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Reseñas de autores

MAURICIO AGUIRRE VILLANUEVA

Magíster en Docencia Superior por la Universidad Andrés Bello de Chile, realizó sus estudios de pregrado y maestría en Lingüística en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Profesor del Área de Humanidades de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). En la actualidad, se desempeña como Director del Área de Humanidades de la Universidad Tecnológica del Perú (UTP).

MANUEL FERNÁNDEZ SÁNCHEZ

Lingüista, estudió en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Tiene una Maestría en docencia Superior por la Universidad Andrés Bello de Chile. Actualmente, se desempeña como Profesor de Tiempo Completo de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) como coordinador general de los cursos de Lenguaje.

ALDO FIGUEROA OCAMPO

Realizó sus estudios de Lingüística, tanto de pregrado como de maestría, en la PUCP. Además, posee una maestría en Docencia Superior por la Universidad Andrés Bello de Chile. Actualmente, se desempeña como docente a Tiempo Completo del Área de Humanidades de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) como coordinador general de los cursos de Lenguaje.

JORGE GARCÍA GRANADOS

Magíster en Lingüística Hispánica por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Ha sido docente en cursos de redacción y de introducción a la lingüística en la PUCP y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Actualmente, imparte cursos de español como lengua extranjera en la Universidad de Georgia, EE.UU.

CARLOS LÓPEZ PARI

Estudió Literatura Hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Se ha desempeñado como docente de cursos de redacción en la PUCP y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Desde el año 2013, se desempeña como especialista del equipo de Comunicación en la Unidad de Medición de la Calidad Educativa del Ministerio de Educación.

CLAUDIA MALDONADO CÁCERES

Lingüista y docente, estudió en la Universidad Nacional de San Agustín. Tiene una maestría en Didáctica de la Lengua por la Universidad Sténdhal, Grenoble III, Francia, y otra en Docencia Superior por la Universidad Andrés Bello de Chile. Es profesora de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas desde 2004, ha asumido el diseño y organización de cursos que incluyen el uso de TICs en esta misma casa de estudios.

CLAUDIA NEYRA QUIJANDRÍA

Estudió Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y se especializó en Literatura Hispánica. Además, ha realizado estudios de Psicología Clínica en la misma casa de estudios. Se ha desempeñado como docente de cursos de lengua y redacción en la PUCP, en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

CINTHIA PEÑA LARREA

Lingüista y docente, estudió el pregrado y la maestría en Lingüística en la PUCP. Además, tiene una maestría en Docencia Superior por la Universidad Andrés Bello de Chile. Se desempeña en la docencia universitaria en cursos de redacción y teoría lingüística. Actualmente, se desempeña como docente a Tiempo Completo del Área de Humanidades de la UPC.

MOISÉS SÁNCHEZ FRANCO

Es licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), donde también realizó sus estudios en la maestría en Literatura. Ha trabajado como colaborador del suplemento «El Dominical» del diario El Comercio. Se ha desempeñado como docente en la UNMSM, la Universidad Nacional Agraria La Molina, la Universidad San Ignacio de Loyola y la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC).

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Capítulo 1

El lenguaje es un ordenamiento eficaz de esa enigmática abundancia del mundo. Dicho sea con otras palabras: los sustantivos se los inventamos a la realidad. Palpamos una realidad, vemos un montoncito de luz color de madrugada, un cosquilleo nos alegra la boca, y mentimos que esas tres cosas heterogéneas son una sola y que se llama naranja. La luna misma es una ficción, fuera de convenciones astronómicas que no deben atarearnos aquí, no hay semejanza alguna entre el redondel amarillo que ahora está alzándose con claridad sobre el paredón de la Recoleta, y la tajadita rosada que vi en el cielo de la Plaza de Mayo, hace muchas noches. Todo sustantivo es abreviatura.

Jorge Luis Borges, El tamaño de mi esperanza

APERTURA: HUIDOBRO Y EL USUARIO AFLIGIDO6

Lee los siguientes textos:

Texto 1

La cascada que cabellera sobre la noche

Mientras la noche se cama a descansar

Con su luna que almohada al cielo

Yo ojo el paisaje cansado

Que se ruta hacia el horizonte.

