A Lucía y Rebeca,

que vivirán en el futuro.

 

 

 

 

 

Cuando hayáis envenenado el último río, talado el último árbol y asesinado el último animal, os daréis cuenta de que el dinero no se come.

Anónimo

PRÓLOGO

 

ESTE ES EL PLANETA TIERRA.

 

Esta es la Polinesia, en el océano Pacífico.

Y el punto rojo, sí, sí, ese puntito, es Takuu.

 

Bueno, para ver la isla hay que acercarse más.

 

¡Mira! Aquí está el pueblo de Nukuroa.

En Nukuroa viven menos de quinientas personas, pero nosotros vamos a buscar a una niña que se encuentra ahí...

Sí, justo ahí, en la playa.

 

Esta es Shiya.

1

 

LOS OJOS DE SHIYA son oscuros, como su cabello.

Los ojos de Shiya son plácidos, como su alma.

Los ojos de Shiya miran las calmadas aguas de la laguna del atolón: su casa, su mundo.

Porque no ha conocido otra cosa.

Ni le importa.

Es feliz.

Una maravilla de la naturaleza perdida en mitad de un inmenso océano.

A su espalda, el pueblo, con las casas perfectamente alineadas y el silencio de la mañana. Frente a ella, la oscura circunferencia del interior de la isla, el pequeño anillo de tierra formado durante miles de años por la suma de millones y millones de corales.

Cada mañana es igual.

Cada día es igual.

Pero el tiempo pasa.

Y el futuro cambia.

En la casa comunal, los hombres hablan con voces graves; y, cuando los hombres hablan así, es que algo malo sucede. Se estiran, se ponen serios, miran con ojos perdidos, y sus palabras son el reflejo del miedo y la desesperanza.

Shiya ha oído cosas.

Palabras.

–¿Qué será de nuestros hijos?

–¿Cuánto tardarán las aguas en cubrirnos?

–¡Prefiero morir aquí, en mi casa, que hacerlo en otra parte!

Sí; cuando los hombres hablan con voces graves, y tienen miedo, y piensan en los hijos, y citan a la muerte, y lloran en silencio cuando nadie los ve, es que algo muy serio sucede.

En cambio, las mujeres no lloran.

Son más fuertes.

Como su madre.

–Esto es lo más importante –le dice ella poniéndole un dedo en el corazón–: aquí está todo, Shiya.

Y Shiya la cree.

Porque su madre es el corazón, mientras que su padre es la sabiduría. El corazón siempre usa palabras de amor. La sabiduría trata de comprenderlas. El corazón es puro. La sabiduría, cambiante. El corazón vive en el presente. La sabiduría, en el tiempo. El corazón siente. La sabiduría ve.

Shiya extiende los pies.

Las aguas de la laguna se los besan.

En otro tiempo, cuando su madre era niña y se sentaba allí mismo, las aguas quedaban más lejos.

Ahora no.

Ahora están allí.

Cerca.

Muy cerca.

Así que queda menos tierra.

Shiya levanta la cabeza y mira el cielo.

Es el mismo cielo del libro de imágenes que tiene; un cielo que está en todas partes, sobre todos los lugares de la Tierra. El cielo azul por el que le gustaría volar...

–¡Shiya! ¿Otra vez soñando despierta?

Shiya vuelve la cabeza.

Su madre es el corazón, pero cuando se enfada es el trueno.

–¡Ayúdame a preparar la comida!

Los hombres siguen hablando en la casa comunal; pero mientras, la vida sigue, y las cosas de cada día son las cosas de cada día.

Shiya se levanta y va tras su madre.

Sabe que al llegar a la casa le dará un beso.

Los ojos de Shiya sonríen más que sus labios.