente a la deconstrucción de la figura del otro como un alter-ego, como otro igual a mí, un prójimo. Y, por ello, la importancia de su aceptación y su respeto. Por ahí discurre la revuelta derrideana: por la insistencia en repensar la filosofía, heredarla y con ello, repensar las instituciones a la luz de este pensamiento de respeto a la alteridad. Porque la temática de la diferencia y de la alteridad surge de allí, del fracaso de los conceptos y de las instituciones modernas que piensan al hombre en términos de igualdad.

1- Blanchot (1995: 49).

2- Benjamin (2009b).

3- Jabès (2000: 37).

II

DECONSTRUCCIÓN Y CRÍTICA

Junto con otros contemporáneos, Derrida se inscribe en el camino de la crítica de la historia de la filosofía tradicional, esto es, del modo en que la filosofía se ha estructurado –más allá de las diversas variantes– en la remisión a un fundamento último. En este sentido, continúa las críticas nietzscheanas y heideggerianas acerca de la filosofía tradicional como un “monótono-teísmo” (Nietzsche), allí donde la monotonía de un mismo esquema se repite una y otra vez. El fundamento se presenta (o, mejor dicho, se revela) al pensamiento como el descubrimiento de un cimiento atemporal que opera como principio de lo existente. El estatuto platónico de lo inmutable permanece en estos pensamientos, y consagra, de este modo, al fundamento como una suerte de “teísmo”, de adoración al Theós (Dios) desde el cual todo aquello que pertenece al mundo finito debe regularse.

En la misma dirección, Heidegger habla de la historia de la filosofía como “onto-teología”, es decir, como la historia del pensamiento que se sostiene y fundamenta a partir de la separación de un determinado ente que ocupa el lugar del Theós. Una teología de un ente supremo que, a juicio de Heidegger, oblitera el carácter histórico del pensar.

Frente al estancamiento de un pensamiento binario, dicotómico, que encarna la aristocracia de una serie de conceptos que ejercen de criterio de manera constante e incuestionable, Derrida asume la tarea y el riesgo de pensar desde los márgenes, desde las fisuras de los sistemas filosóficos, para inaugurar otro modo de filosofar: desde la finitud que hace temblar las estructuras milenarias de aquello que intenta presentarse como inmutable e incuestionable. También, como veremos, desde la apertura al otro, al acontecimiento y a lo incalculable:

La deconstrucción viene a ser una operación de desmontaje de un edificio o artefacto para que puedan aparecer sus estructuras a la vista, sus nervaduras, y al mismo tiempo se pueda observar la precariedad de su estructura formal que, en el fondo, no explica nada, puesto que no constituye ni un centro ni un principio, ni una fuerza, y ni siquiera expresa una ley de los acontecimientos. No es algo puramente negativo, ya que junto a la operación de desmontaje, va implícita la afirmación de una propuesta constructiva. (4)

La deconstrucción, sin embargo, no es simplemente el ejercicio de destrucción de lo anterior. Lejos de pensar que la deconstrucción como modo de crítica es un intento de abandonar el pensamiento anterior para proponer uno completamente diferente, Derrida insiste en que esta tarea es, al mismo tiempo, un heredar. Heredar los conceptos de la tradición que atraviesan las instituciones sobre las que transcurren nuestras vidas, heredar la manera en que pensamos nuestras formas de vida, colectivas e individuales. Una herencia crítica que se niega a la mera reproducción de lo que la tradición nos ha legado; tradición a la que Derrida denomina “logocentrismo” desde sus primeros textos, esto es, la filosofía como el discurso racional que fundamenta y garantiza racionalmente a efectos de legitimar la autoridad incuestionable de la “maquinaria del saber” (sentido-verdad-univocidad) y del poder (autoridad-jerarquía-dominación-legitimación). (5)

Como puede notarse, la deconstrucción constituye la herencia crítica estructuralista. Justamente porque el estructuralismo supone una estructura última, universal (una axiomática) de lo cultural (Lévi-Strauss), de la lengua (Saussure) y otros campos del saber y de la experiencia. Frente a la metáfora de la estructura y de la construcción, el término “deconstrucción” describe, de esta manera, la operación derrideana de crítica a la filosofía tradicional a la luz de la metáfora del desmontaje del edificio metafísico, de sus cimientos, mediante la relectura de los textos de la tradición. Pero este ejercicio, lejos de representar el puro accionar de un sujeto que critica es, antes bien, algo que ya está sucediendo. En otras palabras, la deconstrucción no es meramente la crítica de un sujeto a la tradición, sino también el proceso mismo que ocurre en ella, incluso de manera no planeada. Es por ello que no puede ser planteada como un método o un mero conjunto de técnicas de lectura e interpretación de los textos filosóficos. Tampoco brinda una nueva axiomática de lo existente. La deconstrucción es para Derrida el proceso que orada las estructuras metafísicas del pensar occidental en comparecencia con su finitud. Porque el pensamiento tiene el carácter imborrable de lo histórico y situacional. En este sentido, la labor deconstructiva se acerca a la genealogía nietzscheana en su gesto de desedimentación, el cual permite delatar el estatuto contingente de toda fundación de sentido. Pero al mismo tiempo, no es solamente una crítica, un desmontaje del edificio metafísico, puesto que el carácter afirmativo de la deconstrucción se asienta sobre la contingencia del pensar como el cruce entre lo posible y lo imposible, entre lo mismo y lo otro, entre lo calculable y lo incalculable. La producción de la textualidad, la subjetividad que se construye en la invención de la obra, no es un sujeto presente, no es presencia cerrada y acabada:

Estructura singular, pues, de un acontecimiento que parece producirse hablando él mismo, por el hecho de hablar él, desde el momento en que inventa el sujeto de la invención, abriéndose camino, inaugurando o firmando su singularidad, efectuándola de alguna manera en el mismo momento que nombra y describe la generalidad de su género y la genealogía de su topos: de inventione, guardando en la memoria de la tradición de un género y de quienes lo han ilustrado. (6)

4- Derrida (1997d: 7).

5- Cf. Derrida (1997d: 8).

6- Derrida (1987: 46).

III

LA HOSPITALIDAD