[Altazor, canto V, Vicente Huidobro]

Texto 2

¿Te parecen ingeniosos?, ¿en qué reside su ingenio? ¿Consideras que en algún sentido se parecen?, ¿por qué? Arriesga una explicación de su creatividad.

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LA LENGUA COMO SISTEMA

Manuel Fernández Sánchez

Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos.

Eduardo Galeano, El arquero

1. Introducción

El fútbol tiene historias fascinantes y momentos cumbres, como aquel 7 de setiembre de 1995, fecha en la que el arquero colombiano René Higuita realizó una temeraria maniobra, bautizada después como «El escorpión»7. En efecto, se jugaba el minuto 22 de un partido amistoso entre Colombia e Inglaterra (en el estadio Wembley, casa de los últimos) cuando Higuita rechazó un disparo con dirección al arco, lanzado por el inglés Jamie Redknapp, de una manera muy poco convencional hasta entonces: tiró su cuerpo hacia delante, abrió los brazos en cruz cuando estuvo suspendido en el aire y, elevando ambos pies por encima de su espalda, golpeó el balón con la suela de los botines. Con esta jugada, según muchos comentaristas y conocedores de fútbol, Higuita ingresó, finalmente, en la historia mundial de este deporte.

Pero ¿por qué empezar un texto de lingüística refiriéndonos a un deporte como el fútbol? ¿Qué de común puede haber entre estas dos actividades (jugar al fútbol y utilizar una lengua) como para empezar un texto de esta naturaleza refiriendo un hecho tan anecdótico como el del párrafo anterior? La respuesta es simple y podemos adelantarla desde ya: lo que comparten estas dos actividades es su calidad de sistema. En otras palabras, el fútbol y la lengua, cuando se llevan a cabo (cuando se realizan, cuando se juegan) son sistemáticos. Esto quiere decir que son actividades que, al ocurrir, evidencian, en su funcionamiento, una serie de reglas previamente establecidas y conocidas por los hablantes (y por los jugadores). No obstante, es también cierto que, a pesar de existir este conjunto de reglas ya establecidas (y que hay que cumplir, necesariamente, para «jugar el juego»), los hablantes son capaces de realizar «jugadas» novedosas, y algunas veces espectaculares, como la del arquero colombiano.

En los párrafos que siguen, desarrollaremos estas ideas y demostraremos que los hablantes, a pesar de desencadenar un conjunto de conocimientos ya adquiridos sobre el funcionamiento de su lengua, son capaces de realizar «jugadas» inéditas y novedosas. Dicho de otra forma, describiremos cómo es posible que utilizar una lengua no sea el resultado de un intercambio ya establecido y rígido dentro de las reglas gramaticales de un idioma, del mismo modo que al jugar un partido de fútbol tenemos siempre como resultado un juego nuevo, de marcador, muchas veces, inesperado.8

2. Sistema: definición y distancia respecto de la noción de código

Revisemos el siguiente conjunto de características que, asumimos, cumplen todos los sistemas:

El número de elementos que componen el sistema es finito.

El sistema está regido por reglas específicas que determinan la interacción de los elementos.

La posición de cada elemento determina su función.

Cada elemento es importante en tanto cumple una función específica.

Todos los elementos favorecen la realización de una función grupal.

El estado resultante del funcionamiento del conjunto es único y singular.

De estas características, podemos desprender la siguiente definición de sistema: un conjunto de elementos y de reglas para combinarlos. Por ello, accedemos a la posibilidad de afirmar que el fútbol es un sistema: tiene elementos (jugadores, once por equipo) y reglas para combinar esos elementos (que son las reglas que siguen los jugadores para moverse dentro de la cancha).9 El ajedrez, igualmente, es un sistema. Otros sistemas son el vóley, la música y, ciertamente, las lenguas, entre otros. Examinemos rápidamente si cada uno de estos cumple con los requisitos arriba expuestos.

a. El número de elementos que componen el sistema es finito

Todos los juegos mencionados anteriormente tienen un número establecido de jugadores para poder llevarse a cabo. La música hace otro tanto sobre siete notas musicales básicas. Las lenguas, igualmente, se organizan sobre un número determinado de elementos mínimos sin significado (aquellos sonidos distintivos llamados fonemas) que se establecen para formar unidades de mayor tamaño con significado (morfemas), tal como en el siguiente ejemplo:

i. c-a-s-a → casa-s → la-s casa-s → la-s casa-s elegante-s

b. El sistema se rige por reglas específicas que determinan la interacción de los elementos

