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Sietecolores

Jordi Sierra i Fabra

Edición y diseño equipo Edebé Chile

Ilustraciones de Jimena Arce González

© Jordi Sierra i Fabra

© 2009 MN Editorial Ltda.

© 2017 Editorial Don Bosco S.A.

Registro de Propiedad Intelectual Nº 179.940

ISBN: 978-956-18-1214-7

Editorial Don Bosco S.A.

General Bulnes 35, Santiago de Chile

www.edebe.cl

docentes@edebe.cl

Primera edición digital, enero 2020

Diagramación digital equipo Edebé Chile

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos químicos, electrónicos o mecánicos, incluida la fotocopia, sin permiso previo y por escrito del editor.

Índice

“De cómo llegaron los siete pueblos a las tierras del Gran Río y nació la ciudad de Arco Iris”

“De cómo se conocieron, enamoraron y casaron Carlos, Dyn y Elisa, Elpi, padres de la protagonista de esta historia”

“De cómo llegó al mundo una niña insólita y diferente que causó natural sensación”

“De cómo la niña fue llamada Sietecolores, creció y pasó los primeros años de su feliz existencia”

“De cómo Sietecolores conoció la primera amargura derivada de su diferencia”

“De cómo Sietecolores se sintió completamente sola a pesar de estar rodeada de cientos de niños y niñas”

“De cómo Sietecolores comenzó a cambiar de aspecto a la salida de su primer día de clases”

“De cómo Sietecolores acabó de cambiar de aspecto a la salida de su primer día de clases”

“De cómo Sietecolores se sintió primero una extraña en su casa y después comenzó a reflexionar”

“De cómo Sietecolores continuó reflexionando y, tras la noche, se enfrentó con valor al siguiente día”

“De cómo Sietecolores comenzó a cambiar su destino”

“De cómo Sietecolores siguió demostrándoles a todos que no sólo era especial por ser diferente”

“De cómo Sietecolores acabó de demostrarles a todos que no sólo era especial por ser diferente”

“De cómo terminó la historia de Sietecolores y los cambios que se produjeron en Arco Iris”

De cómo llegaron los siete pueblos a las tierras del Gran Río y nació la ciudad de Arco Iris

En la ciudad de Arco Iris había siete barrios. La ciudad se llamaba así, Arco Iris, porque desde hacía ya muchos años los siete primeros pueblos del valle, de las montañas y de la costa se habían fusionado y habían crecido y crecido, expandiéndose más allá de sus límites.

En un principio, las faldas de las montañas del norte fueron pobladas por los cazadores rojos, quienes llegaron a ellas desde el interior. Al sur, en las llanuras del prelitoral, se instalaron los labradores azules, mientras que al otro lado del Gran Río y de su desembocadura, las playas ricas en peces las ocuparon los pescadores amarillos. En el oeste, bordeando los lagos de la cordillera que salvaron en su búsqueda de nuevas tierras, crearon su hogar los ganaderos verdes. Al este se establecieron los campesinos azul turquesa, cuyo azul claro nada tenía que ver con el oscuro de los labradores del sur. Entre estos y aquellos, en las planicies, levantaron su pueblo los granjeros violetas. Y finalmente, remontando el Gran Río desde el mar, arribaron una mañana los comerciantes naranjas, que se asentaron en las tierras centrales del valle.

Con los siete pueblos al comienzo separados entre sí, desconfiando cada uno de la suerte del otro, recelosos por si alguno era belicoso, transcurrieron los primeros años, hasta que la prosperidad les hizo acercarse, curiosos primero, confiados después y amigables finalmente. Al producirse el acercamiento, el intercambio de productos y la dulce serenidad de la concordia, el valle, las montañas y la costa conocieron años de una incesante viveza, un crecimiento sostenido y feliz.

Los cazadores rojos hacían llegar el producto de su caza al sur, ocupado por los labradores azules, y estos mandaban el producto de sus campos a los ganaderos verdes del oeste, quienes, a su vez, enviaban su mercancía al sudoeste, donde vivían los pescadores amarillos. Los comerciantes naranjas del valle se ocupaban de estos menesteres. Pronto, los caminos que emergían del centro fueron carreteras, y entre los siete pueblos también se abrieron conexiones. En unos años, a los mulos y carretas los reemplazaron caballos y carrozas, y después los globos aerostáticos, y más tarde el progreso condujo a la creación de nuevos artilugios extraordinarios, como los vehículos de tracción a motor o los trenes de vapor.

A las primeras cabañas de los antiguos moradores les sucedieron casas de madera y adobe, y a estas, viviendas mucho más sólidas y firmes, de ladrillo y piedra. Cinco generaciones después, ya había altos edificios de hasta tres y cuatro plantas en el centro. Y muchas generaciones más tarde, se produjo el milagro: la unión de los siete pueblos, que, en su crecimiento incesante, se quedaron pequeños dentro de sus límites.

Arco Iris acabó tomando forma.

Lo llamaron así porque los siete pueblos tenían los siete colores del arco iris.

Jamás hubo un conflicto vecinal que no pudiera arreglarse, ni una disputa que el Consejo de los Siete Jefes no lograra solucionar por la vía de la concordia y el entendimiento. Nunca los intereses egoístas se impusieron a la necesidad del colectivo, ni siquiera al producirse el crecimiento de los pueblos y las fusiones de los mismos. La palabra «guerra» no existió ni antes ni después del nacimiento de la ciudad. El Consejo funcionó durante décadas, hasta que con la modernidad se determinó que hubiera un máximo dirigente cada dos años, y por riguroso turno.

Ya antes de la fusión de los pueblos que diera origen a Arco Iris, los matrimonios entre los vecinos de las siete comunidades comenzaron a ser habituales. Primero fue un cazador rojo el que se enamoró de una dulce pescadora amarilla, y un día una hermosa granjera violeta hizo lo propio con un labrador azul. Fue como si se diera el pistoletazo de partida para una carrera. Las últimas barreras fueron derribadas con ello. El amor lo hizo aún más posible. La esencia de cada pueblo primero, y de cada barrio después, era su color. Pero sin renunciar a él, porque hubiera sido como renegar de su naturaleza y sus raíces, de la diversidad surgió la riqueza. El primer niño que nació de un matrimonio mixto no fue bicolor, sino que salió tan amarillo como su madre. Y la primera niña que llegó al mundo unos días más tarde era tan azul como su padre.

Con los años, un bebé podía ser verde siendo sus padres naranja y rojo, ya que uno de sus abuelos o bisabuelos había sido de ese color. Incluso era normal tener hermanos de distintos colores.