Estas reglas permiten que cualquier enunciado o cualquier jugada que se realice, se mantenga dentro de los parámetros del juego. Así, por ejemplo, no es una jugada permitida en el fútbol que los defensas detengan el balón con la mano o que haya dos arqueros por equipo, a la vez, dentro del campo de juego. Del mismo modo, estos enunciados son imposibles de acuerdo con las reglas del «juego» del castellano:

ii. * Las todas fue casas vendido.

iii. * Alberto dos alumnos taller tiene en de su poesía.

c. La posición de cada elemento determina su función10

Pensemos en el fútbol. La posición de los jugadores en la cancha determina la función que deben cumplir dentro del juego: los defensas, normalmente más rezagados, evitan que el rival marque goles en nuestra portería. Los delanteros, ubicados más cerca del arco rival, reciben el balón para anotar los goles que nos den la victoria. La posición intermedia, ocupada por los volantes, es la encargada de tramitar el recorrido de la pelota hacia los delanteros o hacia los defensas. Ocurre lo mismo con las lenguas, por ejemplo, cuando comparamos los siguientes casos:

iv. Juan golpeó a Mario.

v. Mario golpeó a Juan.

d. Cada elemento es importante en tanto cumple una función específica

Los elementos no cumplen funciones distintas de las que les corresponden, pues ello alteraría la naturaleza del juego. En ese sentido, no hay, al menos en el juego oficial, la posición de arquero-jugador. Del mismo modo, la lengua asigna funciones específicas para cada una de sus piezas. Comparemos los siguientes casos:

vi. Ese tonto

vii. El tonto ese

Aun cuando el elemento «ese» puede tener la misma forma en ambos enunciados, sabemos que, en el primero, cumple la función de determinante, mientras que, en el segundo, la de pronombre. Esta distinción es importante, pues permite señalar que, a pesar de tener la misma forma, se trata de elementos distintos (adjetivo y pronombre) que cumplen funciones distintas sobre la expresión total resultante (en efecto, podemos preguntar cuál de las dos expresiones revela mayor desprecio y la respuesta inequívoca será siempre la segunda).

e. Todos los elementos favorecen la realización de una función grupal

Todos colaboran con el mismo objetivo: ganar el juego o, en el caso de las lenguas, producir un enunciado que nos permita expresarnos cabalmente en un momento determinado.

f. El estado resultante del funcionamiento del conjunto es único y singular

Por ello mismo, es el producto de la creatividad de los hablantes o de los jugadores. En ese sentido, cada partido de fútbol y cada intercambio verbal son únicos e irrepetibles. Reservaremos esta característica —por cuestiones de estrategia de nuestro juego— para el apartado final.

No obstante lo anterior, podemos preguntarnos: ¿es lo mismo un sistema que un código? ¿Qué diferencia un sistema de un código? Repasemos algunos ejemplos de este último.

Son códigos la moda, las señales de tránsito y, muy probablemente, las normas de cortesía. ¿Qué hay de común en ellas y qué las distingue de los sistemas? Veamos. Todos nuestros ejemplos están compuestos por elementos: la moda está compuesta de las prendas que forman parte de una determinada colección; las señales de tránsito, por las mismas señales que hacen que los autos circulen, normalmente, sin mayores percances; y las normas de cortesía, por aquellos comportamientos que observamos cuando vamos por la calle o cuando alguien nos invita a almorzar a su casa. Sin embargo, carecen de la segunda característica que identifica a los sistemas: las reglas para combinar los elementos descritos.

Dicho de otro modo, carecen de posibilidades combinatorias. Así pues, no podemos combinar dos señales de tránsito que nos permitan explicar que «esta curva es aún más peligrosa hoy, que ha llovido, que ayer, que no llovió y que brilló el sol todo el día». Por otro lado, es posible dar la mano en señal de cortesía, pero la fuerza con que apretemos la mano de quien reciba nuestro saludo no trasmite si sentimos un gran respeto por su persona o si estamos contentos por habernos cruzado con ella el día de hoy. Finalmente, vestir de saco y corbata da a entender que estamos camino a un acontecimiento importante, pero el hecho de que la corbata sea a cuadros o a rayas no indica, de por sí, si nos dirigimos, por ejemplo, a un matrimonio o a un velorio (aun cuando algunos piensen que no hay mayor diferencia entre ambas ceremonias). Cuando esto ocurre, nos encontramos frente a señales organizadas en códigos: elementos que trasmiten mensajes, pero cuyas posibilidades combinatorias a fin de crear nuevos mensajes son muy pobres o, acaso, inexistentes. ¿Ocurre lo mismo con los sistemas? Hemos demostrado que no.

3. Carácter funcional del sistema

Tomemos otro deporte, solo como referencia, para despejar dudas sobre los términos que componen el título de este apartado. El ajedrez es, como sabemos, aquel juego compuesto de piezas y de reglas sobre cómo mover dichas piezas dentro de un tablero. El objetivo del juego es capturar el rey del adversario, y obligarlo a declinar, a rendirse. Las piezas, que son parte del juego, tienen movimientos claramente definidos por las reglas antes mencionadas: los peones avanzan una casilla por turno,11 siguiendo siempre una línea recta, y, cuando «comen», lo hacen en diagonal; los caballos se desplazan en forma de L y pueden saltar por encima de las formaciones enemigas, siempre que no caigan en alguna casilla ocupada por una pieza de su mismo bando; los alfiles avanzan en diagonal, y pueden hacerlo como les plazca, o como los obliguen las circunstancias del juego (privilegio que está prohibido a los peones, que siempre van hacia adelante); la reina, para citar un último ejemplo, puede, gracias a su valor dentro del juego, cubrir todos los movimientos antes descritos, salvo rebajar su dignidad a la del caballo y moverse como este.

Ninguna pieza puede escapar a esta severa lógica. Hacerlo terminaría con el juego, pues «jugar ajedrez» es moverse siempre dentro de las «reglas del juego del ajedrez». Podemos ver, entonces, que las reglas son parte importante, tan importantes como las piezas, en la aplicación de nuestro conocimiento del juego. Al seguirlas, respetamos la lógica del mismo, respetamos lo «funcional» que hay en él. Por ello, sabemos que no es importante que el juego sea de plástico, de madera o de piedra de Huamanga; y que, frente a la pérdida de alguna pieza, podemos colocar algún otro objeto (una pieza de otro juego o hasta la tapa de una bebida gaseosa) y reanudar la partida, siempre que este nuevo elemento siga las reglas de la pieza a la que reemplaza. Esta certeza, clave en el desarrollo del concepto de lengua como sistema —y en el desarrollo de cualquier partida—, es similar a la que Ferdinand de Saussure describió en su célebre Curso de Lingüística General:

«[…] la lengua es un sistema que no conoce más que su orden propio y peculiar. Una comparación con el ajedrez lo hará comprender mejor. Aquí es relativamente fácil distinguir lo que es interno de lo que es externo: el que haya pasado de Persia a Europa es de orden externo; interno, en cambio, es todo cuanto concierne al sistema y sus reglas. Si reemplazo unas piezas de madera por otras de marfil, el cambio es indiferente para el sistema; pero si disminuyo o aumento el número de piezas, tal cambio afecta profundamente a la «gramática del juego» (De Saussure 1970: 70).

Algo similar ocurre con la gramática de la lengua. Podemos utilizar las siguientes piezas: Fido, abuela, mordió, a y la, y combinarlas en el siguiente enunciado:

i. Fido mordió a la abuela.

Es posible combinarlas de otra manera y obtener un resultado correcto dentro de las reglas del castellano, aunque inverosímil dentro de las leyes del sentido común:

ii. La abuela mordió a Fido.

Sin embargo, es claro que las siguientes combinaciones se alejan de las reglas que el juego propone para su correcto desempeño:

iii. *Fido abuela mordió a la

iv. *Abuela a la mordió Fido

Por otro lado, podemos utilizar otras piezas y formar enunciados nuevos a partir de las formas ya vistas. Estos enunciados, si bien se alejan de lo dicho anteriormente, reproducen la misma relación entre los elementos presentados y no quiebran ninguna regla del juego:

v. El cartero mordió a Fido.

vi. Fido ladró a los escolares.

Tenemos ahora otras piezas que se mueven dentro de las reglas del juego antes descrito. La posibilidad de realizar estas jugadas y todas las que se harán en el futuro están aseguradas por esta cualidad denominada «funcionalidad»; gracias a ella, todas las jugadas que son posibles dentro del juego van a respetar las reglas y las funciones que cada pieza cumple en él.

4. Carácter social del sistema: el concepto de norma

Volvamos a Higuita para tratar de explicar el carácter social del sistema o, lo que es lo mismo, el concepto de norma. ¿Cuál pudo ser el objetivo que este debía cumplir en el caso específico de la jugada descrita? Higuita era un jugador en ese partido, una pieza más dentro del sistema, el arquero. Y lo que hizo fue despejar el balón. Es decir, cumplió su función, o la función que el sistema había encargado a esta pieza específica. Al hacerlo, colaboraba con la obtención final de una victoria, vale decir, el objetivo del equipo. Entonces, ¿por qué se hizo célebre esta jugada?, ¿qué de inusual hubo en ella?

Volvamos al relato del minuto 22 de ese partido específico. El balón venía cayendo desde una altura considerable con dirección al arco de Higuita y aquel debía «descolgarlo»12 a fin de neutralizar el ataque de la selección inglesa. Este tipo de disparos son fáciles de atrapar, pero traen consigo algunas complicaciones (por ejemplo, puede ser aprovechado por los rivales para incomodar al arquero durante el salto y evitar que obtenga el esférico). Un arquero profesional sabe que debe retroceder, calcular la trayectoria del balón, «descolgarlo» y pasarlo al compañero menos marcado, a fin de salir lo más rápido posible de esta situación de peligro. Además de ello, un arquero profesional sabe que, si bien es lícito detener el balón con el pecho y jugarlo con los pies o pasarlo de cabeza a los defensas, esta es una jugada riesgosa que nadie, en su sano juicio, llevaría a cabo. Sin embargo, realizarlas no altera el funcionamiento del juego, pues no son jugadas que prohíba el reglamento de este. Son jugadas riesgosas, vistosas, innecesarias desde cierto punto de vista, pero nunca antirreglamentarias. Higuita realizó una jugada riesgosa, de penosas consecuencias si no hubiese tenido éxito, una «jugada inusual» para ser exactos, pero, aun así, válida dentro de la legalidad del juego.

En otras palabras, somos conscientes de que existe un patrón de jugadas reglamentarias y, además, usuales dentro del juego («jugadas a las que estamos acostumbrados»). Podemos decir que dichas jugadas, normales dentro del desenvolvimiento de un partido y aseguradas por la costumbre —por su repetición constante—, son parte de lo que vamos a postular, en el terreno de la lengua, como norma:

«[…] elementos que no son únicos u ocasionales, sino sociales, es decir, normales y repetidos en el hablar de una comunidad, y que, sin embargo, no pertenecen al sistema funcional de las formas lingüísticas […]» (Coseriu 1978: 55-56).

La norma será, entonces, aquel conjunto de hechos repetidos, instituidos por la costumbre, que los hablantes (y los jugadores) realizan de forma constante y que no afectan las reglas del juego, pues son la expresión del mismo: formas lingüísticas (y jugadas) que la fuerza del uso ha fijado como normales. En ese sentido, son ejemplos de «jugadas normales» parar el balón con el pecho o pasarlo por encima del rival —lo que denominamos, usualmente, «hacer un sombrero»—. En el terreno de la lengua, ocurre lo mismo. Son jugadas normales las expresiones «buenos días», «mi más sentido pésame», «encantado de conocerlo» o «hasta mañana».

Ahora bien, con lo que ya sabemos, leamos el siguiente texto:

Se dio el juego de remanye cuando vos, pobre percanta,

gambeteabas la pobreza en la casa de pensión.

Hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta,

los morlacos del otario los jugás a la marchanta

como juega el gato maula con el mísero ratón.

Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones,

te engrupieron los otarios, las amigas y el gavión;

la milonga, entre magnates, con sus locas tentaciones,

donde triunfan y claudican milongueras pretensiones,

se te ha entrado muy adentro en tu pobre corazón.

Las líneas anteriores pertenecen a la canción «Mano a mano», un famoso tango de Celedonio Flores interpretado por Carlos Gardel. Por supuesto, lo que nos interesa de él es lo que nos pueda decir acerca de nuestro conocimiento de la lengua. En ese sentido, podemos afirmar que se trata de un texto en castellano, pues está compuesto por enunciados correctamente formados dentro de las reglas del sistema de esta lengua. Sin embargo, y con el mismo énfasis, nos posibilita sostener que no es un texto «en el castellano que conocemos», o en «nuestro castellano»13. ¿Es esto posible? Al parecer, lo es. ¿Cómo explicarlo? Por medio del concepto de norma que acabamos de exponer.

El texto de la canción presentada, sistemáticamente —funcionalmente—, responde a las reglas de formación de palabras y frases de la lengua conocida como castellano. No obstante, el hecho de que responda a las reglas generales de funcionamiento de la lengua resulta insuficiente para describir sus particularidades. Este texto pertenece al castellano sí, pero no al castellano que los hablantes de Perú generalmente utilizan. Pertenece al castellano de los hablantes de una modalidad específica de castellano, de un momento específico del castellano —el de los cuarenta— que, sin lugar a dudas, no es el nuestro. Es el castellano de Río de la Plata, específicamente, de la variedad sociolectal conocida como «lunfardo»14. Consecuentemente, es castellano, sí, pero el castellano que acostumbraban utilizar los hablantes que pertenecieron al grupo antes descrito, un grupo bastante diferente de nosotros.

Veamos ahora un caso más cercano, quizás de matiz biográfico. Pensemos en el niño que se encuentra en pleno proceso de interiorización de su lengua y que conoce ya algunos verbos con los que ensaya sus primeros enunciados:

vii. *Yo sabo contar hasta cinco.

viii. *Yo cabo en ese lugar.

En este caso, podemos inferir que el niño ha conjugado los verbos sobre patrones ya existentes y bastante bien conocidos, es decir, sistemáticos, como el del caso del verbo «comer» o «cantar». De esta imitación, surgen estos enunciados. Sin embargo, es en estas circunstancias que tropezará con la norma, que lo constreñirá a modificar sus expresiones por las siguientes formas usuales:

ix. Yo sé contar hasta cinco.

x. Yo quepo en ese lugar.

De este modo, si bien el sistema guía nuestro conocimiento de la lengua y permite que formemos enunciados que nos permitan expresar aquello que queremos decir, es la norma la que limita esta libertad creativa y se encarga de suministrar las formas usuales, desde el punto de vista social, que la comunidad ha instituido como tales.15

Volviendo al caso de René Higuita, el arquero colombiano realizó una jugada reglamentaria dentro del sistema del juego del fútbol, pero bastante inusual. Ese carácter inusual es el que sorprendió a los espectadores de este deporte, acostumbrados a soluciones «más normales». Finalmente, ese carácter inusual (para hablantes como nosotros, no familiarizados con el «lunfardo») es el que nos sorprende cuando tropezamos con textos como el de Celedonio Flores.

5. Norma y normativa

Es necesario, ahora, hacer un breve deslinde, en aras de no confundir algunos términos y dejar en claro el camino por donde queremos transitar. Dicho deslinde tiene que ver con dos términos de sonido próximo, pero de significado diferente: norma y normativa.

El primer concepto tiene que ver, como ya hemos mencionado, con las realizaciones típicas —usuales— que una comunidad de hablantes acostumbra utilizar para expresarse. En ese sentido, en la ciudad de Lima, a inicios del siglo XXI, es normal el siguiente enunciado:

xi. Ayer vino el gasfitero a arreglar el caño.

Frente a esta, la versión madrileña normal sería la siguiente:

xii. Ayer vino el fontanero a reparar el grifo.

Esta suena, para muchos limeños, bastante extraña. Sin embargo, qué responderían los hablantes frente a la pregunta: ¿Cuál de los dos enunciados es más correcto? Seguramente, alguien se sentirá tentado de proponer que, como el castellano tiene un origen indiscutiblemente español, la forma madrileña (cabeza del viejo reino) es la forma más correcta o la verdadera o la menos impura. ¿Es esto cierto? ¿No hemos dicho antes que son sistemáticos los hechos que tienen relación directa con el funcionamiento del sistema y que son normales o usuales aquellos relacionados con formas socialmente impuestas? ¿No es correcta cualquier forma que siga las reglas del sistema e incorrecta la que hace lo contrario? De hecho, desde un punto de vista puramente lingüístico, toda forma que siga las reglas de formación de enunciados de una gramática es correcta. Es decir, toda forma que sea producto de la puesta en marcha de esas reglas es, sin posibilidad de error, «correcta».

Pese a lo anterior, no todas las formas son, desde el punto de vista de la normativa, igual de prestigiosas. Expresiones como «aguanta un toque», «aflojá un cachito» o «joder tío» están estigmatizadas como formas poco elegantes —o hasta incultas— dentro del ejercicio de los hablantes. Por ello, la Real Academia de la Lengua Española (cuya sede se encuentra en Madrid) se encarga de señalar qué formas son más prestigiosas, cultas y elegantes, y qué formas son menos prestigiosas, incultas o poco elegantes (hasta vulgares) dentro del repertorio de la lengua. No por gusto el escudo de esta antigua institución lleva escrito el lema «Limpia, fija y da esplendor». Por otro lado, y como ya puede intuirse, algo de esa antigua conciencia de metrópoli está incluido en esta discusión.16

De lo anterior, podemos afirmar que este nuevo concepto, normativa, no es de interés en nuestro texto ni en nuestra propuesta. Nos interesa, sobre todo, aquello que los hablantes libremente producen, pues en esa actividad podemos verificar su conocimiento del sistema, su certeza de la existencia de una norma y la creatividad que pone en juego cada vez que tienen necesidad de expresarse en su lengua. Si existiese una institución similar a la antes descrita en el terreno del fútbol (¿la FIFA?), con la misma capacidad de cohibir las realizaciones de sus hablantes, ¿se hubiese atrevido Higuita a hacer «El escorpión»? Resolvamos esta pregunta en el apartado final.

6. Creatividad

Si consideráramos como inexistentes
las palabras que no se encuentran en el
Diccionario de la Academia (código de
la norma), no podríamos decir planteo,
concretamiento, ocultamiento, sincronización,
sacapuntas
; podríamos emplear papal solo
en el sentido de «perteneciente o relativo al
Papa», y no en el de «plantación de papas»
[…].

Coseriu 1978: 78

En efecto, si restringiésemos nuestro uso de la lengua solo a las palabras que figuran en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), nuestro vocabulario se vería bastante mermado. No tendríamos cómo llamar a ese postre limeño que se come bañado en miel de higo y que es producto de una masa que se fríe en aceite hirviendo. Probablemente, no podríamos utilizar la expresión «un ratito» en la única forma en que los habitantes de Lima sabemos utilizarla. Estaríamos obligados, siempre que el clima lo requiera, a vestir «bufandas» o «calcetines». Finalmente, muchas actividades del mundo globalizado, como entrar al «chat» o utilizar nuestros «iPod», nos serían ajenas. Ello porque todos estos objetos responden a términos que el DRAE no contempla17.

Sin embargo, el ejercicio cotidiano de nuestra lengua nos demuestra lo contrario, pues los hablantes, de manera constante, producen enunciados creativos que caracterizan sus actos de habla. Como ejemplo de esto, pensemos en el uso extendido de las jergas o en las variantes que las lenguas adquieren en las distintas regiones de un país. Asimismo, somos capaces de constatar formas diversas de acuerdo con el género o el estrato socioeconómico de los hablantes.

Si el sistema fuese un sistema rígido, que obligase a los hablantes a producir solo formas pasivamente registradas, no tendrían cabida estas variaciones y no habría lugar más que para un uso previsible por parte de los hablantes. Por el contrario, sabemos que, en el terreno de la lengua, basta con manejar sus principios generales (principios que todo hablante competente ya ha interiorizado) para expresar, por medio de esta, todo aquello que queramos decir. En ese sentido, debemos entender al sistema de la lengua como